De lejos, como tú Bogotá, todas las ciudades se ven más bonitas. No por si acaso, es vicio de los enamorados alejarse un poco de ti para verte brillar envuelta en la noche que te hace ver aún más bonita.
De lejos también se oye tu voz formada por millones de gargantas y ruidos de la vida diaria y de la diaria vida que en ocasiones no es tan bonita.
Hay gente que viene de ti y otra que va hacia ti; son millones. A medida que se acercan sienten tu fuerza y tu ruido y a veces la verdad, te odian; ya incluso no quieren respirar para no llevarte dentro.
La ciudad se hace detestable, se insulta y al final se acobarda ante si misma. Así como la gente, también hay una lluvia que llega a ella y otra que sale en desbandada; el aguacero hace su parte intentando calmar los ánimos.
El niño que viene de regreso a casa en la ruta del colegio, se encanta con las gotas de lluvia en el vidrio de su ventana; en ocasiones, también ha fijado su atención en la señora de los tintos que sobrevive en la esquina de la calle X con carrera Y. Ella por su parte, vive enamorada del frío y la lluvia que le ayudan a vender sus tintos y agudepanelas.
A las 9 de la noche la ciudad ya es soledad. Nuestra amiga de los tintos en un lapso de diez minutos programa y ejecuta su retirada, ya no fue más por hoy, -se dice-.
Gracias a Dios, la espera de la buseta es cuestión de cinco minutos. ...Señor conductor me abre la puerta de adelante por favor... Ya en su arriendito de la subida para La Calera y luego de hacer su quehaceres del hogar, fija su mirada en la ventana y confirma su certeza de todas las noches: que de lejos, como tú Bogotá, todas las ciudades se ven más bonitas.