La pared blanca del patio ocho de la cárcel de Tramacúa, en Valledupar tiene una inscripción que ponía los pelos de punto a los más de 1.600 reclusos que la habitan: Bienvenidos a morir en el infierno, escrito por los mismos presos. La leyenda negra a acompañado al penal desde su apertura en marzo del 2000. Durante los primeros 11 años el ambiente era insoportable. Para aguantar el asfixiante calor del mediodía los presos, sin camisa y en pantaloneta, debían pegarse a las paredes esperando refrescarse. En ninguna de las 800 celdas hay un solo ventilador. El agua solo llegaba durante media hora a las siete de la mañana, y otra media hora a las seis de la tarde. Apenas hay tiempo de bañarse. Sólo podían recoger un poco del líquido en botellas de gaseosas llenas de moho. La diarrea se agudizaba aún más por culpa de las cucarachas y las ratas.
Las protestas de los reclusos no fueron oídas durante años. Algunos de ellos como el ex senador Álvaro Oviedo, condenado a 39 años por doble homicidio, el narco del cartel del Valle Víctor Patiño Fómeque, John Jairo Velásquez Vásquez alias Popeye, el comandante de las Farc Yesid Arteta o Luis Alfredo Garavito, aprovecharon las entrevistas que le hacían los medios para denunciar los excesos.
Las palizas de los guardias, la mayoría de ellos sin portar identificación para no ser denunciados, eran pan de cada día. No sólo usaban barrotes sino gas pimienta y electrochoques. Se habilitó un cuarto conocido como Villa Mosquito en donde aislaban a los reclusos que se portaran mal. El cuarto, ubicado en la temible Torre 6, estaba plagado de alimañas y a veces los guardias despertaban a los reclusos echándoles una bala de gas lacrimógeno. Las quejas llegaron a oídos de la ONG francesa Acción de Cristianos para la Abolición de la Tortura ACAT y a la Defensoría del Pueblo quienes decidieron cerrar Villa Mosquito en febrero del 2014. En ese mes la Procuraduría destituyó al teniente Julio Santos Villamizar; los inspectores Carlos Arturo Peña Arango y Gerardo Carlos Portela, y los dragoneantes Carlos Hernán Pinzón, Jhon Frey Moreno, Roberto López Camargo, Herbert Cartagena y Fabio Méndez Sierra, todos estos funcionarios fueron castigados por los abusos a los que sometía a los reclusos.
Para solucionar el problema del agua se construyeron en el 2014 tres tanques de agua de 1.000, 100 y 400 mts cúbicos que, aunque no son capaces de calmar la sed de todo el penal, al menos ha dejado que el agua llegue durante cuatro horas al día. Ya los reclusos tienen baldes y no botellas para acumular agua. Aunque no todo es malo para los presos. En Tramacúa no violan, no roban, no matan. Muchos están tranquilos ahí, así el calor y las paredes blancas amenazan con dejar ciegos a los presos. No hay caciques ni privilegios porque ahí no circula el dinero: lo único que le permiten a los presos es que les envíen de afuera una suma correspondiente al sueldo mínimo. No hay hacinamiento, sólo son dos presos por celda. La comida además no es mala, pero sí muy poca: un almuerzo son porciones muy pequeñas de carne, arroz, ensalada, sopa y un vaso de agua. El desayuno se compone de 30 gramos de queso, un pan, un huevo frito y un café.
La canícula de mediodía cae con furia sobre las paredes blancas del penal. El reflejo es tan fuerte que ya van 18 presos con problemas oculares. Además, la apertura de una carretera a 300 metros de la prisión ha levantado una nube de polvo que ha afectado notoriamente los pulmones de los reclusos y han agudizado la sed: la boca siempre está pastosa, seca, hirviente.
Este es el infierno en el que va a vivir, durante los próximos 58 años, Rafael Uribe Noguera, muy cerca de Luis Garavito.