"Bogotá, te amo, pero me pudres"

"Bogotá, te amo, pero me pudres"

"Así no vale la pena ni vivir ni sobrevivir"

Por: Oscar Andrés Chaves
junio 15, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Foto: Pixabay

Me llamo Óscar Chaves y soy bogotano. Siempre he vivido acá, salvo unos años en los que viví en varios países latinoamericanos, donde estudié y desarrollé mi profesión. He tenido becas y premios en Europa, y esas cositas que se logran con empeño. Hoy día trabajo independientemente con mi grupo. Soy cantante y acordeonero popular (carranguero guascarrilero).

Actualmente, he decidido irme de Bogotá a vivir al campo, y les voy a dar 6 razones (entre muchas otras) para que le eche cabeza al asunto:

El mito de la Bogotá para todos (y todos los eslogans anteriores)

Me cansé de esa miseria humana de salir todos los días con la piedra en la mano. También, de esa coraza de indiferencia y odio, de prejuicio e hipocresía con la que se viste el bogotano para salir a transitar la ciudad, y que lejos de irse se acentúa, porque el vecino intuye en ti el enemigo.

Hoy ya es claro que lo hampón se lleva en el alma y no en el traje. Esa desconfianza, esa sospecha por el otro, bien se lleva con la mediocridad, el arribismo y la envidia de la sociedad bogotana, que no se sabe de dónde es, que lucha por creer que se puede, pero que solo lucha sin garantías, sin memoria, pero por costumbre, por vanidad como en toda gran ciudad, y con resignación porque esa es la mayor sabiduría que trae la calle bogotana.

TransMilenio

Tengo experiencia viajando en TransMilenio como cualquier usuario, pero también la tengo —como la tenemos los jodidos marginados— trabajando en él. Las dos han sido malas experiencias, y no sé cuál es peor.

Canté en TransMilenio por 5 años. Por un tiempo fue bueno y gratificante, pero hoy día, y digo esto a mi parecer, es una cloaca donde la gente le tocó acostumbrarse a ver hordas de venezolanos haciendo lo que más disfrutan hacer, o quizá lo único que en mi opinión aprendieron a hacer: hacer fila pa' que les den y quejarse de lo largo de las filas (así se veían en los noticieros hace una década).

Están hoy en los Héroes, en la 85, en Pepe Sierra, en la 100, etc, donde terminaron desplazando a la gran mayoría de vendedores, músicos locales y rebuscadores que simplemente ya no dan más. Para un colombiano que está metido todo el día en un bus hacerse 20 mil pesos (que es la miseria que se logra hoy día) es devastador, pero para un venezolano es la gloria. Y es que realmente son muchos, la cosa se hizo inmanejable, es como estar en un frasco al que lo están llenando de miel con un chorrito constante que te cae en la cabeza y se te escurre hasta los pies.

Además, paradójicamente, una estación que se volvió un gueto es Gratamira, una de las más gomelas de la ciudad. Ahora, en las noches, en un rincón se amontonan grupos de venezolanos con complicidad de los policías a fumar marihuana, e incluso ahora hay "venecas" ahí paradas echando piropos a los manes. Los invito a pasar una noche por allá, pero eso sí, si usted va temprano en la mañana nunca están, parecen alérgicos a madrugar. Esto lo denuncié, pero no pasa nada, en parte porque los habitantes de Gratamira en general nunca usan TransMilenio, eso solo es para sus empleados que vienen de lugares más periféricos. Allá, dentro de esos apartamentos de lujo y el club campestre que rodea la estación, seguramente dormita algún dueño de un gran medio de comunicación que nos impone el mensaje de "acogerlos" como si olvidáramos que los dueños de esos grandes medios también son dueños de grandes industrias sedientas de mano de obra barata.

Además, al asoleado ciudadano también le ha tocado acostumbrarse a los golpes de las puertas de las estaciones y a los apretones de las puertas de los buses, que a unos les han sacado chichones y a otros les han dejado las extremidades lesionadas. También, han tenido que acostumbrarse a los timbres de cerrado de los buses a decibles dolorosos; al acoso del conductor con su "pisss pisss piss", amagando que va a cerrar la puerta; a que las puertas de las estaciones son más un obstáculo que cualquier otra cosa, que toca abrir a las malas; a ver basura por todos lados porque TransMilenio increíblemente no tiene canecas; a que si estás en Suba y quieres ir a Kennedy tienes que atravesar 10 localidades en vez de solo 2; a los caprichos de reestructuración de las rutas, que son sacrosantos enredos técnicos y que al usuario no benefician, pero según esas lumbreras tecnócratas, o sea, los que no usan TransMilenio, sí ayudan, y esperan que les tengamos buena fe.

Tengan por seguro que eso no va a cambiar, lo único que va a cambiar es que después de tanto acostumbramiento al trato indigno y la desvalorización de la identidad la gente comenzará disfrutarlo y a reír de su miseria como siempre ha tocado. No va a cambiar porque ya la platica no se va a invertir en esas pequeñeces como la dignidad y el respeto, la platica se va a meter a comprar buses bonitos que si bien perjudican menos el aire, todos estos problemas persistirán hasta que reafirmen el callo. Buses euro 5, que serán lo único "euro" en esta salchicha rancia que nadie quiere. Eso todos los sabemos.

Es imposible hablar con amor y propiedad de TransMilenio, o al menos con un ánimo neutro, porque ni es un orgullo para los bogotanos, y quizá ni siquiera el bogotano merezca un sistema mejor. La historia de TransMilenio ha transitado desde "viajo apretado, pero al menos es rápido", hasta lo que es hoy día: "viajo apretado y me demoro resto".

