'Bohemian Rhapsody', otra noche en la ópera

'Bohemian Rhapsody', otra noche en la ópera

Aunque la obsesión por no desagradar la convierte en una biopic ficticia e inacabada, con un guion intrascendente, la cinta es salvada por la gran actuación de su protagonista

Por: Jonathan Le Bouffartique
noviembre 13, 2018
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'Bohemian Rhapsody', otra noche en la ópera
Foto: Fox

Son pocas las veces que una película me produce tantos sentimientos encontrados al momento de recomendarla y Bohemian Rhapsody, el tributo cinematográfico que habría de llevar la leyenda y el legado musical de Queen a la pantalla grande, es la excepción. Aunque es una cinta que está hecha para ofrecernos lo más parecido posible a la experiencia sensorial de ver a Freddie Mercury en vivo —y lo logra—, no deja de ser una historia descaradamente parcial que tiene toda suerte de ficciones que desdibujan las expectativas de sus fanáticos con una serie de errores casi imperdonables que distorsionan la historia del artista. No obstante, Bohemian Rhapsody jamás sería una película que pudiera convertirse en un fracaso en la taquilla, considerando que el repertorio de la banda está en el catálogo definitivo de los himnos universales de la música; más allá de lo que la cinta nos pueda contar en ciento veinte minutos, esa sería quizás la única experiencia por la que los fanáticos enamorados podríamos adorarla.

He ahí el éxito en taquilla. La música es el camino más fácil para emocionar a los fanáticos, porque solo basta con que suene la voz de Freddie Mercury para que la película sea épica. Sin embargo, su uso exagerado en la historia acaba por hacerla ver artificial e innecesaria, buscando llenar algunos vacíos existentes en la trama y, a la vez, quitándole la solemnidad y la importancia que algunas escenas requieren para cobrar vida.

Aunque Freddie Mercury encarne, naturalmente, a Queen y, por ende, la película gire en torno a su desordenada historia, esa ficción narrativa se hace sospechosa al abstenerse de contarle a los espectadores la vida de Brian May, Roger Taylor y John Deacon —los demás miembros de la banda—. Por momentos, dejan de ser figuras estelares para acabar convertidos en un ruido de fondo que hace parte de la cinta y del que no se sabe mucho, salvo que algunos tienen esposas e hijos. Una sucesión de errores que reduce el argumento de la cinta a una epopeya en la que, como espectador, resulta difícil acercarse a sus personajes y saber lo que pasó fuera de los estudios de grabación. No obstante, esta idea de hacer una cinta más comercial banaliza la figura de Mercury al punto de mostrarlo simplemente como una persona complicada que luchó por aceptarse en un momento en el que ser gay era un tabú social y que actuaba motivado a través del dolor.

Conforme avanzan los primeros minutos de la cinta y se desarrolla la historia, que se ubica en 1970, se muestra una presurosa necesidad del director de llegar hasta 1975. Pero, ¿por qué, con qué fin? Para empezar, la manera cómo se conocen los integrantes de la banda consolida el primer mito. En la cinta, un joven Farrokh Bulsara ve una presentación del grupo Smile y después busca a Brian May y Roger Taylor para decirles que está interesado en ser el nuevo integrante de la banda, esperando reemplazar al vocalista, Tim Staffell. La verdadera historia detrás de esta escena revela que, por el contrario, May, Taylor y Staffell fueron compañeros de piso de Mercury por un tiempo, incluso actuaron juntos en 1969 en Liverpool con Ibex, la banda a la que Freddie pertenecía entonces y que pronto se desintegró. Lo mismo sucede cuando Mercury conoce a Mary Austin y cae flechado por su belleza; lo que la película no cuenta es que en realidad ella ya era novia hace algún tiempo de Brian y conoció a Freddie en una presentación donde ambos quedaron flechados.

Esta misma ficción cuenta la forma cómo Freddie conoció a Paul Prenter y a Jim Hutton, los dos hombres más cercanos a su vida íntima y que, en el desarrollo de la cinta, ocupan un rol completamente opuesto pese a compartir un mismo propósito: el corazón de Mercury. Al primero, lo conoció en 1975 en un bar y, dos años más tarde, se convirtió en su mánager personal. En la cinta, Prenter es el villano perfecto que todos odian, puesto que a lo largo de la historia logró escabullirse sigilosamente y con éxito con su intención de separar la banda, llevar a Freddie hasta los lindes de los excesos y la depravación hasta romper su relación con él y aparecer cínicamente en televisión revelando secretos de su vida íntima con el cantante. A pesar de que este último hecho no sucedió jamás, Prenter sí declaró en 1987 para la prensa en un reportaje que puso al desnudo la vida privada del artista. Por el contrario, Jim Hutton es el héroe que le dio sentido a la existencia de Mercury y con el cual pasaría los últimos años de su vida.

