La política en nuestro tiempo parece ser el arte de convertir manejos non sanctos del Gobierno y el poder en más secreto y mentira.
Colombia no es desafortunadamente la excepción, incluso, lo es más, porque aquí se ensaya por toneladas y en una proporción que nada tiene que envidiarle a aquellos que lo hacen en otras latitudes.
No obstante, la dramaturgia que hoy escenifican gobernantes y políticos revela muchas grietas y en sus entretelones se alcanzan a ver los personajes reales.
Duque podrá intentar representar el papel de presidente, pero sus gestos de pésimo actor, no parecen posible que se lo reafirmen; el parlamento colombiano en muchos de sus actores podrá intentar representar a los electores que los ponen allí, pero el hecho de que la mayoría ni siquiera hable, ni ejerza control político, ya de por sí niega su papel de parlamentarios, dado que ese es su papel: ¡hablar!
Y sobre la mentira, por más esforzados actores que resultan muchos gobernantes y políticos colombianos, cada vez resulta más difícil que se las crean. Entre otras cosas, porque son tan grandes las mentiras que por su tamaño ya resultan increíbles.
Por eso cada vez menos la sociedad colombiana les cree menos las fábulas de horror que han inventado sobre Petro; sobre el peligro de las llamadas disidencias de las Farc y del ELN; o sobre el peligro de la democracia que, entre otras cosas, bien es sabido que en Colombia siempre ha estado bajo asedio, no sólo por sus enemigos, sino por sus propios defensores que han ido a saco para robar los recursos públicos y usufructuar en secreto las riquezas naturales de las regiones y el país.
No parecen enterados tampoco de que, en el ejercicio de las mentiras, ahora lo que practican sus maestros acuciosos de otras latitudes no es la Gran Mentira, sino las llamadas mentiras medianas (Applebaum, 2021).
Por descontado, que muchos de los aspirantes presidenciales pro statu quo, también han decidido transitar por ese camino trillado. No es más constatarlo en algunos de los debates hasta ahora presenciados, cuya dramaturgia ha resultado deprimente y monocorde, con el sonsonete de convertirnos en otra Venezuela, sino se les vota a ellos como la opción más razonable para nuestra democracia.
No extraña por eso que el presidente Duque y su gobierno, aprovechando la pandemia, hayan hecho uso intensivo del secreto y la mentira para favorecer la opacidad y la violencia desde el poder.
De otra manera no se explica, qué caso tiene salir a celebrar la detención de muchos jóvenes de la llamada Primera línea de las protestas de abril a julio de este año; o antes, la justificación de bombardeos a campamentos guerrilleros estando advertidos de la presencia de niños en ellos, o en el momento, el periplo injustificado de viajes al exterior con una comitiva tan numerosa como mentirosa en las promesas de defensa del medio ambiente en Colombia, es decir, tras de nada favorable para la sociedad colombiana.
No es nueva, por supuesto, la estrategia. Desde los albores de la memoria y desde que la historia es historia, unos hombres han vivido para someter a otros, esa inclinación ha movido el impulso de gobernar a los otros, y a hacer de la política su modo de legitimarlo.
Pero la política moderna ha tenido en Maquiavelo uno de sus padres cultores y una figura de culto, que ha sido desarrollado por otros estudiosos, no cabe duda. Que ha encontrado en nuestro mundo discípulos y practicantes aventajados, tampoco cabe duda.
No por casualidad, allí sigue tan campante el florentino en las repetidas frases de tantos políticos que han hecho un mantra de aquello que aconsejara: “más importante que ser, es parecer ser”, o aquella de que para un gobernante sería deseable ser amado y temido, pero como por lo regular no puede alcanzar las dos cosas, entonces “es preferible ser temido que ser amado”, dado que así mantiene más interés y preocupación de sus adversarios.
La consecuencia ha sido la constatación de que la política está tejida de violencia, de intrigas, conspiraciones, secretos y mentiras. No en vano el manual de estrategia de muchos es El príncipe, o también ese otro mantra en que se convirtió el conocido Arte de la guerra.
Pero lo cierto es que hoy la política se hace más con el miedo, algo también abordado en la obra de Maquiavelo, pero menos recordado. Para muchos el parecer ser, ha sido desplazado por la estrategia del temor, de infundir miedo sobre los opositores, con lo cual en nuestra era han dispuesto aprovechar intensivamente el movimiento de ciertas emociones: el odio y la ira, entre las más usuales. Todo se dispone en despertar las emociones destructivas de una franja de la sociedad contra los que suponen sus enemigos.
Pero desde luego, estas no pueden funcionar sin el recurso a la vieja estrategia de la mentira y el secreto. La primera de estas tiene entrada con carta de naturalidad, dado que la similitud de la política con el mercado, ha hecho que esta se convierta en un campo en que para vender el producto (el candidato), se acuda a mensajes de tinte publicitario, lo cual los hace susceptibles de utilizar el engaño, como tan frecuentemente se acude en la publicidad, sin que sus recursos de comunicación puedan ser advertidos inmediatamente, sino cuando ya el consumidor ha comprado el producto.
Es lo que en esta esfera se conoce como publicidad engañosa, la cual puede dar lugar a multas o devoluciones. El problema es que, en las reglas de la política, rara vez se da que un gobernante elegido con estas estrategias devuelva la presidencia, o el cargo del que ha sido electo, o nombrado. Y en Colombia sí que menos, pues acá el verbo renunciar pocos lo practican, por no decir que nadie.
El secreto, por otra parte, no es menos importante. Todas las sociedades e individuos lo practican. Es parte de la personalidad de las sociedades. De hecho, en política este se ha convertido en estrategia para enfrentar a potenciales enemigos y por eso se ocupan contingentes de hombres y mujeres en servicios secretos.
También existen instituciones del pasado y de la era moderna que lo mantienen: el secreto de confesión en la iglesia; los reportes de inteligencia en las fuerzas armadas; la reserva de información en sociedades secretas; las reservas de admisión en clubes exclusivos, o el mismo off the record, en el ejercicio del periodismo para reservar las fuentes de información de riesgos potenciales.
No obstante, el presente está haciendo volar por los aires el secretismo y la mentira porque también la era de la información está poniendo al descubierto sus mecanismos y su representación también resulta cuestionable en muchos casos. El nuevo coto de caza, es de suponer, son los secretos y mentiras que se alojan en los algoritmos y datos que buscan seguramente controlar detrás del universo de las redes sociales, amén del jaqueo de nuestra psiquis y de nuestros comportamientos cotidianos para proceder a la inducción por sus opciones mentirosas y oscuras.
El telón no ha caído aún en la obra de nuestros gobernantes y políticos, pero muchos no han advertidos que están desnudos ante un público sorprendido que escucha las mentiras y secretos que aquellos suponen están debidamente puestos fuera del escenario. El gobierno de la nación y de muchos gobiernos locales, no han advertido, ni quieren saberlo, lo mal actores que pueden ser. ¡Ya les pasarán en su momento la cuenta de cobro!