¡Bogotá inhumana!
Opinión

¡Bogotá inhumana!

Por:
diciembre 29, 2014
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Apenas saliendo de mi casa, a la vuelta de la esquina, dentro de un vehículo iba una pareja; detuvieron la marcha y me quedé observando; se bajó una señora elegante con una bolsa de basura arrojándola en el patio de la casa de mi vecina, una distinguida dama octogenaria.

Reanudo la marcha, me pongo a la altura del conductor, ya con la señora abordo; bajo el vidrio y le digo: señor por favor eso no se hace. Me contesta iracundo: ¡no se meta en lo que no le importa! ¿Quiere bala...?; el instinto de supervivencia me dice, acelera y escapa.

Ya recuperado del susto, continuo la marcha por la autopista norte que debería llamarse “trocha del norte” por su mal estado y porque no es apropiada para el tránsito de vehículos; a velocidad promedio intento pasar a un conductor por el carril que autodenominan, de velocidad; conduce a veinte kilómetros por hora, pero cuando pongo direccionales para adelantarlo, el de atrás no me deja cruzar.

Bajo el vidrio, saco medio cuerpo, aleteo como un ave, hago telepatía sobre sus ojos para que me mire, grito pidiendo permiso; desacelera y me deja pasar; entonces agradezco con el dedo pulgar apuntando hacia el cielo y me doy cuenta que no debo usar direccionales; es mejor usar señas y muecas: dan mejor resultado.

Después de sobrepasar al lento conductor, me pongo detrás de un camión repleto de recebo, cubierto con una lona de hule que se bambolea como una cometa de papel; cada piedrecilla que desprende la saturada carga, va golpeando el vidrio de mi carro y para huir de tantos golpes que dañan, acelero acercándome a otro camión cargado de varillas de hierro mal estivadas; sobre la trocha van quedando trozos de varillas que seguramente recogerá un necesitado.

Escapo de un par de varillas que hacen abollonaduras en mi carro y entre frenada y frenada, me sobrepasan dos flotas que vienen de Chía apostando carreras, dejando un reguero de humo con sus chimeneas. No puedo evitar meterme entre un cráter, intentando evitar ser borrado por el monumental bus; mi carro ya desvalorizado me pasa la cuenta de cobro; ¿frente a los atropellos, ante quien reclamo?

Sigo la marcha y escapo de dos alcantarillas a las que algún desocupado se le robó la tapa; esquivo decenas de motocicletas zancudos zumbadores que cruzan en gavilla por todos mis costados; mi paciencia se pierde cuando me toca parar por enésima vez a esperar detrás de una buseta, porque su conductornecesitó estacionarse para recoger a un pasajero, sobre un lugar prohibido.

Avanzo por la trocha del norte y me encuentro con dos jóvenes que se atraviesan peligrosamente para colarse en el Transmilenio, y sobre un semáforo que no sirve, se acerca un madrugador a limpiar el vidrio sucio por el recebo, mientras por la otra ventana, un vendedor me ofrece que le compre un cargador de celular, después que otro vendedor de chicles me había puesto dos cajitas pegadas en el borde del vidrio.

Después de parquear voy caminando hacia la cita médica, veo a la señora de todos los días que vende yogurt con granola, y desaparece cuando un bus chimenea echa humo a sus productos; antes de llegar al doctor en medio de la pitadera de motos y carros, pongo el pie sobre una de las descoloridas cebras que pintó el exalcalde Mockus, y la tromba de vehículos, camiones, buses y motos, aceleran como un torbellino con olor a gasolina, que por pocos segundos pasan por encima de los peatones.

Subo al médico y le digo que vengo por mi droga para la gastritis crónica producida por estrés, y me recomienda: general ¿cuál quiere que le formule?, una vale $8.000; sirve, pero es genérica, es como andar en Simca viejo; otra le cuesta $180.000, pero es como ir en un Mercedes, porque la molécula es original.

Apenas comenzando este día, me da la sensación de vivir en una Bogotá inhumana, donde los peatones le dan vía a los carros y no los carros a los peatones. Las personas con las que me he topado, usaron su necesidad, movidos por sus afanes y desenfrenos, sin importar llevarse por encima a su prójimo.

Cuando hay desorden, se nota mucho la falta de autoridad; reina la tiranía de quienes hacen lo que se le da la gana con la ciudad y sus ciudadanos.

Pero no todo es malo; todos podemos promover la corresponsabilidad de lo público; no solo el Estado es responsable del bienestar de sus ciudadanos, o de luchar contra la corrupción y garantizar el cumplimiento de la ley; los ciudadanos son un enorme potencial de cooperación, y al final de cualquier camino, son los que pueden humanizar a esta ciudad.

Fecha de publicación original: 22 de septiembre de 2014

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