Blade Runner es la primera aproximación al cuestinoamiento ontológico en el cine recuperado y puesto al límite del entendimiento por las preguntas que planteaba Matrix: La egocéntrica idea de encumbrar a hombre como un ser que levita por encima del resto de las criaturas, como autónomo, dueño de sus pensamientos y deseos, capaz de racionalizar y encontrar respuesta y explicaciones a su entorno se desmoronan ante la posibilidad de que seamos simplemente el producto de la imaginación que otro ser pensó y puso en marcha de manera perfecta, de tal forma que su creación pasara desapercibida ante los ojos y las mentes de sus criaturas y que a su vez les permitirá la capacidad de soñar con dar forma a otros seres que replicasen su manera de actuar e interpretar el mundo en el que fueron concebidos.
Sin ser revolucionariaria, la idea, no deja de ser interesante por demás, y sí reivindica el planteamiento maravilloso que Borges devela en Las Ruinas Circulares, la idea del mago que sueña un hombre perfecto al que le lleva tiempo concebir y a su vez la compasión lo empuja inventarlo sin el recuerdo de su intrínseca fragilidad de ser un sueño y en el proceso darse cuenta de que él, el mago, es también un constructo de la mismísima material onírica.
El cuestinoamiento no se detiene allí, pues cuando pensábamos que ya lo habíamos visto y entendido claramente, viene West World la serie de HBO que retoma el cuestionamiento de nuestro libre albedrío, que nos pone a reflexionar acerca de nuestra condición humana, nos confronta de nuevo con la tragedia de ser únicos en nuestra especie, dotados de la capacidad de poner en dudad nuestra creencias y convicciones. En otras palabras, nos vuelve a invitar a adentrarnos en la reflexión, a pensar que tan infinita es nuestra capacidad de obrar, que tan autónomo es nuestro pensamiento y cuán frágil es nuestra posiblemente mal infundada grandeza.