Había una vez un joven periodista inglés que llegó a Bruselas para acabar con todos los mitos y crear unos cuantos. Pasaron dos décadas y Boris Johnson, el excéntrico capaz de combinar la comedia con la erudición, el chiste con los apasionados discursos al estilo de Winston Churchill, incorregible, populista, ególatra, seductor de masas que dice de sí mismo ser “un tipo sabio al que le gusta hacerse el tonto para ganar”, tomará la silla que deja Theresa May, convertido en primer ministro del Reino Unido, aupado por el caballito de batalla del brexit, su causa desde el Daily Telegraph cuando apenas tenía 24 años.
Con su peculiar mata de pelo rubia, vestido al desgaire y en un Alfa Romeo rojo con las puertas amarradas con cuerdas, Boris parecía perdido en el diario produciendo historias flojas que ponían en evidencia su poca habilidad para la reportería de lo que entonces era la Comunidad Económica Europea (CCE). The Times lo había despedido por inventar una cita y atribuírsela a su propio padrino, el historiador Colin Lucas.
Pero el estudiante de Eaton, -el exclusivo colegio donde se han graduado la realeza británica y 19 primeros ministros conservadores- el que estudió los clásicos en Oxford, el voltearepas político que se alineó con el Partido Demócrata Social de centroizquierda para ganar la presidencia de la sociedad de debate Unión de Oxford, tenía un as bajo la manga.
Boris pronto sacó a relucir el humor, su baza ganadora. Y encontró el trampolín perfecto que lo llevaría a la cima de su carrera: la batalla para evitar que el Reino Unido se incorporara a la Unión Europea. Las interminables discusiones sobre las reglas comunitarias fueron blanco certero de su humor. Él dice que inventó el más famoso de los términos del brexit: “euroescéptico”. Desde Bélgica empezó a disparar material para uso de los euroescépticos. Exageraciones de muchos calibres, información que manipulaba para adaptarla a sus historias. Frases de primera página que hicieron carrera. ¡La Unión Europea prohibirá las papas fritas sabor a camarón! ¡Enviarán perros rastreadores para regular el olor del estiércol! ¡Las tallas de los condones han sido estandarizadas!
Boris Johnson, el periodista euroescéptico que llegó a primer ministro
Los euroescépticos conservadores veían cómo sus rivales que sacaban a relucir cifras “contundentes” quedaban aplastados por los mitos de siete palabras publicados en el Daily Telegraph. Esos mitos eran a veces divertidos, a veces absurdos, a veces tenían un pequeño elemento verdadero, pero casi siempre eran enormemente distorsionados, o totalmente falsos, dicen algunos de sus colegas corresponsales en Bruselas. Pero las historias se hicieron inmensamente populares. El diario se rindió finalmente al éxito de Boris. La primera ministra Margaret Thatcher lo hizo ante su mofa sistemática de las instituciones europeas, y lo convirtió en su periodista favorito. Boris se volvió una marca.
Boris, hijo de un eurodiputado del Partido Conservador, Stanley Johnson, estaba disfrutando su carrera en ascenso y su batalla contra la UE que muchos vieron como un buen parapeto para impulsar su desmedida ambición. “Cada vez que escribía desde Bruselas, era como si lanzara rocas por encima de la barda y escuchara el increíble sonido de los vidrios que se rompían en el invernadero de al lado, en Inglaterra. Todo lo que escribía tenía un asombroso efecto explosivo en el partido tory (conservador) y en verdad me daba esta extraña sensación de poder, supongo”. “Fue la época más emocionante de mi carrera”, ha repetido muchas veces.
Si bien la falta de rigor colmó la copa y la estrella del periodismo tuvo que regresar a Londres y dejar la planta del diario, mantuvo la columna hasta ayer por la que el Telegraph le pagaba 300.000 euros al año, unos $1.078 millones. Suma no despreciable para un reconocido tacaño.
Las Boris Bike que se alquilaban y se dejan donde se quisiera se volvieron muy populares
Veinte años después, Boris Johnson volvió a encontrarse con el brexit. Para entonces ya había dirigido el muy conservador Spectator con su inconfundible sello de provocación, había logrado un escaño en los Comunes y alcanzado su meta política más querida: la Alcaldía de Londres. Se la arrebató al laborista Ken Livingstone, y la recuperó para los conservadores diez años después. Contra el pronóstico de sus detractores fue un buen alcalde que logró la reelección. Se acercó mucho a los londinenses que simplemente le llamaron Boris, tomó medidas populares como prohibir el consumo de licor en el transporte público para acabar los zafarranchos, llevó las bicicletas de alquiler al centro de la ciudad popularizando las Boris Bikes, los tradicionales buses rojos de dos pisos volvieron a las calles, hizo un teleférico sobre el Támesis, una torre de observación de 114,5 metros de altura, la ArcelorMittal Orbit, en el Parque Olímpico Reina Isabel, y realizó unos memorables Juegos Olímpicos que dejaron su imagen colgante en una tarabita para promocionarlos.
Alexander Boris de Pfeffel Johnson, el más inglés de los ingleses nacido en Nueva York de ancestros turcos, la “ambición rubia”, encontró una causa a la medida cuando los conservadores recibieron el llamado para tomar partido en el referendo del brexit. Y aunque no quería incorporarse de lleno terminó recorriendo el país en un bus rojo blandiendo al aire un manojo de espárragos como símbolo de la agricultura británica mientras su amigo de Eton, el primer ministro David Cameron se enfrascaba en las cifras. El brexit fue, efectivamente, un peldaño en la ambición de Johnson, pero el brexit nunca hubiera triunfado sin él. El ‘factor Boris’ fue la pieza clave a la hora de marcar las diferencias. El triunfo del brexit fue también el triunfo en el pulso de Boris Johnson con David Cameron, y el pulso por la supremacía en el Partido Conservador.
Boris Johnson, el candidato favorito de Donald Trump, tomó el relevo de Theresa May
Pero, como una tragedia digna de Shakespeare, al cierre de las candidaturas para suceder a Cameron, Boris Johnson cayó bajo el peso de la traición de Michael Gove, su compañero de batalla. Theresa May le arrebató la victoria y llegó a primera ministra con el compromiso de poner en marcha el brexit. El fracaso de May podría ser el tema de otra tragedia.
Boris Johnson, ministro de Exteriores de May, fue el primero en entrar a la carrera por la sucesión, que se dirimió, según lo establecido, por la votación de los 160.000 afiliados al Partido Conservador. Ellos le dieron su apoyo, entusiasmados por el populista capaz de emocionar las grandes multitudes, de cambiar el gris del partido. Pero, sobre todo, porque les dijo lo que querían escuchar: el Reino Unido saldrá de la Unión Europea, con o sin acuerdo, el 31 de octubre.
El favorito de Donald Trump tomará desde hoy las riendas de la salida de la Unión Europea. 24 horas antes se despidió de The Daily Telegraph -el diario que lo contrató desde aquella primavera de 1989-, con una última columna en la que comparó el brexit con la llegada a la Luna, pidiendo a los ingleses contagiarse del "can do spirit" ("el espíritu de es posible hacerlo") que permitió a los estadounidenses alunizar hace 50 años. Hoy, la “ambición rubia” está aterrizando en el 10 de Downing Street.