Alentadores sucesos internacionales indican que ganan terreno las fuerzas democráticas de países donde predominaron gobiernos autoritarios al servicio del exprimidor neoliberalismo.
Después que en Argentina y México se asentaron gobiernos progresistas, en Bolivia, superado un golpe de Estado disimulado —facilitado por el mesianismo de Evo Morales que intentó perpetuarse en la presidencia—, con mayorías contundentes ganó en primera vuelta el representante del MAS, Luis Arce, artífice del modelo económico que durante ocho años les permitió crecer a ritmo sostenido superior al 4,5% del PIB, a partir de la nacionalización del gas y el impulso a proyectos productivos cooperativos entre las deprimidas comunidades indígenas, campesinas y urbanas, que notoriamente mejoraron sus condiciones de vida y salieron de la pobreza extrema.
En Chile, después de masivas movilizaciones populares iniciadas por los “pingüinos” estudiantes de secundaria, triunfó la convocatoria al plebiscito buscando derogar la constitución diseñada por Pinochet, quien durante su dictadura entregó a la voracidad del gran capital nacional e internacional los recursos naturales y empresas estatales, de servicios públicos y los bancos, sirviendo de modelo para el modelo neoliberal, que con el liderazgo de los lobos de Wall Street, a partir de los años 80, implantaron en la mayoría de países del planeta, incluido Colombia.
En los Estados Unidos, después de un gobierno liderado por el racista, estafador, megalómano y evasor de impuestos Donald Trump —que llevó a los Estados Unidos a rebajar sus instituciones casi a nivel de república bananera, mientras la aislaba del escenario internacional facilitando el ascenso de China y Rusia—, hay grandes posibilidades de que gane la presidencia Joe Biden y los demócratas recuperen mayoría en el Senado, lo que debilitaría a gobiernos autoritarios de ultraderecha, como los de Brasil y Colombia, que abierta y descaradamente se sumaron a la campaña reeleccionista republicana, y quienes han contado con la complicidad del gobierno norteamericano para apoderarse de todos los poderes públicos del Estado, tal como acaba de hacerlo Trump con la Corte Suprema, y diseñar las instituciones y la economía para que poderosos grupos industriales, agroindustriales, mineros y financieros sigan enriqueciéndose sin medida, mientras destruyen los recursos naturales.
En Colombia arrancó la campaña presidencial del 2022 con numerosos precandidatos de partidos de oposición, que proponen acuerdos programáticos previos alrededor de puntos mínimos, aprendiendo de los errores cometidos en la anterior campaña, para ir unidos a las urnas, antes que el gobierno y las fuerzas oscuras que lo respaldan acaben con los líderes, movimientos sociales y se afiance como una dictadura legal.
Cuando no se conoce el resultado de las elecciones de los Estados Unidos, el binomio Uribe-Duque propone un referendo enmermelado con algunas limosnas, buscando atraer al pueblo raso para garantizar su impunidad y de muchos empresarios y militares que lo acompañaron en el proyecto de la parapolítica.
La propuesta de referendo uribista esencialmente busca acabar con las cortes, para crear una que pueda controlar, al estilo Maduro, y de repeso desmantelar la JEP, a la que solo se acogieron desmovilizados de las Farc y algunos militares, para que no acudan a contar la verdad, numerosos empresarios y políticos que apoyaron a los paramilitares.
A nivel internacional y nacional vivimos un momento crítico y decisivo para derrotar en las urnas al proyecto autoritario neoliberal, que con base a la manipulación de los medios de comunicación y redes sociales mangonea a las mayorías de analfabetas funcionales, que tanto en Colombia, Estados Unidos y el Brasil, se dejan asustar por las mentiras asociando programas de reformas económicas y sociales en beneficio de las mayorías, con el “comunismo, castrochavismo o socialismo”; y asumiendo teatrales poses de rezanderos cristianos, sus dirigentes, se promocionan como “gentes de bien”, mientras debajo de cuerda, gracias a la corrupción se enriquecen sin medida y haciendo trizas el acuerdo de paz, permiten la presencia de diversos grupos armados, entre ellos los paramilitares reciclados, para que en medio de la rebambaramba, tiren la piedra y escondan la mano, apuntando a los líderes sociales, defensores del medio ambiente y derechos humanos y así descabezar a los movimientos comunitarios del campo y la ciudad.
Por lo pronto, ¡fuerza, Biden!