Bienvenido el Nuevo Liberalismo a la arena política colombiana. Llega en el momento justo para airear la campaña que se avecina.
La orden de la Corte Constitucional al Consejo Nacional Electoral de reconocer la personería jurídica del Partido Nuevo Liberalismo es refrescante para la democracia. Se amplía el abanico de la política con nuevas opciones de proyectos incluyentes, con vocación de paz y reconciliación, de prácticas políticas limpias. Se abre un nuevo espacio para propuestas modernas dirigidas a millones de jóvenes sin esperanzas en un mundo que está cambiando a una velocidad incontenible gracias, entre otros factores, al papel del conocimiento en la creación de riqueza, la revolución tecnológica y al cambio climático.
La personería otorgada no garantiza nada. De ahí que los retos de los dirigentes del NL son inmensos, comenzando por la aplicación de mecanismos que hagan del NL un partido democrático y como ha dicho uno de sus líderes, que se construya de las regiones hacia el centro, es decir, un partido incluyente.
Tienen la tarea descomunal de evitar reproducir viejas prácticas que han permeado el recorrido de jóvenes políticos de todo el espectro. La corrupción, lamentablemente, es también intergeneracional y tiene en líos con la justicia a congresistas y exgobernadores menores de 40.
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Somos un país que se debate por salir de largas décadas de violencia. Que un nuevo partido se sume a las voces que claman por la reconciliación es una excelente noticia
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Somos un país que se debate por salir de largas décadas de violencia. Que un nuevo partido se sume a las voces que claman por la reconciliación es una excelente noticia. Error garrafal cometen quienes creen que no hay movimientos ni partidos autorizados, distintos al propio, para representar proyectos políticos democráticos y que no vacilan en descalificar con las pautas de la vieja política. Como en los realities, el guión lo orienta el afán de eliminar al competidor del juego a como dé lugar. La práctica del respeto es aún ajena a muchos que se sienten intérpretes de la voluntad popular.
Es natural que se evoque la imagen de Luis Carlos Galán, asesinado un año después de la disolución del NL en 1988. Se caería en un error, sin embargo, olvidar los demás asesinatos ocurridos en esos años y en posteriores. La muerte violenta de Luis Carlos Galán , la de Rodrigo Lara, es también la de Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, José Antequera. Y, por supuesto, la de Guillermo Cano, director de El Espectador y, años después, la de Jaime Garzón. Todos, brutales golpes a la democracia. Colombia, con la muerte de Galán y los demás líderes, perdió una generación de dirigentes políticos irremplazables, amén de ese genocidio sin par que fue le exterminio de la UP.
La “resurrección” del NL es una espaldarazo a la democracia en Colombia. El otorgamiento de la personería jurídica a Colombia Humana sería el complemento ideal.
Bienvenido el Nuevo Liberalismo. Que lo que se perfila como una oportunidad se convierta en una realidad. Que la paz y la reconciliación, el respeto incondicional por la diversidad, la lucha contra la inequidad y el cambio climático, la educación de primera calidad, sean sus banderas.