Botsuana: alfiler en la solapa de los Borbón
Opinión

Botsuana: alfiler en la solapa de los Borbón

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junio 26, 2014
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Los elefantes ni perdonan ni olvidan. Tienen memoria prodigiosa, dicen. Y mal carácter. Y cuando algo o alguien los violenta, su furia y deseo de venganza se hacen sentir en las sabanas africanas. Basta con ver uno que otro documental de vida salvaje para enterarse, lo que no hizo el rey Juan Carlos, antes de volar a Botsuana invitado por un empresario saudí, con el propósito de cazar elefantes; y, claro, de posar delante de la presa, enfundado en su chaleco de cazador, con la escopeta en bandolera. Sin sospechar que mientras presumía de trofeo de caza, el majestuoso ejemplar viajaba a su paraíso con la deuda cobrada: la corona del cazador.

La recta final de su reinado comenzó en ese abril de 2012. Se echó encima a los defensores de los animales, a los damnificados por la crisis económica e, incluso, a partidarios de la monarquía de-to-da-la-vi-da; dejó en evidencia su “amistad entrañable” con una princesa alemana, recién trepada, llamada Corinna, y, como si estos no fueran suficientes traspiés, dio otro —en sentido literal— que le convirtió la cadera en un juego de Lego desarmado. El mal de ojo del gran mamífero empezaba a surtir efecto. “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”, dijo cariacontecido a los periodistas el día que salió de la primera de varias intervenciones quirúrgicas posteriores a la real metedura de pata.

Pero faltaba más. A la cadena de desaciertos, bajones en las encuestas, cuestionamientos y burlas, se sumaron: la pérdida de respeto por parte de los medios de comunicación que, antes de Botsuana, se abstenían de publicar informaciones que pudiesen perjudicar la estampa perfecta de la Familia Real, tan real e imperfecta en la intimidad como cualquier familia promedio; el escándalo de corrupción protagonizado por la infanta Cristina y su marido, el yernísimo Urdangarín; los pormenores de la vida loca de la hoy consorte Letizia Ortiz, cuando era republicana, atea y paticontenta, revelados por un pariente cercano; la publicación del polémico libro de Pilar Urbano, La gran desmemoria, en el que la autora sostiene, entre otras cosas, que Juan Carlos fue el autor intelectual del 23-F, el acontecimiento que no sólo le significó el apoyo incondicional del pueblo español, sino que le aseguró puesto de honor en la Historia; el desgaste producido por 39 años al frente de la jefatura de Estado; y la obsolescencia de la colección de testas coronadas que en pleno Siglo XXI subsiste en Europa, aferrada con uñas y dientes a las páginas de Hola, planeta multicolor donde todos los habitantes son jóvenes, hermosos, ricos y felices… (Y en donde se legitiman venias, besamanos y títulos heredados, comprados o adquiridos por contagio).Y se sumaron, también, otras cosillas que no me caben aquí o que se me escapan, hasta que formaron una tromba que arrastró al soberano a una abdicación intempestiva y muy descolorida.

“Joooder, que un rey no abdica así como así un lunes por la mañana”, me dijo un taxista malhumorado y añadió: “No la va tener fácil el príncipe Felipe, guapa; se va a tener que currar el puesto como todo el mundo; aquí ya nadie va a salir a las calles a hacerse matar por la monarquía, vamos; yo, para mí, que este es el principio del fin”. Que hay otros que piensan como él, pude comprobarlo, cara a cara, esa misma noche, con las manifestaciones que, por las calles de Barcelona, pedían la realización de un referendo para que el pueblo decidiera si seguir sosteniendo o no a los Borbón, con sus impuestos.

No obstante el descontento creciente, analistas que no se aventuran en caliente, sostienen que este no es el momento de añadirle un ingrediente más a la incertidumbreque generan movimientos independentistas, el desempleo generalizado, el debilitamiento de la clase media, la emigración de profesionales jóvenes y la falta de confianza en los partidos tradicionales. Paciencia. Si bien nadie niega el papel fundamental que jugó Juan Carlos I en la transición de la dictadura a la democracia y en el afianzamiento de esta última, sí hay muchos que ven este período finiquitado y, por lo tanto, piensan que ya no hace falta rey. Llegará el momento de discutirlo, una vez calmados los ánimos. Y una vez Felipe VI, quien durante 46 años fungió de heredero sin libreto establecido, demuestre de qué manera ejercerá la extraña función que le otorga la Constitución, de reinar sin gobernar, y cuáles resultados arrojará en estos años revueltos.

COPETE DE CREMA: La puesta en escena continuará, dos botones van de muestra: José Antonio Zarzalejos, exdirector del monárquico ABC, asegura que “la abdicación es la medida más adecuada para recuperar la ilusión ciudadana hacia la monarquía”, y José Apezarena, biógrafo de Felipe, dice que “en España se ha descuidado una explicación profunda de las ventajas que la monarquía tiene respecto de otros sistemas”. Así que mientras la moneda de la monarquía siga cayendo parada, no importa que el pedestre alfiler de Botsuana amenace con desplazar del pecho de los Borbón, a la insigne Orden del Toisón de Oro.

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