Por encima de los pregoneros de la muerte, de los desencantados, de los desesperanzados, de los que ofician de sepultureros de ilusiones, yo reafirmo mi fe en la esperanza porque desde hace mucho tiempo me asomo por entre las rendijas de la guerra y buscaba, ilusionado, el espacio para la paz que hoy se nos ofrece.
Porque crecí en medio del ruido de los disparos y vi el llanto en los rostros de familiares y amigos. Porque vi la violencia pasearse por mi pueblo y tuve miedo de no alcanzar a ser un hombre adulto. Porque vi la muerte dar zarpazos sin distingo de edad o de género. Porque amo la vida, las sonrisas, la alegría. Porque me gustan los amaneceres y ver como la noche me llena de recuerdos hermosos y no de temores.
Porque quisiera que los que vengan reemplazando a quienes cumplimos la jornada vital les toque una patria amable, buena, acogedora, en la que no duela vivir.
Para los desesperanzados, para los desencantados, para los incrédulos, para los contagiados de desaliento; apuéstenle un poco a la posibilidad, a la esperanza, ayuden desde su desánimo con un poco de voluntad, y si no ayudan, traten de no ser un estorbo para los que tenemos como bandera la confianza en un futuro mejor para todos.