Bogotá está desatada, invivible, es un inodoro tapado, una ciudad del viejo oeste. En Bogotá no se puede vivir, la ciudad en la que nací es una olla de asesinos, ladrones, corruptos y millones de ciudadanos que ya no tienen ningún sueño y su único propósito en la vida es ganar dinero para un almuerzo. Hay asesinatos a diario por robos y atracos y si por algún milagro el ciudadano se defiende termina preso. Es una ciudad que protege a los delincuentes y somete a los ciudadanos.
Se debe a la necesidad de dinero, pero ganar dinero es muy complicado. En Colombia solo existen dos formas de ganar dinero: comprar y vender; este es un país de mercaderes o, de alguna manera, ilegal. No existe ninguna otra forma, el resto de profesiones y oficios que no sean los anteriormente nombrados solo pueden aspirar a un mínimo o a vivir paupérrimamente. A eso hay que añadir que el peso colombiano es una de las monedas más devaluadas del planeta Tierra y que en Colombia ganamos menos que en Somalia y los precios son más altos que en Dinamarca. Si no me cree, haga el ejercicio de buscar en Google el precio en otros países de cualquier cosa que usted quisiera comprar, para darles un ejemplo, un televisor que en Colombia cuesta 950.000 pesos cuesta 84 dólares en promoción en Walmart; la diferencia es que Walmart queda en un país en donde el sueldo mínimo para cualquier persona son 15 dólares la hora y en esta nación es de un dólar o menos la hora.
Entonces, hay que entender por qué Colombia está llena de ladrones, corruptos y asesinos. Realmente, muy pocas personas han seguido una educación formal, no porque no quieran estudiar sino porque también es inasequible. Las universidades acá cuestan millones y millones de pesos por una educación bastante mediocre; somos el peor país en educación, según las pruebas Pisa. Estudiar no garantiza nada y acá los buenos puestos se consiguen por amistad o nepotismo, todo esto es una lamentable verdad. Así que un muchacho que quiere un iPhone necesita robar porque es muy difícil que su papá tenga 7 millones de pesos para comprar un teléfono de alta gama, porque los muchachos hoy no sueñan con un semestre universitario sino con un iPhone.
Uno diría que está bien, que es lo que nos tocó y que así funciona el país, que para eso está la policía, los cuerpos de seguridad. Pero a la luz de las evidencias y de los constantes escándalos y titulares, sabemos que la Policía Nacional no tiene la capacidad para llevar a cabo su deber, o sencillamente no tienen la voluntad. ¿Por qué? Sencillo, los policías también son colombianos y también viven en necesidad. Por eso, muchos se hacen atracadores y ladrones, porque el miserable sueldo de policía no les alcanza al igual a que a los demás. Entonces la Policía Nacional tampoco puede funcionar, al igual que la justicia que se puede comprar.
Los delincuentes viven en su zona de confort. Colombia es el Disneylandia de los hampones nacionales e internacionales; ahora no solo importamos hampones, sino que también los exportamos. Esa es la realidad, y así usted no quiera aceptarlo o quiera tratarlo de manera políticamente correcta no se puede refutar.
Y no tenemos la personalidad y la madurez suficiente para aceptar que fracasamos como país. Recuerde lo que está sucediendo hoy con Donald Trump en Estados Unidos, fue él quien ordenó la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, él lo proclamó, él firmó el acuerdo en 2020, y hoy, cuando fracasó el plan, le echa la culpa al presidente actual. Eso es Colombia, un niño inmaduro que siempre busca culpables a todos sus males.
La conclusión sería entonces que los ciudadanos podamos ejercer el derecho a la legítima defensa, como está consignado en la Constitución a la que todo el mundo le pasa por encima. Esa constitución de la que se burlan a diario los políticos, hampones y ciudadanos. Porque la verdad es que cansa ver en los noticieros la lista interminable de muertos por robos y atracos, asesinatos a sangre fría, en los que los genios de este país, formados en los bachilleratos mediocres, no se pronuncia.
Estamos cansados de ser asesinados y ya vimos que seguiremos siendo asesinados. Entonces piensen, no sé si ustedes han enterrado a algún familiar víctima de esta violencia absurda, pero ya deben dejar esa idea de que la violencia se combate con marchas, fumatones, bailotones, cumbia y guaracha. No señor, eso no detiene las balas, eso no detiene al violador que va a abusar de su hija o al asesino que va a volarle el cráneo a su mamá, a su papá o a usted mismo. Lo que lo detiene eso es la libertad de equipararse con quien lo va a matar y al menos tener el derecho de defenderse y no morir como una vaca en el matadero. ¿O existirá alguna manera o un milagro para que esta ciudad logre controlar la ola salvaje de asesinatos por robo? Se pone en duda.