Cierto día en Cartagena, en tiempos del Festival Internacional de Cine, vi una extensa fila de turistas, llegados en un crucero, esperando turno para hacerse tomar fotos y lograr selfis junto a una de las "gordas" de Fernando Botero... Cuando lo lograban salían felices, como si hubieran alcanzado un trofeo muy valioso.
La escena tuvo lugar en la hermosa y emblemática Plaza de Santo Domingo, donde se encuentra reclinada la escultura "Orgullo colombiano". Se trata de una mujer que tiene imán, pues es imposible pasar sin rendirse a sus pies. Los turistas nacionales también caen en tentación y las fotos son la satisfacción.
Llamo la atención sobre aquella cola de turistas extranjeros, porque luego supe que "visita a la Escultura del maestro Fernando Botero" hace parte de la programación que se ofrecen en los cruceros... y la respuesta es muy positiva.
Daré un salto atrás y nos vamos a 1952, dos años después haber obtenido el segundo premio en el Salón Nacional de Artistas y haber vendido algunas pertenencias, Fernando Botero Angulo viajó a España con el propósito de estudiar arte. Lo hizo en barco, zarpó desde Buenaventura y para su manutención pintaba bocetos a la salida del Museo El Prado, en Madrid, y los ofrecía a visitantes.
Quienes guardaron aquellas pequeñas obras que compraban a un colombiano a la salida de El Prado, saben que tienen en sus manos bocetos de muy alto valor y significado... y aquellos que las botaron deben estar dolidos, lo mismo que quienes lo ignoraron y pasaron de largo. Él estaba convencido que podía salir adelante...
La historia del maestro Fernando Botero se escribe y reescribe por estos días en todos aquellos medios que conceden importancia a la cultura, porque se puede decir que a sus 91 años ha fallecido un "Premio Nobel de la Pintura y la Escultura". Nació el 19 de abril de 1932 en Medellín y murió el 15 de septiembre de 2023 en Mónaco.
Aunque venía con quebrantos de salud, el mundo de la cultura fue sorprendido por el hecho. El prestigioso periódico El País, de Madrid, fue de los primeros en dar la noticia, tras confirmarla con allegados y familiares. Su deceso se produjo en Mónaco, donde las autoridades de inmediato decretaron tres días de duelo y una serie de honores.
Vino a este mundo en el hogar conformado por su padre, David Botero, y su señora madre, Flora Angulo. Su historia es muy parecida a la de la mayoría de los colombianos: se trataba de un hogar lleno de privaciones. Compartía con su hermano Juan David, cuatro años mayor, y luego nacería su otro hermano Rodrigo. Su papá era vendedor a caballo y su mamá costurera. Nada hacía presagiar un artista en ciernes.
Es más, una de sus primeras ilusiones para abrirse paso y ganarse la vida fue en el mundo de los toros y hasta lo llevaron a una escuela de tauromaquia en Medellín, donde no le fue bien y terminó retirándose. Los ruedos y la arena perdieron un hombre, pero no a un aficionado, porque su admiración por la fiesta brava siempre lo acompañó, además una de sus primeras obras que le merecieron reconocimiento se titula "Acuarela de un torero", corría 1944.
Años después, ya consagrado, hizo una serie sobre el ruedo y sus personajes. Es una colección que rápidamente se vendió dado su reconocimiento internacional y el poder innovador de su pintura.
Sus primeros años de precariedades y dolores de cabeza en Europa, hacen recordar los vividos en París por un gran amigo suyo, precisamente Gabriel García Márquez antes que lograra que publicarán "Cien años de soledad"., cuando se encontraban disfrutaban de lo lindo mediante charlas que se prolongaban horas, bien al son de café colombiano o de aguardiente colombiano.
Además de la brillantez de su pensamiento y de sus obras, el maestro Botero se caracterizaba por su sencillez, por eso no era muy amigo de las entrevistas, de vez en cuando acedía a las múltiples peticiones y daba tanta importancia a medios ultraconocidos, como a los que apenas contaban con un puñado de lectores, seguidores o televidentes.... Y cuando de beber se trataba prefería al aguardiente colombiano por encima de las marcas más sofisticadas.
Había manifestado en conversaciones de amigos, que pedía a Dios que el día de su muerte permitiera que su alma pasara por el estanco más cercano en busca de aguardiente para no perder la costumbre y el gusto.
Fernando Botero en el campo del amor fue un explorador y aseguraba que su última esposa, la intelectual Sofía Vari era lo mejor que la había podido pasar. Se amaban, al punto que él falleció 5 meses después que ella.
Sus cenizas reposaran en el mismo cementerio, en Piedra Santa, un pequeño pueblo de Italia donde, además de tener uno de sus talleres, era muy bien acogido y lo habían declarado hijo ilustre y adoptivo. A la pareja le encantaba vivir allí, donde salían a tomar café con la tranquilidad y la admiración de los citadinos.
Su primera esposa fue la colombiana Gloria Zea, luego Cecilia Zambrano y por último Sofía Vari, con quien compartió, según él, lo mejor de su creatividad gracias a la tranquilidad y amor que ella le generaba.
Quedan sus hijos Fernando Botero Zea, Lina Botero, Pedro Botero Zambrano y Juan Carlos Botero. Recordemos que tuvo una época de mucho dolor ante las malas andanzas de Fernando Botero Zea, como protagonista del Proceso 8.000, fue privado de la libertad.
Los restos del maestro llegaron a Colombia y estarán en cámara ardiente en Bogotá. Se espera que centenares de personas pasarán a darle la última despedida, al genio que decía: “yo no hago esculturas gordas…yo hago volúmenes”.
En el campo de la pintura su época de gloria ha estado inspirada en el arte precolombino y siempre fue figurativo, es decir que no se dejó llevar por lo abstracto, aunque nunca renegó de esa tendencia.
Es momento de ratificar que se fue el nobel de la pintura y la escultura, en resumen, de las artes plásticas…todo un genio de grandes volúmenes…
