Bogotá es el propio infierno y un escritor lo sabe

Bogotá es el propio infierno y un escritor lo sabe

Nadie ha sabido retratar mejor el horror de esta ciudad que Felipe Agudelo en su novela negra Búsqueda Incesante. ¿Por qué la han leído tan pocos?

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enero 05, 2022
Bogotá es el propio infierno y un escritor lo sabe

Nunca antes se habían publicado tantos libros en Colombia. Nunca antes había importado menos. Es una catarata imparable. No sé si las editoriales obligan por ejemplo a un escritor como Ricardo Silva, tan inflado por la prensa bogotana, a escribir un mamotreto cada año. El último, El zoológico humano, es un ladrillo que no termina nunca. Uno lee a Silva Romero y sucede como con tantos otros. A las evidentes pretensiones literarias se le suma una improvisación palpable, como si se escribiera la novela no a partir de una planificación sino confiando únicamente en la inspiración. Se equivocan feo los que creen en el talento. Gabo la tenía clara, se vestía en su casa de la Calle Fuego en México, con overol porque decía que su trabajo se parecía más al de un carpintero que al de un artista. Y ese es el problema en este país de poetas y periodistas, hay demasiado artista que se lo cree. Por eso es que cada novela que se publica es un ladrillo que se pone en la ya monumental cripta que es la mal llamada Nueva Literatura Colombiana.

Nada más miren los fracasos constantes  a la hora de retratar el infierno que es vivir en Bogotá. Lo más cercano que teníamos de una novela realmente bogotana era Sin remediodel aún llorado Antonio Caballero. Entre los contemporáneos a todos les ha quedado grande la tarea. A todos menos a Felipe Agudelo Tenorio. No lo conocía hasta que una de las personas con mejor criterio que conozco mepasó una de sus novelas, Búsqueda incesante. Tenía mis reticencias. Es difícil hacer una novela negra. En Latinoamérica pocos lo han conseguido: Leonardo Padura es uno de esos pocos casos con su implacable Mario Conde. Hijo de la televisión y de Georges Simenon, Agudelo Tenorio, quien fue libretista de telenovelas tan exitosas como La hija del mariachi y La ley del corazón, ambos de RCN, escribe como si fuera una cámara y con ella desciende a su personaje, el detective privado Gotardo Reina, a las profundidades de la Calle del Cartucho, pocos días antes de que la alcaldía de Enrique Peñalosa lo interviniera. Entonces vemos lo que es un menú en uno de sus bares: ¿Quiere sexo con muertos, con niñas, con ancianas? ¿Quieren que le quiten un dedo mientras lo masturban? ¿Quieren ver como un cocodrilo se come a un indigente? ¿Quiere bazuco, anfetas o fumar Diablo Rojo con ladrillo molido? Pero esa fealdad no solo se limita a ese antro sino que Agudelo Tenorio nos muestras sus calles rotas, llenas de cables, polución y carros que han transformado esta sabana hermosa en un trancón eterno, en un frío sótano donde todas las ilusiones mueren.

En Búsqueda incesante se nota el trabajo, la planificación. Se nota que duró años escribiéndola. Se nota el control que debe tener un novelista sobre la trama y sus personajes. Como en la novela clásica el personaje no es Gotardo Reina sino el narrador que mete sus narices cada vez que lo desea, opinando sobre la ciudad, el café, el amor, la política y el absurdo de vivir, y lo hace con prepotencia e ironía, a sabiendas de que lo que se dice es de una inteligencia, de una profundidad incuestionable. Y por eso le creemos. Es la novela de un pensador que, gracias a la televisión, sabe entretener muy bien a su audiencia, porque en menos de dos días nos fumamos Búsqueda incesante como si fuera un vicio más.

¿Quién dijo que teníamos que aburrirnos mientras leíamos? ¿Qué crítico de Facebook sentenció que solo las novelas en donde lo único que prima es el lenguaje y no la tramo son las que valen la pena leer? Búsqueda incesante tiene esa cualidad que rara vez se ve en las novelas colombianas, eso de ser entretenida, adictiva y a la vez profunda. Una lectura obligatoria para conocer a uno de los grandes novelistas que tiene el país, un escritor ninguneado por una crítica que aún vive de la pose, que aún habla en una jerga que sólo entiende un puñado de intelectuales salidos de la facultad de literatura de Los Andes. Aprovechen los últimos días de vacaciones y léanla ya.

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