Casi todos los historiadores europeos del último medio siglo han llegado a la académica conclusión y sin apenas discusión de que quizá el mejor primer ministro de Europa de todos los tiempos fue Winston Churchill. En uno de los tiempos más aciagos de la historia de Europa, cuando Hitler ya había conquistado más de la mitad del continente y se consideraba una suerte de un imperio destinado a gobernar los destinos del mundo por "mil años", Churchill se levantó como una autoridad moral frente a la ruindad moral del primer ministro británico de entonces, Neville Camberlain. El "bueno" de Chamberlain, que era un ingenuo rayano en la estupidez congénita, cedió ante Hitler en 1938 a través del Pacto de Munich, por el cual los aliados entregaban los Sudetes checoslovacos al dictador nazi y sellaban el final de la Checoslovaquia de entreguerras. Así pensaban aplacar a la bestia nazi pero muy pronto se vería que era un camino errado.
Chamberlain llegó exhibiendo el documento rubricado con Hitler y el dictador italiano fascista Benito Mussolini, presentando el inútil papel como la obra que sellaría "la paz de nuestro tiempo". Pero Hitler, siempre astuto, pérfido y mentiroso, pensaba traicionar muy pronto los acuerdos y embarcarse en una guerra contra Polonia y el resto de los aliados del Reino Unido. Agazapado en el parlamento y con la voz firme y rotunda, condenando ante la historia lo firmado por Chamberlain como una traición al pueblo inglés y a las naciones sacrificadas a Hitler, Churchill denunció el acuerdo y le espetó al primer ministro ya difunto políticamente que “os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”. Las premoniciones de Churchill se cumplieron y Hitler se anexionó lo que quedaba de Checoslovaquia, atacó y conquistó Polonia, se apoderó de Francia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos y comenzaba una de las contiendas más terribles de la historia de la humanidad.
Había nacido un gran estadista, el hombre que estaba destinado a liderar la batalla entre la barbarie y la libertad, entre la brutalidad y la dictadura, un combate a muerte en defensa de los valores de Europa y los grandes principios de la humanidad. Churchill fue capaz de derrotar a Hitler, de salvar a Europa, y de hacer posible que la nueva Europa emergente tras las humeantes cenizas de una guerra que dejó en el camino más de sesenta millones de muertos, fuera libre, democrática y tolerante. Nada más terminar esa brutal contienda, Churchill tomó un avión y aterrizó en Berlín, exigiendo sentarse en la misma silla en que el dictador nazi había dirigido la cruzada criminal y dejando una imagen para la posterioridad como ejemplo para las futuras generaciones libres.
El Reino Unido, la democracia más antigua del continente y siempre ejemplo de moderación, sabiduría y respeto por las Leyes, desde la muerte de Churchill (1965) dio grandes lecciones a Europa, ingresó en la Unión Europea (UE), mostró una fortaleza política y económica casi única en el continente y fortaleció, a través del vínculo transatlántico con los Estados Unidos, a la OTAN, pilar fundamental en la defensa de las libertades y los derechos fundamentales en el mundo durante la Guerra Fría contra el imperio del mal, el comunismo instalado más allá del "telón de acero", tal como había nombrado Churchill al bloque soviético instalado fuera de las fronteras de la Europa democrática.
EL BREXIT IRRUMPE EN LA POLÍTICA BRITÁNICA
Ahora, sin embargo, las cosas son muy distintas. Los británicos votaron hace apenas tres años, en el 2016, por la salida del Reino Unido de la UE, poniendo fin a más de cuatro décadas de haber compartido con sus socios europeos valores, principios y proyectos centrales para hacer de Europa un fortín de progreso, bienestar material y también de democracia. Y embarcándose en un camino incierto: el Brexit. Lo hacían más para castigar al gobierno de entonces, presidido por el conservador David Cameron, que porque realmente tenían el deseo de poner fin a esa gran aventura de la casa común europea que había nacido tras la Segunda Guerra Mundial, en que finalmente los europeos comprendieron que era mejor participar en un proyecto común que estar enfrascados en interminables guerras.
Luego, tras tres años de arduas negociaciones con Bruselas por parte del ejecutivo de Theresa May tras la caída de Cameron, la salida de la UE estaba lista pero comenzaron a presentarse problemas tras ser rechazado el acuerdo por el legislativo británico. Así apareció la gran oportunidad para Boris Johnson, quien aprovechó el fracaso y la consiguiente caída de May para hacerse con el máximo poder en las filas del Partido Conservador a través de unas primarias. Johnson, que a lo largo de su vida ha sido un mentiroso compulsivo que llegó a ser despedido del prestigioso periódico The Times por inventarse una cita, es también un egolatra y un personaje zafio y vulgar, que ha llegado a decir que"“si vamos a autorizar que se casen dos hombres, no sé por qué no podemos autorizar que lo hagan tres, o dos y un chimpancé".
También Johnson ha sido un descarado oportunista que se aprovecho de impopularidad de sus predecesores, Cameron y May, para ir escalando hasta la cima de los conservadores con un discurso diferenciado de ambos pero que era popular en algunos sectores de la sociedad británica, aunque muchas veces ni siquiera él mismo estaba convencido de ese mismo discurso aunque le servía a sus fines. El poder era el fin en sí mismo, sus planteamientos antieuropeos el medio para conseguirlo.
Ahora, aunque en horas bajas tras negarse el parlamento británico a aceptar nuevas elecciones y un Brexit duro, es decir la salida de la UE sin acuerdo, tal como pretenden los euroescépticos más radicales que él mismo lidera, Johnson se encuentra en un momento crucial de su vida. Sus planes se están torciendo y son muchos los que ya dudan de Johnson, como su hermano,que era diputado y acaba de renunciar, acerca de su capacidad de liderazgo y de si la salida de la UE no acabará desembocando en una auténtica catástrofe para el país.
Por ahora, los planes del bufón de palacio no se están cumpliendo. Pero si de nuevo vuelve a la carga Johnson y consigue imponer sus inamovibles posiciones, algo a lo que se opone quizá la mayoría social del país, lo que está en juego no es el Brexit, sino el futuro de toda una nación con una larga historia milenaria. Escocia, que votó en contra del Brexit, pretende celebrar otra consulta independentista y quizá Gales camine en la misma dirección ante el temor a que el Brexit duro hunda su economía. Lo mismo ocurre en Irlanda del Norte, donde el fin de la salvaguarda irlandesa y la implantación de nuevas fronteras con Irlanda, tal como quiere imponer Johnson, pondría de nuevo al país seguramente al borde de un conflicto que ya parecía enterrado para siempre. Por no hablar de la economía, en un contexto marcado por el hundimiento de la libra en todos los mercados, la huida de empresas foráneas del Reino Unido y la pérdida de confianza en el exterior del país. Puede que algún día esta nueva versión de Trump británico consiga sus objetivos pero eso no será óbice para el Reino Unido se enfrente a una de las mayores crisis de su historia por obra y gracia de esta nueva versión de bufón palaciego. ¿Será así?