Mi dealer se ha ido. Ha regresado a Sogamoso, su tierra natal. Se cansó de fiar en la tienda, de vivir de prestado, de que nadie le diera trabajo como ingeniero industrial, título que a mucho honor ostenta. Además el muchacho ya no volvió a conseguir material para vender. Ni marihuana, ni coca, ni pastillas, nada llega a Bogotá por estos días. Primero creíamos que era el cierre del Bronx. Después pensamos que era el paro campesino, ahora le achacan la escasez al paro de transportadores y a una supuesta guerra entre expendedores de Cripy y Corinto. Yo la verdad no sé qué es pero el caso es que no se consigue.
Ayer, desesperado después de estar 72 horas sin besar a la Dama de los Cabellos Ardientes, tomé un Transmilenio y fui a San Bernardino. El amigo de un amigo, de un amigo me esperaba. Nos metimos en estrechos callejones hasta llegar a una casa de portón verde. Tocamos. Nos saludó un tipo alto y grueso que según el amigo de un amigo, de un amigo, había sido sargento de la policía. La bolsa que antes me costaba 20 mil pesos ahora éste delincuente me la vendía en 40. El octavo de cripa que costaba 80 ahora vale 140. Traté de regatear con el tipo, decirle, explicarle, pero era inútil. El hombre tiene razón, ante la falta de yerba pues que pongan el precio que quieran. A este paso va a desaparecer la única ventaja cultural que tenía de haber nacido en Colombia: la de fumar bareta barata.
En las noches, por pura costumbre, marco el número de mi dealer. Pasa directamente a buzón pero me conformo con escuchar su voz estampada en el tiempo. Hace un año tenía cinco números de diferentes dealers en mi celular. Nada más era llamarlos y llegaban inmediatamente sin importar que tan lejos estuvieran de la fiesta. Hoy no queda ninguno. La parte de atrás de la Universidad Pedagógica también está desierta. Ya no hay bareta en Bogotá. De pronto Peñalosa piensa que estamos más seguro sin ella, que la ciudad se ve más bonita sin la horda de marihuaneros pacíficos, callados, que se asentaba en los parques en la era Petro. Al paso que voy y si no vuelve Nicolás, mi dealer, dejaré de consumirla. Me da tanta pereza y estrés tener que cruzar la ciudad para rogarle a un sargento de la policía para que me venda la bolsa de 20 en 40. Si fuera un periodista serio seguro me dedicaría a investigar quien se está volviendo rico con la especulación y, sobre todo, cuanta violencia está trayendo esta especulación.
Existe una guerra entre distribuidores de la marihuana tradicional,
la conocida como Corinto, y la Cripy;
esta confrontación ya ha tenido sus primeros muertos
Según el investigador de la fundación Paz y Reconciliación Ariel Ávila existe una guerra entre distribuidores de la marihuana tradicional, la que acá es conocida como Corinto, y la Cripy y que esta confrontación ya ha tenido sus primeros muertos. No sé si esto sea cierto, el caso es que los adictos estamos pasando por una crisis de abstinencia y que en Bogotá la única marihuana de calidad que se está vendiendo es la White Widow, una cepa gringa que vale el triple.
A este paso, para combatir la ausencia de Nicolás, mi dealer, entraré a darle a drogas más fuertes y caras como el aguardiente y el juego, una combinación que me llevará, inexorablemente, a aberraciones tan deleznables como golpear a mi esposa o ser hincha del Atlético Nacional.
