Los contrastes de nuestro país sorprenden a más de uno. Algunos ejemplos: el enredo del tema político que ya pasa de castaño a oscuro y la solidaridad con motivo de la destrucción de buena parte de la capital del Putumayo; los intentos para lograr la desmovilización total de un grupo subversivo, mientras otro continúa envenenado los ríos del oriente; el turismo desde otros países se incrementa, cuando la inseguridad en muchas ciudades es vergonzosa.
El contraste positivo en esta Semana Santa es lo que sucedió en la capital de la república con motivo del festival musical, Bogotá es la Rusia romántica, que incluyó cincuenta conciertos en múltiples escenarios. La posibilidad de escuchar tres orquestas sinfónicas en menos de diez horas en el mismo recinto es una situación que probablemente no tiene antecedentes ni en los festivales musicales de renombre mundial. Y si mencionamos los orígenes de esos grupos musicales, la sorpresa de los lectores será grande. La Staatskapelle Halle de Alemania, la Orquesta Nacional Rusa (ONR) y la Orquesta Sinfónica de Lucerna.
Estas agrupaciones llenaron con sus afinadas notas durante tres días, el espectacular recinto del Teatro Mayor Santo Domingo, para disfrute de los amantes de la música “clásica”, o sea nueve conciertos sinfónicos en tres días, aparte de las presentaciones de la Filarmónica local.
Sería muy largo detallar la programación del Jueves Santo en la que actuaron las tres orquestas a diferentes horas, pero si es pertinente resumir lo más destacado de las actuaciones. En primer lugar, todas las obras escuchadas fueron escritas por compositores rusos. Mussorsky, Rimsy-Korzakov, Glinka el precursor de la música nacionalista rusa, Rachmaninov, Liadov, y Tchaicovsky de quien estaban en programa cuatro composiciones.
Las variaciones rococó para chelo interpretadas por Daniel Muller-Scott, quien fue obligado a salir cuatro veces al escenario después de su brillante ejecución. El concierto para piano No. 2 de Tchaicovsky, mucho menos conocido que el No.1, a pesar de su sonoridad, fue muy bien interpretado por Alexei Volodin. Y en la noche el violinista lituano Julián Rachin, demostró su virtuosismo con el único concierto que escribió Tchaicovski para este instrumento. Ovación cerrada y después un difícil “encore”.
Sin demeritar la actuación de los otros directores, Mikhail Pletnev, logró que la orquesta fuera ovacionada de tal manera, que subió dos veces más al podio para interpretar piezas cortas de regalo al público que llenó la sala. Pletnev además de ser un pianista de renombre fundó en 1990 la Orquesta Nacional Rusa, primera agrupación orquestal privada de iniciativa de particulares, apoyada por Gorbachov.
La manera tranquila de dirigir su agrupación, contrasta muchas veces con la sonoridad estupenda del grupo en los pasajes en los cuales los compositores han escrito forttisimo. Además, su presencia escénica sin ademanes ampulosos y los elegantes y discretos movimientos de sus manos, hacen pensar al oyente, que la comunicación director y músicos es tan estrecha que bastan mínimos gestos para lograr las diversas sonoridades de cada pieza musical. Todo un maestro.