Las declaraciones de Guillermo Botero, ministro colombiano de Defensa, sobre la llegada a Venezuela de dos bombarderos estratégicos rusos, para hacer “maniobras” en ese país, dejan mucho que desear. Hacen pensar que él no le da la atención que merece ese hecho. ¿Ve en ese acto de Vladimir Putin un gesto rutinario y sin consecuencias a mediano y largo plazo para la seguridad de Colombia y del hemisferio?
"Colombia no es un país provocativo, no provoca y no será provocado", afirmó alegremente el ministro Botero. ¿Qué quiere eso decir? ¿Qué Colombia no hará nada? Botero aduce que las maniobras militares “no son nuevas en Venezuela” y que el ejército colombiano siempre ha actuado con "una prudencia infalible".
¿Prudencia? La única prudencia que cabe ante ese paso adicional de Rusia y Venezuela, destinado desequilibrar aún más la relación de fuerza militar frente a Colombia, es buscar la manera de contrarrestar ese desequilibrio con contramedidas militares y diplomáticas.
Fueron voceros del ejército ruso los que anunciaron ayer que habían puesto en Venezuela tres aviones de largo alcance: un bombardero Tupolev-160, un carguero Antonov-124 y un Ilyushin-62, un avión de pasajeros. El Tupolev-160 es capaz de llevar y lanzar bombas atómicas o cargar, en su defecto, más de 40 toneladas de armamento pesado, como misiles de crucero de largo alcance. El enorme Antonov-124, dotado de un fuselaje especial, puede transportar hasta 150 toneladas de carga, como máquinas, equipos y tropas. El viejo Ilyushin-62 entró en servicio en 1986 y puede transportar 186 pasajeros. Los rusos no han dicho que había en las bodegas de esos aviones.
Sin embargo, nada indica que el gobierno colombiano quiera molestarse ante tales fruslerías.
Es obvio que Putin envió esos bombarderos y unas tropas no cuantificadas no solo para ayudar a su amigo Maduro, cuya dudosa legitimidad terminará el 10 de enero próximo, sino para demostrar que Rusia ha adquirido una capacidad nueva para incursionar militarmente en el norte de la América Latina. No sobra recordar que las inversiones rusas en los sectores petrolero y minero en Venezuela, país asfixiado por una terrible crisis económica, sólo ascienden a seis mil millones de dólares.
Ahora falta saber si las “maniobras militares conjuntas de Venezuela y Rusia” incluyen una nueva violación del espacio aéreo colombiano, como ocurrió, con otro avión de tipo Tupolev-160, en noviembre de 2013.
La respuesta de Bogotá ante tales incursiones bélicas podría ser más activa: podría reabrir, por lo menos, el expediente de las relaciones de Colombia con la Otan y reactualizar las negociaciones con Estados Unidos para reforzar la presencia militar americana en las bases aéreas colombianas.
Los acercamientos que hubo durante el gobierno de Álvaro Uribe entre Colombia y la Otan y la agenda para modernizar con ayuda americana las bases de la Fuerza Aérea de Colombia fueron dos temas que Bogotá abandonó cuando el dictador venezolano Hugo Chávez le ordenó a Juan Manuel Santos cancelar esos proyecto. Muy sumiso, Santos acató lo pedido por Chávez y este lo apoyó durante las negociaciones con las Farc en La Habana.
La “prudencia infalible” es una bonita fórmula del ministro Botero, pero indica que, en los hechos, Colombia deja hacer a Caracas lo que quiere y no se le ocurre siquiera decirle a Rusia que la llegada de sus bombarderos al vecino país constituye una amenaza a la seguridad nacional colombiana.
Cuando los Estados Unidos y la Otan llevan tropas y equipos a Polonia y a los países bálticos para protegerlos de las ambiciones rusas, el Kremlin protesta. Colombia tiene relaciones diplomáticas y comerciales con Moscú. Haría bien si le hace saber al Kremlin, en los términos más diplomáticos posibles, que debe respetar esas relaciones y que la llegada de tropas y sofisticadas armas rusas a Venezuela no contribuye a eso. Es lo menos que Bogotá debe hacer. ¿Lo ha hecho? ¿Lo piensa hacer?
Deben estar creyendo lo que dicen los rusos que aterrizaron en Maiquetía: “la paz es nuestro objetivo”. Esa canción la hemos oído antes. ¿No la empleó la URSS cuando envió sus tropas para invadir a Hungría en 1956? ¿No dijeron lo mismo cuando invadieron a Afganistán en 1979?
Como el dictador Nicolás Maduro repite que Estados Unidos ha “iniciado la implementación de un plan para derrocarlo con la ayuda de Colombia”, la llegada de las tropas rusas a Venezuela es una respuesta rusa a eso. ¿Exageramos si vemos una intimidación contra Colombia y Estados Unidos?
Colombia niega que tenga la intención de derrocar por la fuerza el detestable régimen de Nicolás Maduro, pero ha congelado sus relaciones con Venezuela desde mediados de 2017. La irrupción de rusos e iraníes en Venezuela para sostener a Maduro debería abrirles los ojos un poco más al ministro Botero y al presidente Duque.