Blanco Porcelana
Opinión

Blanco Porcelana

Noticias de la otra orilla

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julio 26, 2014
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Repasando el cronograma de exposiciones de la Galería de la Aduana de Barranquilla encuentro agendada para este año una exposición que conceptualmente surgió en esta ciudad, como ganadora de un premio distrital de estímulos hace algunos años, y aquí mismo vi estrenar y luego vi crecer  en reacciones y significaciones por varias salas de arte en el país, envuelta en una polémica que llegó inclusive hasta los mismos estrados judiciales.

Una polémica que en realidad es una actualización del debate de siempre. Uno que ya se creía superado desde el siglo XIX: el de realidad y ficción en la literatura y el arte; otra manera de procesar lo íntimo y lo colectivo desde el ámbito la libertad creativa; lo personal y lo familiar; el derecho inalienable del artista de procesar su experiencia individual y social; hacer arte con la memoria individual y colectiva.

Blanco Porcelana es fundamentalmente un proyecto de arte conceptual que se  expresa a través de elementos literarios (un relato biográfico), una  investigación iconográfica acerca del concepto de belleza (imágenes y  prácticas culturales); una instalación que ubica en una cuna un  video que ilustra con imágenes vivas prácticas de belleza que tienen a la  artista como protagonista; y el desarrollo serial de dibujos  intervenidos que tienen como motivo central un retrato de infancia de la artista, en cuya cabeza se recrean diversas escenas de la historia del arte y la publicidad. Imágenes que al situarse topológicamente en su cabeza están significando claramente la naturaleza de lo que constituyen las ideas y los preconceptos en el imaginario de alguien. Cuenta también con una serie grabada de testimonios orales que ilustran con frases referidas al color de la piel diversas escenas de la vida familiar de la artista; entre otros desarrollos visuales, sonoros y conceptuales.

El diálogo de todas estas formas y modalidades de expresión arman el  entramado de un código eminentemente estético que busca representar más allá de la anécdota familiar, más allá del referente visual de una foto, más allá  de la misma vida personal de la artista, un problema histórico, social y  cultural vigente en la vida y la historia de muchas familias colombianas y  latinoamericanas, siendo esta realidad un motivo y un pretexto eminentemente loable para que el arte contemporáneo revele a través de nuevas prácticas y modos de representación nuevos modos de significar la experiencia desde lo estético y desde el análisis social y antropológico de las costumbres familiares, que no son más que modelos mentales que aún determinan e influyen la vida en nuestros países. Y el arte está semióticamente llamado a asumir estas realidades culturales para hacer de ellas nuevos textos para la interpretación. Entiéndase bien: nuevos textos para acercarnos racional y estéticamente a una interpretación del mundo que nos rodea.

El arte, ya lo han dicho teóricos como Roland Barthes y Sebastiá Serrano, por ejemplo, no es la reproducción de la realidad; es la propuesta de una nueva realidad; una realidad otra; una realidad alterna que le sirve a los seres humanos como metáfora, como forma traslaticia de la realidad para entenderla y para cuestionarse frente a ella. En este caso, la artista si bien es la autora es también un personaje, un símbolo, una representación; las voces familiares no pertenecen a la familia de la artista en particular: es la proyección de muchas voces, un verdadero coro griego que trasciende la especificidad anecdótica de una familia determinada; por razones de una semiótica del arte, la abuela que encarna el ideal del blanco porcelana no es ya la abuela de la artista; es una abuela arquetípica de Latinoamérica que encarna un ejemplo, un ideal de comportamiento y de belleza en una tradición familiar y cultural, innegable si se mira en el contexto del desarrollo social, político y cultural de toda Latinoamérica como conjunto.

La demanda que hace muchos años instauraran los miembros de una familia de Sucre (Sucre) al reconocerse en la novela de García Márquez titulada Crónica de una muerte anunciada, en el caso del crimen de los hermanos Vicario en la persona de Bayardo Sanromán por la virginidad de su hermana Ángela Vicario, es un buen ejemplo de esta diferencia que existe entre la obra de arte y la realidad que la inspira. Los demandantes no son los personajes de la novela por lo tanto no tienen porqué sentirse aludidos. García Márquez, como la artista Margarita Ariza, se sirvió de una historia real para construir otra historia, esta vez simbólica, y por lo tanto distinta. La historia de Blanco  Porcelana no es la historia de la abuela de la artista, sino de todas las abuelas que han sido referente y paradigma en sus familias. Y el servirse de la realidad con un propósito estético y conceptual es una de las libertades universales inalienables de todo creador.

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