Por otra parte, resulta casi obvio para cualquier espectador que la cinta maneja con total censura la faceta disoluta de la vida de Mercury, que estuvo envuelta en fiestas, drogas, hombres y excesos, mostrando una versión artificiosa, edulcorada y políticamente correcta del artista. Esta faceta queda reducida a algunas escenas de un Mercury ya enfermo, donde aparece un pañuelo con gotas de sangre, una breve conversación con el médico y una charla un poco sobreactuada con los demás miembros de la banda. Paradójicamente, si hubo algo que caracterizó a Mercury fue que jamás obró preocupado por las opiniones que tuvieran los demás sobre él, pero la cinta obra nuevamente preocupada por el qué dirán en lugar de reflejar fielmente la vida del cantante, marginando su autenticidad. Era tan poco lo que le importaba quedar bien con todo el mundo que apostó por una ópera de seis minutos en lugar de una canción rock de tres, yendo en contra de las directivas de la industria. Si la intención es contar la historia de una leyenda, la película no lo consigue sin antes disparar el polvorín morboso entre los espectadores.

Sin embargo, y aunque esto no deja de ser cierto, el guionista y el director de la cinta se valen de la enfermedad que contrae Freddie como el hilo conductor que da sentido a la historia. Usan la enfermedad para que la banda, una vez ya disuelta, se reúna nuevamente, un hecho histórico que jamás pasó y, por el contrario, revelarnos otra ficción inacabada: cualquier fanático de Queen se habrá dado cuenta de que las fechas de la cinta no concuerdan: el Live Aid fue en 1985 y para entonces, en la cinta, ya había tenido lugar el diagnóstico de SIDA. La verdadera historia revela que eso no sucedió sino hasta 1987.

Las raíces parsis de Farrokh tampoco son presentadas como algo decisivo e imperativo en la construcción de la personalidad y el carácter de Mercury, ni en el refugio que le supuso durante el apogeo de su fama. La cinta únicamente presenta a sus padres como una familia india que emigró primero a Zanzíbar y luego viajó a Londres para radicarse, olvidándose de lo peculiar del origen asiático de un icono de la música que triunfaba en Reino Unido y los EE. UU. en una época en la que no había espacio para asiáticos. Además, Mercury tampoco les reveló a sus padres cuál era su verdadera relación con Jim Hutton, tal y como aparece en la cinta; en realidad, cuando le preguntaron, dijo que se trataba de su jardinero. Así, la aceptación de sus progenitores no es otra cosa que una concesión emocional que resulta ser agradable para los espectadores.

Pero no todo puede ser malo. Aunque la cinta agota su combustible hasta 1985 y su obsesión por no desagradar a nadie conduce a tomar decisiones que la convierten en una biopic ficticia e inacabada, con un guion intrascendente, Bohemian Rhapsody solo puede ser salvada por la actuación magistral de su protagonista y los últimos veinte minutos de la cinta, en los que nos sumergimos casi en tiempo real en un Live Aid redentor que enchina la piel de miles de fans.

Pese a ser obvio que nunca nadie jamás será Freddie Mercury, y que atreverse a personificarlo y salir bien librado por la crítica resultaría aún más difícil, la camaleónica interpretación de Rami Malek es magistral. Tuvo la capacidad de revivir los momentos más dramáticos de la cinta de manera casi orgánica e impecable que, en cuestión de minutos, es capaz de transformar un tímido e intrépido Farrokh Bulsara en un arrollador Freddie Mercury que roba la atención de las cámaras durante toda la película. Aunque son muchos los que le critican a Malek que no sea él quien interprete los temas originales, creo poco probable que se hubiera podido encontrar a alguien que además de cantar, también pudiera encarnar tan vívidamente, con la confianza del hombre enérgico y a la vez solitario, vulnerable y meditabundo de un Freddie que no logró llenar su vacío con todos los excesos que tuvo. En otras palabras, Rami Malek lo trajo de nuevo a la vida.

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