El desarrollo tecnológico del mundo ha puesto el litio como un valiosísimo mineral indispensable en el mundo moderno. Bolivia tiene la mayor reserva de litio en el mundo y según Bloomberg tiene un potencial para producir el 20% del litio del mundo para 2022.
El gran depósito está en el Salar de Uyuni, un lago prehistórico que se secó y que hoy es un desierto de sal blanca de 11.000 kilómetros cuadrados, ubicado en el sur de Bolivia, con un alto valor turístico, también es la reserva de litio más grande del mundo, con 21 millones de toneladas del preciado mineral, como indica un informe de la consultora minera estadounidense SRK. A esta conclusión llegaron luego de realizar perforaciones de 50 metros de profundidad en un territorio que cubre el 64% del desierto salado.
Hoy en día una buena parte del motor del mundo funciona con baterías de litio, que son la fuente de energía de automóviles, computadores portátiles, relojes inteligentes y celulares. Claramente, en una era tecnológica como la actual, donde casi todos los dispositivos son portátiles y, por ende, necesitan una batería recargable, el litio tiene un valor muy alto, es por eso que muchos lo llaman el oro blanco, aunque también podrían llamarlo el petróleo blanco.
Esta es una gran ventaja económica para Bolivia, debido a que puede generar convenios comerciales millonarios para la extracción y producción de litio, como el que según Bloomberg habría realizado el gobierno boliviano con el Grupo ACI, una empresa alemana que gestiona y apoya proyectos en industrias fotovoltaicas, de baterías y automotriz, por un valor de USD 250 millones, aunque el futuro de ese contrato puede verse afectado por la reciente renuncia del presidente boliviano Evo Morales.
Sin embargo, tener la mayor reserva de litio del mundo no es un jardín de rosas. Si bien genera empleos y, como se señaló antes, incrementa el ingreso de dinero al país suramericano, la extracción del litio es un proceso que causa un impacto en el ecosistema. Bajo algunos salares, como el de Uyuni, hay enormes depósitos subterráneos naturales de agua salada con sales de litio disueltas.
Los mineros deben extraerlas bombeando esa agua a la superficie para que se evapore al sol y quede el carbonato de litio listo para recoger y transformarla en litio metálico, que es el que se usa en las baterías. Al hacer esto no solo secan el agua salada de estos pozos, sino que las empresas mineras también extraen agua dulce, que usan para limpiar máquinas y tuberías, además de producir potasa, un fertilizante. Este uso de agua dulce afecta a la flora, la fauna y a la población civil, especialmente a las comunidades indígenas que usan esa agua para subsistir en un área desértica y a las que una sobreexplotación de esas reservas de litio pone en riesgo su acceso al agua dulce para su consumo y para la agricultura.
La demanda de este mineral blanco plateado y blando se ha disparado en los últimos años. El Servicio Geológico de Estados Unidos afirma que entre 2005 y 2018 la producción mundial de litio se triplicó, llegando a 85.000 toneladas anuales. El valor mínimo por tonelada de litio es de 5.952 dólares (unos 19,8 millones de pesos colombianos) y el valor máximo es de 6.614 dólares por tonelada (más de 22 millones de pesos colombianos) según el Ministerio de Minería de Chile (país considerado uno de los mayores productores de litio del mundo, gracias especialmente al Salar de Atacama y cuyo principal yacimiento pertenece a Julio Ponce Lerou, exyerno del dictador Augusto Pinochet.
Si bien Evo Morales la tenía clara y avanzó en este primer convenio de exploración con el grupo ACI, la nueva realidad política lo alejó de la posibilidad de ver a su país contar con esta riqueza natural que podrá traducirse en ingresos que necesita la economía, que sigue siendo una de las más pobres de la región.