Cualquiera que haya viajado en un metro sabe que esto no pasa ahí, ni la gente se muere tratando de colarse. Para nuestro alcalde quizá sería más práctico medir a la ciudadanía bogotana no por ciudadanos sino por la ecuación: kilo de carne y hueso, dividido por el gasto calórico al cuadrado. Para Peñalosa las personas en general son fuerza de trabajo susceptible de abaratarse, es solo eso: carne en movimiento, una más bonita que otra, pero solo eso. Él y su amigos no pisan el terreno que gobiernan porque les da asco, literalmente Peñalosa moriría de asco si tuviera que viajar a las 6 de la tarde en un K43 Ricaurte Soacha.

El vergonzoso mito del turismo histórico

Trabajé una temporada en uno de los hostales más grandes de la Candelaria y pude constatar la farsa de que el "gringo" viene aquí a conocer Monserrate, a mecatear tamal, al Museo del Oro a tomar mil fotos, y a maravillarse con la Catedral de Sal. Aprendí a despreciar esa máscara cuando constaté que la gran mayoría de turistas que llegaban a aquellos hostales venían sedientos de sexo y coca, sobre todo coca, y las bacanales eran a diario.

Sin embargo, nos crían con el cuento de que Colombia es amada por sus paisajes y su gente, y bueno, pues eso es lo que tenemos aquí y en cualquier lado, pero esa imagen dista mucho de lo que motiva al grueso de turistas de "primer mundo" para venir a nuestra ciudad. A eso súmele la xenofobia interna de los hostales, en la que no es un secreto para nadie del gremio que no es permitida la entrada a colombianos a menos de que claramente se vea que son backpackers de otras ciudades.

Corrupción

Me voy hastiado de escuchar al bogotano señalar la corrupción como el problema de todo. He podido probar que más que la corrupción en Colombia el problema es lo corrompida que está Colombia. No es la podredumbre institucional, es la podredumbre del alma que daña hasta un diamante: desde el pobre hasta el rico, lo único que cambia es la cantidad que roban.

Dicen que el problema es la educación, como si los que gobiernan y roban no tuvieran títulos universitarios de aquí y de Estados Unidos o Europa. Por otro lado, pobres y ricos tienen la misma costumbre de beneficiar a sus amigos y familiares por medio de canales institucionales a penas se les da ocasión.

Sin mayor dilema moral, tanto pobres y ricos se valen de artimañas muy ingeniosas para robar, tanto el ladrón pobre y el ladrón rico saben cómo trampear la ley cuando son descubiertos. Y aunque no hay suficientes cárceles para los pobres y no hay un cárcel para el rico que parezca cárcel, unos y otros viven felices nadando en el fango pero mirando el cielo, y si por casualidad pobre y rico se encuentran en la marranera se señalan los unos a los otros por el barrio en el que viven.

Empleo (músicos y emprendimiento cultural)

En Bogotá hay al menos 10 universidades con programas de estudios musicales, y cientos de academias de todos los niveles, además de todos los músicos llamados empíricos, otros autodidactas, o los que por tradición familiar tocan y siguen como profesión de vida la música. Hay infinidad de espacios públicos y cientos de bares, cafés y restaurantes (algunos con música en vivo o al menos susceptibles de que entraran a la arena), hay un programa de estímulos del distrito y del estado (que sabemos insuficiente, pero ahí está), y miles de personas alrededor de la música.

Todo esto parece tan atractivo que se pregunta uno: ¿cuántas personas viven de la música en Bogotá?, ¿de tocar su música?, ¿de la plata que le da su público? Les puedo asegurar que son unos cuantos y a duras penas. Puede que les salgan toques de vez en cuando, y clases, y cargos administrativos, pero lejísimos están de tener una vida autosustentada con la práctica musical. No hay cómo, no hay industria para generar demanda de músicos de sesión, no hay movimiento musical en bares con pagos medianamente decentes. Aparte de las Filarmónica no hay una orquesta permanente relevante, no hay cultura del músico de calle, y la poca que hay es miserable porque la gente no está acostumbrada a dar más que moneditas a los músicos, si es que dan. La gente dice amar el arte callejero, pero pasa, mira, hasta se toman fotos y no dejan ni un centavo, como si el artista viviera de aire.

Para hacer moñona no hay una época ni un ambiente social y económico que lleve a los músicos a ser una parte importante en la vida de la sociedad si esa expresión musical no viene amplificada por unos audífonos y empujada por una maquinaria de redes. Eso sí, lo que hay es un montón de iniciativas paupérrimas desde hace años desde las alcaldías, las cámaras de comercio, SAYCO, la Dirección Nacional de Derechos Autor, y casas culturales vaciadas, en ruinas y administradas por el avivato de turno.

La salud

Una de las razones por las que mis abuelos emigraron a mediados del siglo pasado de su vereda en Oicatá hacia Bogotá fue por su idea de bienestar: estar cerca a las hospitales. Sin embargo, a mi abuelo se lo llevó un cáncer mal diagnosticado.

Por mi parte, llevo 18 años sin servicio de EPS, porque no soy lo suficientemente rico, ni Sisben porque no soy lo suficientemente pobre. Ando como un lince todos los días de mi vida, porque el menor accidente no solo sería mi ruina física sino económica y finalmente es por eso que me voy, pues ya se ven los golpes físicos.

En el último mes he sido atacado en dos oportunidades, una por una venezolano y una por un colombiano, ambos me agredieron de manera idéntica: por la espalda, mientras tenía mi acordeón puesto, y luego salieron huyendo.

Me voy dejando los clientes que hemos ganado, que aunque no son muchos, son fieles, y con el convencimiento de que así no vale la pena ni vivir ni sobrevivir. Bogotá, te amo, pero me pudres. Adiós.

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