'Bola de sebo', guerras inútiles y militares abusivos

'Bola de sebo', guerras inútiles y militares abusivos

Este cuento de Maupassant, que devela las múltiples caras de la voluble condición humana desnudadas, no pierde vigencia

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
agosto 12, 2020
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'Bola de sebo', guerras inútiles y militares abusivos
Paul-Émile Boutigny

Sin duda que en sus escasos 46 años de vida, además de las influencias literarias de Flaubert, el hecho que más influyó en la vida y obra de Guy de Maupassant fue la derrota, a partir de 1871, del ejército francés y la invasión de parte de su territorio por los mejor armados soldados prusianos, que aceleraron la caída de Napoleón III y abrieron las puertas a la Segunda República.

Así nos lo revela el realista narrador omnisciente, desde el primer párrafo de Bola de Sebo, al describirnos con imágenes cinematográficas, las ruinas humanas y materiales del deshilvanado desfilar de soldados y oficiales cabizbajos y mal trajeados, que otrora acostumbrados a vencer, regresan derrotados en busca de territorio más seguro, antes que los enemigos avancen y con sus tropas victoriosas se asienten en pueblos y ciudades cercanas, como Ruán.

En la detallada descripción del ejército humillado también se mimetiza con el sentimiento de temor que sufren los habitantes de comunidades que de la noche a la mañana se encuentran a merced de la violencia, el despojo y las incertidumbres generadas por los abusos que puedan cometer los invasores. Además desenmascara las falsas poses heroicas y de patriotismo de fanfarrones que quieren destacarse gracias a su riqueza, posición y alardes, hasta que huyen cobardemente ante el avance incontenible del enemigo.

Después de que soldados y oficiales han ocupado la ciudad, caminan orgullosos con sus vistosos uniformes y ruidosos sables, miran por encima del hombro a los transeúntes y están alojados en las casas de los habitantes de Ruán, en privado los franceses tienen un comportamiento más cálido y colaboracionista para mantener sus bienes e intereses, mientras en público se muestran distantes con los prusianos.

Pero sin embargo en el ambiente se sentía la “peste de la invasión” sufrida con mayor intensidad y dolor por los tacaños normandos a los que les exigían onerosas contribuciones.

Es entonces, cuando algunos de los más ricos y aristócratas planean escapar a la Francia no ocupada; y aprovechando influencias con oficiales alemanes y aflojando una buena suma de dinero, adquieren el salvoconducto para poder abandonar Ruán.

Ahí, es cuando el relato se concentra en el espacio del coche que va a Dieppe, una escala intermedia antes de llegar al puerto de Le Havre.

El viaje se inicia en una madrugada de un martes cubierto por nieve. Compartiendo con sus estirados compañeros, acompañados de sus emperifolladas esposas, viaja la prostituta regordeta de rostro hermoso, más conocida como ‘Bola de Sebo’, el personaje principal de la historia.

Con gran profusión descriptiva en escenas imbuidas de imágenes en las que se combinan todos los sentidos, al estilo realista, el autor continúa la descripción del paisaje y la atmósfera del coche detallando los orígenes y características físicas, económicas y posición social de sus ocupantes.

En la fila de adelante el señor Loiseau, el barrigón vinatero bromista y mañoso con gran fortuna, de dudoso origen, rigurosamente administrada por su regordeta esposa; el acaudalado industrial y diputado, señor Carré-Lamandón y su joven esposa “consuelo de los militares distinguidos”; el conde y la condesa Hurbert de Breville, hijo de una aventura amorosa del rey Enrique; Dos monjas, rezando el rosario: una vieja marcada por la viruela y otra joven con cara de tísica; frente a ellas el bebedor y “fiero demócrata y terror de las gentes respetables”, republicano Cordunet; a su lado “una mujer de la que llaman galantes, famosa por su abultamiento prematuro que le valió el sobrenombre de Bola de Sebo”; de menos de mediana estatura, mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las falanges, como rosarios de salchichas gordas y enanas, con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa”.

En cuanto la reconocen en el carruaje la mayoría de ocupantes excepto Loiseau que la deseaba empiezan a rechazarla con voces como “vergüenza pública”, etc. Ella los reta con la mirada y callan en sus críticas.

En el viaje la conversación se cierra entre las tres damas, que ignoran a Bola de Sebo, y por otro lado, entre sus esposos, hermanados por la francmasonería y temas de negocios y relaciones entre los pudientes.

Debido a la fuerte nevada y las pésimas condiciones del camino el viaje se alarga, tienen que parar varias veces y además del frio, el hambre empieza a fatigarlos. Inútilmente buscan provisiones en las escasas casas y posadas de los alrededores, y, en uno de los momentos de tensión y contraste del relato, a partir de los cuales nos muestra los falsos sentimientos de los utilitaristas e hipócritas personajes, Bola de Sebo, después de varios amagos, saca una canasta surtida de cuatro botellas de vino, varios pasteles y queso y dos pollos asados cubiertos de gelatina que hacen babear a sus compañeros de viaje.

