En estos días es un verdadero placer montar bicicleta en Bogotá —para los pocos que tienen la oportunidad—. Gracias a la cuarentena no existe congestión vehicular, los conductores agresivos están encerrados en la casa y, mejor que todo, el aire es limpio y respirable.
Sin ser su intención, el aislamiento nos ha traído grandes beneficios ambientales, al bajar los niveles de contaminación y reducir la generación de gases de efecto invernadero. Ya que la contaminación del aire causa miles de muertes prematuras cada año solo en Bogotá —muchas más que el número de víctimas del coronavirus— es posible que el aire limpio salve más vidas que la misma cuarentena. Además, seguramente, muchas personas con asma y otros problemas respiratorios han podido vivir sin sufrimiento durante estos días.
Sin embargo, en cuanto se controle la pandemia en Colombia, terminarán las restricciones, regresará el aire contaminado y las miles de muertes prematuras. Esta es una paradoja que yo no logro entender: nuestras autoridades están dispuestas a parar el país y destruir industrias enteras, como el turismo, la aeronáutica y los hoteles, para controlar el coronavirus, que ha causado menos de 200 muertes en Colombia; pero, a pesar de incontables denuncias periodísticas y alertas amarillas, no hacen casi nada para combatir la contaminación, que mata a miles de colombianos cada año.
Las autoridades van a insistir que sí tienen políticas anticontaminación, pero si fuera verdad, ¿por qué las famosas chimeneas rodantes siguen circulando libremente por nuestras calles, sin preocuparse de ninguna sanción? Mientras tanto, durante la cuarentena a uno le pueden colocar una multa de casi un millón de pesos por solo caminar en el parque, aunque estando solo es imposible contagiar a nadie. Pero a un bus o camión botando chorros de humo que nos envenena y causa cáncer no le dicen nada... Y, más increíblemente, les estamos pagando para que nos envenenen, ya que subvencionamos con nuestros impuestos el combustible —en particular el diésel—.
La contaminación del aire asesina por varias rutas, entre ellas a través del corazón y los pulmones. Y, según estudios recientes, más exposición al aire contaminado hace que el coronavirus sea más mortal. Pero, a pesar de toda estas evidencias y en plena emergencia sanitaria, nuestras autoridades no hacen nada para sancionar las chimeneas que siguen rodando por nuestras calles y mucho menos lo harán cuando regresen tiempos "normales".
No obstante, controlar la contaminación no es una tarea tan difícil. En contraste con el COVID-19, que es una partícula microscópica, todo el mundo ve los chorros de humo que emiten los vehículos y las fábricas. Para las autoridades es solo una cuestión de pararse en una intersección contaminada, como por ejemplo la Calle 19 con Caracas, anotar los números de placas de las chimeneas que pasan y enviarles un comparendo.
Deberíamos usar esta interrupción en la vida normal urbana para reflexionar y tomar decisiones, para que cuando vuelva la economía y los ciudadanos sea a una ciudad más sana y vivible. Lamentablemente, una vez que pase la emergencia, volverá el tráfico, la industria y la contaminación, con ellos los miles de muertes prematuras de la contaminación.