Bogotá y la casa de papel

Bogotá y la casa de papel

Antes de la pandemia, el empleo de los hogares (activo refugio) era pasivo. Ahora, el teletrabajo o el teleestudio parecen incompatibles con el déficit habitacional

Por: Germán Vargas G.
junio 02, 2020
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Bogotá y la casa de papel
Foto: Leonel Cordero

Desde el búnker o la trinchera del confinamiento repasé Las uvas de la ira (Steinbeck) y La estrategia del caracol (Cabrera). La vigencia de sus contratos sociales, basados en la miseria y humillación —el desempleo, salario de hambre y desahucio—, institucionalizó el comportamiento salvaje que predomina en nuestras junglas de concreto.

A propósito, según el Informe de Déficit Habitacional publicado por el DANE (Abril, 2020), 41,2% de los colombianos habita viviendas vulnerables, con deficiencias estructurales y hacinamiento. Los datos excluyen a los sintecho y pagadiarios, y omiten el degradante desplazamiento que impusieron la concentración de propiedad y burbuja de precios.

Esa colonización y especulación inmobiliaria invita a despertar medidas de intervención estatal, en control poblacional y planeación urbana, además de expropiación y redistribución, pues el estancamiento salarial y la inflación habitacional son fenómenos globales; considere reconocidas metrópolis, como Berlín, donde más del 80% de la población alquila, o Londres, donde los alquileres absorben más del 50% de los ingresos.

Ex ante, los derechos y las garantías "ciudad-anas" eran precarios en las zonas rurales; ahora, los suburbios y las barriadas son los nuevos feudos (Socio-Economic Segregation in European Capital Cities, 2015). La trilogía Homo Faber, de Richard Sennett, caracteriza esta involución como una "centrífuga" (Construir y habitar. Ética para la ciudad, 2019, p. 138), aunque sugiero la analogía de la Caverna, Crisálida o Caja de Petri, para resaltar los prejuicios, el "aislamiento" y la deshumanización que esto ambienta.

El clúster y la urbanización siempre fueron jalonados por el ocasional factor de producción dominante, abandonado estacional o definitivamente. Paradoja moderna, las ubicuas empresas informáticas establecieron comunidades virtuales y su frontera tecnológica aisló a la sociedad, contrastando sus interfaces amigables y su mala vecindad.

Caso de conveniencia, Airbnb creó una burbuja (The Effect of Home-Sharing on House Prices and Rents, SSRN). Caso de gentrificación, Amazon creó un reality show para albergar su segunda sede, y desestimó la presión en su elegida, NY, cuyos ciudadanos rechazaban las consecuencias en la inflación habitacional y el tráfico en la movilidad, además de los cínicos beneficios estatales que exigía ese monopolio. Caso de innovación, Google renunció a la construcción de una ciudad privada e inteligente en Toronto. Caso de capitalización, Apple y Facebook prestan al Estado recursos, creyendo que eso es filantropía o RSE.

Por coronavirus falleció Sorkin, urbanista que promovía la justicia social y se oponía a los starchitects, cuyos rascacielos y "muros de la vergüenza" oscurecieron y segregaron nuestra "casa común". De la ficción a la realidad, abandonando los paraísos perdidos de Wall Street y Silicon Valley, a los Estados les convendría probar el modelo de vivienda social de Viena —ciudad que ha liderado durante muchos años el ranking de calidad de vida—, y la política de transporte público gratuito de Luxemburgo.

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