Casi todas las tardes la centenaria Leonor Acevedo Suarez, se sentaba en un sillón al lado de su hijo, Jorge Luis, y le releía a Milton y a Chesterton y los cuentos de Ray Bradbury y todos esos libros ingleses que tanto le gustaban. A veces, Borges, el temible lector, aceptaba que Leonor le leyera las novelas de autores vivos.
Con el boom latinoamericano pasó siempre por un ladito y alcanzó a reconocer que nunca le interesó Vargas Llosa a pesar del éxito arrollador de novelas como La casa verde o Conversación en la catedral. Con Cortázar mantuvo una relación fría en parte por la inquebrantable izquierdismo del autor de Rayuela y el desinterés político de Borges. A Ernesto Sábato lo despreciaba y siempre creyó que el único literato latinoamericano digno era Leopoldo Lugones.
De la literatura colombiana le gustaba Barba Jacob, creía que leer La Vorágine era como pasear una tarde de verano por el Amazonas y consideraba a José Asunción Silva como uno de los mejores poetas de la lengua española. El Nocturno era uno de los poemas que siempre le pedía a su madre que le leyera.
En cambio estaba lejos de compartir el entusiasmo que despertaba en la década del 30 las novelas de José María Vargas Vila. Según Borges “el único contacto que tuvo con la literatura” el autor bogotano fue una crítica que le hizo a un poeta: "Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patibulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia".
En 1968, cuando estaba en pleno furor Cien años de soledad, recién editada en Buenos Aires por la editorial Suramericana, Borges no pudo quedarse inmune ante la fiebre y le pidió a su madre que le comprara un ejemplar. Disfrutó con las primeras aventuras de la tribu: José Arcadio atravesando con una lanza la garganta de Prudencio Aguilar y su fantasma sofocando a los Buendía, obligándolo a atravesar la ciénaga y a fundar Macondo. Sí, incluso le gustó cuando los gitanos llegaron y Melquiades mostró que las alfombras de Persia podían volar.
Dos tardes duró Leonor su lectura hasta que Borges le ordenó a su madre cerrar el libro. Nunca lo terminó y, cada vez que le preguntaban, dijo que no soportó leer más de 80 páginas.
Igual el concepto de uno de los más grandes lectores que ha pisado la tierra nunca le restará grandeza a la obra inmortal de Gabriel García Márquez.