Hace 15 años, antes de que existiera Twitter, Robinson Diaz estaba cotizadísimo. Era el actor del momento. Acababa de ser el Cabo, haciendo un tándem de lujo con Julián Arango en El Cartel de los sapos. Protagonizaba Vecinos y se aprestaba a encarnar la devastadora relación con Sara Corrales que casi termina con su matrimonio. Era él y Marlon Moreno lo más cotizado de la televisión colombiana.
Hoy en día Robinson aparece solo en reencauches o en producciones extranjeras que alcanzan a llegar en el país. Pero los canales le han dado la espalda. No importa el talento, importa lo manso y dominable que seas. Nada más recordar lo que pasó con Val Kilmer en el documental de Amazon que explica su caída final. El exigirle a los directores, el negarse a ser Batman en chorradas planeadas por Joel Schumacher, le colgaron el sanbenito de indeseable y lo borraron de Hollywood.
En la búsqueda de la perfección y, por supuesto, por sus claras opiniones políticas, a Robinson le bajaron el pulgar. Es un antiuribista bravo, un tipo que siempre va contra el gobierno, coherente en sus posturas y eso habría molestado y de qué manera a productoras que aspiran a subsidios del gobierno en diferentes concursos y que no podrían explicar demasiado bien que hace un hombre tan complicado como Robinson en sus filas.
El precio no solo lo paga él sino los televidentes que, en medio del bajo nivel de las producciones nacionales, tenemos que soportar ausencias que podrían subir la calidad. Pero al parecer los canales no están preparados para esa conversación. Igual suerte podrían tener monstruos como Santiago Alarcóm, Julian Roman y todos los que hablen mal del gobierno o tengan una opinión discutible sobre política.