Bogotá, ciudad capital de Colombia, en un otrora la maravilla urbana de Latinoamérica, ganadora de un León de Oro en el Bienal de Arquitectura, la ciudad del Transmilenio (el revolucionario sistema masivo de trasporte seguro y cómodo), de la ciclo vías y las ciclo rutas (donde existe plena convivencia armónica entre sus usuarios y toda clase de vehículos que la surcan), la ciudad de la igualdad social y la tolerancia (donde las minorías imponen su voluntad a las mayorías y reflejan su gran cultura ciudadana), la ciudad de la movilidad y la paciencia (donde se puede respirar con tranquilidad caminando en su calles sin temor a empujones de sus peatones llegando sin angustias ni complicaciones ), la ciudad de la cultura el arte y demás manifestaciones artísticas (donde encontramos bellos murales en sus paredes urbanas que mezcladas con el suave olor de las micciones humanas), una ciudad con amplios espacios verdes (donde para grandeza de muchos fuman sus delirios y de paso ahogan penas) esta hermosa metrópolis sopesa el peso de su abolengo urbano con la ironía de sus habitantes.
Colombia, sí, la mejor esquina de Sudamérica en un proceso de reinvención a partir de su provincia. El centralismo romántico y feudal ha restado importancia al papel de otras ciudades-regiones de influencia, dejando solamente la atracción de este motor autocrático enclavado en los Andes como referentes nacional. El pluriculturismo es un rasgo innato entre quienes ostentamos ese exótico paliativo de ser colombianos. Pero de qué vale la importancia de ese carácter diverso regional, si desde la capital se ensaña en mostrarla como un patio trasero de una protuberante y desaliñada mansión, solo usada como fuente de recreo y relajación.
Hay que desgravitarse de Bogotá. Una ciudad que en un nostálgico antaño, exponía altos índices de convivencia, cultura, educación y justo ahora esta sumida en una caótica revolución desgastada por un modelo neosocialista disfrazado de progresismo, para conquistar las masas populares. De qué sirve el "good will" que hay detrás de lentejuelas, corbata y traje de los pubs y bares de las distintas zonas de recreación popular esnobista, que hacen desconectar de nuestra aire macondiano y elevar los egos escondidos de esos europeos que tenemos entre otras, cuando el caos urbano limita su desarrollo social?
Pero el horizonte colombiano apunta a sus regiones, a la provincia, a su piel más auténtica y genuina. Desde La Guajira hasta el Amazonas, la biodiversidad colombiana es un espejo aun desconocido para muchos compatriotas, que se han sentido foráneos dentro de su propia patria (la ignorancia es tan atrevida y la falta de identidad tan miserable) que prefieren los aires extranjeros y descubrir mejor el mundo entero.
Un sentimiento nacional imantado sólo por las insolvencias institucionales que se excita, cuando se rompen en llantos populares, y nos enarbolamos de amarillo cuando el deporte exhorta la vergüenza de su victoria, y gritamos “Colombia” a todo pulmón, o cuando ganamos cuanto concurso de belleza pero nos escandalizamos con las diferencias socio culturales de otras regiones, en un espejo que marchita nuestro verdadero sentir nacional.
Hay que potenciar y desarrollar con autonomía las regiones, brindándoles herramientas fiscales que permitan navegar por las aguas de la sostenibilidad administrativa, dejando el engorroso desfile de proyectos inviables de las entidades territoriales presentados ante los asaltos de los peajes burócratas de ministerios capitalinos (en un verdadero viacrucis donde el calvario de las componendas se arrodilla ante las penitencias de sus mismas exigencias) para que salgue a flote.
Descentralizar y desconcentrar el Estado capitalino y republicano, implicaría trasladar en un plano hipotético, entidades de orden nacional como los Ministerios a la provincia y/o ciudades que se identifiquen con su naturaleza funcional, es decir por ejemplo, en Medellín y zona de influencia como ciudad innovadora, el Ministerio de Tecnologías e Información; en el corredor del caribe Cartagena, Barranquilla y Sta Marta, Min de Turismo y Cultura, además de Proexport y afines; en Cali y Eje Cafetero el Ministerio de Desarrollo e Infraestructura, Coldeportes y así irrigar en cada rincón de la patria diversas entidades del orden nacional, que con su radio de acción, permitan mitigar los tramites tecnócratas del poder centralista y así además ejercer soberanía en aquellos territorios donde la presencia del Estado es escasa. Nuestro territorio insular, tan afectado por aquel vergonzoso fallo de La Haya, es un ejemplo propio del vivo republicanismo capitalino, que bajo una diplomacia de papel y cartas de alto tumerqué, no supieron con sentimiento de patria defender, por acolitar los caprichos de una insurgencia sedientas de poder
No se puede vivir bajo la sombra pagana de un feudalismo centralista, adulando las migajas que reparten a las provincias, dejando sólo la sutil riqueza a nivel de pocas familias que se ufanan ser de una realeza. En una República Presidencialista como la nuestra, donde aún se siente el sistema de castas y además, brindan por adular con viandas lo sintonizado con (en un paganismo oportunista y servil), el ego del centro es inversamente proporcional al desarrollo de la periferia; esto permite manipular con protocolo cortesano a quienes ostenten una mediana capacidad de digerir sus ambiciones y así estrechar su débil mano.
Por ello, gobernar a Colombia está en la visión conjunta del país. Bogotâ ha mutado en un embudo tecno burocrático, donde si bien las oportunidades pululan como sus agrietadas vías, también es un imán para aquellos que desean salir de su pobre visión de vida.
Un cáncer regional, donde las plutocracias de provincia se ufanan con la conquista de un mediano desarrollo en la capital, porque su horizonte parroquiano solo mira verticalmente el progreso de sus metas en su afán (egoísta) de lograr un "mejor bienestar".