La alcaldía proclamó hace poco a Bogotá como la capital mundial de la bicicleta, pero más allá de los casi ochocientos mil viajes diarios que se realizan en este medio de transporte, o los quinientos kilómetros de ciclorrutas que existen, hoy movilizarse en bicicleta por Bogotá es una verdadera ruleta rusa.
A Diana Patricia Gómez la mataron a bala por robarle la bicicleta el jueves 20 de septiembre al mediodía en el sector de Villa Natalia, localidad de Bosa. Muy cerca de ahí, en Kennedy, en la madrugada del 10 del mismo mes, un sujeto que pretendía robarle la bici disparó contra Pedro Antonio Peñuela Romero, quien se dirigía a su trabajo como guarda de seguridad, causándole una herida mortal.
El instructor de aeróbicos del IDRD Jeisson Alejandro Cárdenas fue abordado el cuatro de mayo de este año por dos supuestos recicladores, que usaron esa caracterización para pasar desapercibidos y así poder robar su bicicleta. Este al resistirse al ataque fue impactado también por un arma de fuego causándole la muerte.
El panorama parece desolador para quienes utilizan el medio de transporte más sostenible que existe. Mientras crecen exponencialmente los viajes en bicicleta, se multiplican a ritmo descontrolado los robos, ataques y muertes, convirtiendo así al ciclista en el actor de movilidad más vulnerable en Bogotá.
Transitar por las ciclorrutas en la ciudad nunca fue el cuento de hadas que el alcalde narraba cuando comparaba a Bogotá con Ámsterdam o Copenhague, donde la cultura de la bicicleta no se limita a la simple infraestructura o el número de viajes al día; allá se piensa en un todo que involucra el entorno, confort, y seguridad para que el ciclista vea este medio de transporte como algo que además de mejorar los tiempos de desplazamiento, sea en verdad un indicador de calidad de vida.
Bogotá conecta varios sectores mediante ciclorrutas y carriles exclusivos. En esencia es un modelo amigable para el ciclista ya que el tránsito por los carriles mixtos es mínimo en estas arterias para biciusuarios, pero es justamente en los muchos parajes desolados que las ciclorrutas tienen donde se presentan la mayoría de los ataques, especialmente en las localidades de Suba, Kennedy, Bosa, y Engativá, que registran a su vez el mayor número de robos de bicicletas.
Atravesar la ciudad de norte a sur por el costado oriental sí que es un desafío para quien utiliza la bicicleta en su diario vivir porque aunque existe un corredor exclusivo hasta la plaza de Bolívar, a partir de ahí se debe recorrer un sector desprotegido donde la mayoría de los ciclistas apelan a la ayuda divina para no ser interceptados por los malhechores que atacan campantes en el barrio Las Cruces o San Bernardo, corredores obligatorios para quien habite en el suroriente de Bogotá.
Cabe recordar que en el centro de la ciudad existe una población universitaria muy grande, que en gran número utiliza la bicicleta, así que debería existir un corredor vigilado que los lleve seguros a casa sin la taquicardia que producen las oscuras y solitarias calles que desde centro van hacia el resto de la urbe.
La policía sabe dónde está el mercado negro de bicicletas; en las cercanías a la estación del ferrocarril entre calle 13 con carrera 18 una de un millón de pesos se consigue por menos de la mitad. Las autoridades conocen dónde y cómo funciona el negocio, pero poco es lo que hacen para detenerlo.
El secretario de Gobierno de Bogotá había asegurado que para finales de agosto comenzaría el registro voluntario de bicicletas en la ciudad mediante una plataforma distrital que evitaría el hurto de estos vehículos, pero septiembre ya está a punto de terminarse y de ese proyecto no sabemos mucho.
Durante los primeros siete meses de este año fueron robadas 4011 bicicletas en Bogotá, presentando un incremento del 71% con respecto al mismo periodo del año anterior, sin contar los casos que no se denuncian. Este alarmante crecimiento ahonda la profunda crisis que afrontan los ciclistas en la capital, y aunque gracias a ellos se ha alivianado un poco el caótico tráfico de la ciudad y se respira un aire menos sucio gracias a su ahorro de CO2 al parecer a la administración distrital lo único que le interesa es que por todo el mundo se reconozca a la “Atenas suramericana” como la capital mundial de la bicicleta.