Comienza a degustar un ala de pollo y el primero que muestra las ganas es el vinatero Loiseau, quien para halagarla destaca su previsión al ser la única en traer tan surtido fiambre. Ella le ofrece una presa y el acepta. Bola de Sebo le ofrece a las monjitas, que tímidamente acceden al igual que Courdonet, y al destaparse la primera botella de vino y al haber solo un vaso, todos beben, limpiándolo con una servilleta, a excepción de Courdenet gustoso de hacerlo enseguida de Bola de Sebo.

Los aristócratas de la parte anterior del coche rumiaban el hambre en tiburonescos bostezos y cuando se desmaya la señora de Carre-Landon, las monjitas la reaniman con vino y al final y con remilgos acepta comer de las apetitosas presas que generosamente les ofrece Bola de Sebo.

Pronto se atragantan las fauces de todos, bajando con tragos de vino, y empiezan a hablar del odio a los alemanes, a los que han alojado en sus casas, y destacan la valentía de los franceses; y en medio de la charla Bola de Sebo, con un ferviente discurso de crítica a los ‘gandules’ que abandonaron al rey, les confiesa que a pesar de tener llenas sus alacenas y no faltarle nada, fue por su gran odio a los invasores y profundos sentimientos patrióticos y bonapartistas, que decidió abandonar Ruán. Las dos damas que odian a la República se identifican con su política proclive a la monarquía.

Cuando vaciaron la cesta y las botellas la conversación se adormila; y al entrar la noche el frio acosa. Una de las damas le ofrece a Bola de Sebo su calentador de pies. Aprovechando la oscuridad al interior del coche Courdonet empieza a manosear a Bola de Sebo que lo rechaza en medio de un manoteo.

Al llegar a Totes, se da la principal tensión en el relato, cuando el coche es detenido en un retén prusiano. Después de la revisión de los documentos, se prolonga la parada y la inquietud de los viajeros, que al cabo de las horas y en medio de la cena, se enteran del real motivo de la detención: el oficial alemán quiere los servicios de la señorita Isabel Rousset, más conocida como Bola de Sebo.

La elegida, imbuida del ferviente patriotismo que les confesó cuando consumían las provisiones, se niega rotundamente a yacer con el enemigo; y durante la cena y esa noche, no acepta la propuesta del alemán. Al día siguiente, al ver que la diligencia permanece estacionada y el cochero no aparece, se enteran que, hasta que la señorita Isabel no acepte ‘ser pasada por las sensuales armas de los prusianos’, no les será autorizado el viaje.

Transcurren las horas en la posada en medio de conversaciones entre afines y juegos de cartas para hacer menos tediosa la espera, hasta que ante la terquedad del oficial prusiano, todos arman una sólida estrategia de razones para derrumbar las fortalezas morales de Bola de Sebo; y con sus insinuaciones, desnudan la falsedad y oportunismo de sus sentimientos, al tratar de convencerla haciéndole creer, que al ceder a los carnales requerimientos, obra con profundos sentimientos de amor al prójimo, que la enaltecerán.

Después de otra noche en la taberna, aumenta la presión de los viajeros sobre Isabel, esta vez con razones menos galantes, como la expresada por la esposa del vinatero Loiseau: “no podemos envejecer aquí. ¿No es oficio de la moza complacer a todos los hombres? ¿Cómo se permite rechazar a uno? ¡Si la conoceremos! En Ruán lo arrebaña todo; hasta los cocheros tienen que ver con ella.”

Ante tantas presiones, al final ella acepta sacrificarse por sus compañeros de coche, va a una habitación con el oficial prusiano y cuando regresa, con la vergüenza reflejada en su rostro, al reanudarse el viaje y las conversaciones, aflora la gazmoñería y tartufismo de los falsos e hipócritas compañeros; y especialmente de las orgullosas damas que le restriegan en la cara su condición de prostituta; y de repeso cuando sienten hambre y despliegan los variados viandas que les prepararon en hospedaje y no le ofrecen ni un bocado, después de habérsele tragado el fiambre y vino.

En este cuento largo o novela corta, Maupassant devela las múltiples caras de la voluble condición humana desnudadas por las guerras absurdas promovidas por los poderosos para dividir a los pueblos y enriquecerse con las ventas de armas, provisiones y rapiñas a los vencidos, tal como lo expresa a calzón quitao la esposa del posadero:

Si señora… esos militares no sirven para nada. El pobre tiene que alimentarlos mientras aprenden a destruir. Yo soy una vieja sin estudios, a mí no me han educado, es cierto: pero al ver que se fatigan y se revientan en ese ir y venir mañana y tarde, me digo: habiendo tantas gentes que trabajan por ser útiles a los demás, ¿por qué otros procuran, a fuerza de tanto sacrificio, ser perjudiciales? ¿No es una compasión que se maten a los hombres, sean prusianos o ingleses, poloneses o franceses?.

Mientras comen a dos carrillos los compañeros de viaje que horas antes valiéndose de lisonjas, mil razones y requiebros, la convencieron de que se entregara al oficial prusiano, Bola de Sebo solo llora hasta que termina el viaje, a la par que el revolucionario Courdonet, descascara un huevo tibio a la par que silba los acordes de La Marsellesa, y el vinatero canta una de las estrofas del himno nacional de los promotores de la libertad, igualdad y fraternidad.

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