Hace unos día, durante una jornada organizada por la CAR, asistí a un recorrido en lancha por el río Bogotá en un tramo entre Engativá y Suba, junto a algunos documentalistas y periodistas de diferentes países. Navegar por el río Bogotá no es un plan que suene precisamente atractivo, este es un río que desde siempre hemos conocido como oscuro y putrefacto, por el que poco o nada se puede hacer.
El recorrido inició en el puente de guadua en la calle 80, curva a curva se fueron descubriendo algunas casas, los últimos barrios de esa esquina de Bogotá (Suba). Siendo el río un lugar que se considera intolerable, está rodeado de más gente de la que uno creería. También están los trabajadores de las obras de recuperación, para quienes tampoco es habitual ver navegantes en el río. Al vernos nos saludaron a lo lejos y tomaron fotos.
El agua fue cambiando de colores a medida que avanzamos, de oscuro a claro, de claro a aún más oscuro. Se notan los sectores donde han pasado las obras de recuperación, pero también se siente, en algunos tramos, la densa putrefacción, esa colección de olvidos e indiferencias de innumerables “no me importa” provenientes de una ciudad que le da la espalda al agua.
El río Bogotá bordea nuestra ciudad a lo largo de cinco localidades, a sus costados hay barrios populares, algunos terrenos baldíos y varias fábricas. Contemplar a Bogotá desde el río me permitió ver otra perspectiva de los cerros, una que los combina con las montañas de las afueras de la ciudad. Bogotá está allá, a lo lejos, es como mirarla desde la puerta, como pararse a observar mientras ella no lo nota, verla con todos sus defectos y todos sus potenciales.
Aunque el mal olor no se sentía fuerte, después de estar un rato en el río, en el grupo hubo una sensación general de malestar, de incomodidad, pero más allá de ese sentimiento insalubre, la emoción que tuve al estar en una lancha sobre esas aguas mal afamadas, fue nostálgica, imaginaba ese escenario en el pasado: un río en la sabana con una hermosa vista hacia los cerros, una sabana dotada de agua hacia donde se viera. Tuvo que ser un paisaje absolutamente encantador. Deseé haber conocido este territorio hace 400 o 500 años. Aunque, por absurdo que parezca, aún hoy, a mis ojos este es un paisaje bello que merece ser contemplado.
Bogotá creció mirando hacia otro lado, dejando atrás el río, omitiéndolo y restándole importancia. “En latinoamérica competimos por quién tiene el río más contaminado”, decía el experto de la CAR, y, al parecer, por sorprendente que suene, nuestro río no es el peor. Las obras de recuperación ya llevan varios años, el solo hecho de poder navegar en él, aun con todas las precauciones del caso, da cuenta del avance en el proceso de descontaminación y recuperación. Del fondo de sus aguas han sacado todo tipo de cosas y se proyecta que en el año 2025 estén listas las obras de construcción y ampliación de las plantas de tratamiento de aguas residuales, para entonces la recuperación habrá llegado a un punto muy alto.
Que hoy nos digan que podremos nadar en el río Bogotá no puede sonar más que como una enorme mentira, pero quizá tenemos que permitirnos considerar esa posibilidad como una meta; tal vez no a ocho años, pero sí en un futuro no tan lejano. Al río hemos de tenerlo en mente, pues no son únicamente las voluntades institucionales las que permiten la recuperación. La descontaminación es un camino largo como ese río de más de 350 kilómetros, un camino que podríamos recorrer si la ciudad dejara de ignorarlo.
Al finalizar hicimos un tramo caminando a través de una zona de humedal que está en recuperación desde hace dos años, un paisaje hermoso en un lugar inesperado. Con un poco de quietud y protección estas zonas vuelven a ser lo que eran, este espacio es un retazo de lo que fue Bogotá antes de ser urbanizada de forma caótica: agua, agua en abundancia.
Disfruté ese recorrido y me fui con la ilusión (o siendo una ilusa, tal vez) de ver el río sano y grande. Los invito a que sueñen conmigo viendo estas fotos que logré ese, a que sean ilusos como yo y se permitan ver el río, tenerlo en mente y soñar con él.