Se habla mucho en el ambiente del fútbol que los grandes equipos son aquellos que rompen récords, ganan títulos, golean a sus rivales o ganan finales en las que todo parece jugarles en contra. Sin embargo, han existido equipos que no han validado su grandeza en el campo de juego o en la vitrinas de sus clubes. Brasil del 82 salió eliminado con Italia en el día en que el f encia. útbol perdió su inocencia. El día de la tragedia de Sarria. La famosa naranja mecánica y aquel equipo húngaro de los años cincuenta conocido como “el equipo de oro” son escuadras inolvidables a pesar de no haber traducido su vistoso juego en títulos. Como buen amante de las causas perdidas me considero un admirador de estas derrotas con valor. No soy un amante de las derrotas, más bien me considero un amante de las victorias que no se traducen en un dato histórico.
Recuerdo una tarde de 2009 en la que vi al Huracán de Ángel Cappa caer ante un Vélez fuerte y violento. Ese día se perdió la inocencia, o lo que quedaba de ella. Aprendí que el fútbol está hecho para ganar. Punto. No hay nada más detrás de esta máxima. Monzón está sin aire luego de chocar con Joaquín Larrivey y Maxi Morález remata ante un arco que se abría de piernas a su disposición. Gabriel Brazenas da el gol como válido. Sin ser hincha del Globito fue una derrota que dolió. Recuerdo no haber querido hacer nada por un par de días. Creo que es una de esas derrotas que no he tenido como propias pero que han entrado en lo más íntimo de mi forma de sentir el fútbol. Para mí Huracán era el campeón oculto, el campeón del otro torneo… ¿cómo llamarlo? Por ahora, lo llamaré el torneo de la nobleza.
Hace varios meses Marcelo Bielsa pronunció una conferencia de prensa en Bilbao que me recordó esa tarde de 2009. Bielsa señalaba que el fútbol no se debe analizar a partir del resultado. Decía El Loco que de lo que se trata es de evaluar la fidelidad a una idea de juego, la astucia, la rebeldía y las convicciones del equipo. Para Marcelo Bielsa esa es “la nobleza de los medios utilizados”. La nobleza es algo que difícilmente se traduce en un dato histórico. En el fútbol no existe un récord al más noble, al mejor compañero, al más leal. No. En el fútbol se gana o se pierde, lo demás es milonga. Y hace años, cuando Bielsa salía por la puerta de atrás del seleccionado argentino siendo señalado como un ángel de la derrota, un técnico perdedor, se publicó en el diario La Nación un artículo titulado “Bielsa detrás de la máscara”.
Allí se revelaban algunos secretos del entrenador que había protagonizado la peor de Argentina en la historia de los mundiales. Los secretos tenían que ver con algunas reflexiones del entrenador acerca del éxito y del fracaso, pero no deberían ser un secreto para alguien que haya practicado fútbol en cualquier potrero de cualquier barrio en cualquier lugar del mundo. Para Bielsa, que impuso un estilo de juego vertical, amplio y dinámico, el fútbol tiene que ver con la felicidad. La felicidad y no el éxito. El éxito es lo añadido, aquello que está fuera del fútbol pero que al día de hoy parece ser lo único que le da un lugar en el mercado y en la televisión. Hay que ganar, punto. Por el contrario, este ángel del fracaso en que se ha convertido Marcelo Bielsa nos dice lo siguiente y parece que nos convence:
“Fui feliz cuando disfruté del amateurismo, fui feliz cuando crecí enamorado de mi trabajo. Yo tengo un profundo amor por el fútbol, por el juego, por la esquina, por el baldío, por el picado, por la pelota. Y desprecio todo lo añadido.”
Ahora, ¿es necesario perder para prefigurar esta imagen romántica del fracaso? Creo que no es necesaria la derrota. La derrota es el otro rostro del éxito, es decir, es parte de la misma imagen de lo añadido. La derrota se añade al amor por la pelota y el picado. Despreciar el añadido a las cosas más inocentes que hacen parte del fútbol no es un elogio a la derrot, sino un elogio a la felicidad. Esa es la milonga en la que me quiero parar para detener las lágrimas del “Patito” Toranzo o del “Flaco” Pastore. Quizás no he perdido la inocencia. No la perdí en 2009 en la cancha de Vélez, ni en 2006 en el Estadio Olímpico de Berlín.
No la perdí tampoco con el penal mal cobrado a Santa Fe en 2011 también en la cancha de Vélez, ni con el gol de Paparatto en el Campín en 2012 que silenció mi corazón por unos días hasta el 16 de diciembre. La felicidad es un desborde por la banda, un cinco que corta y reparte, un dos recorriendo el medio campo con el balón bajo su control, un diez que juega de primera tirando con borde externo un pase entre líneas. Es la belleza silenciosa que es intraducible en una copa o en un dato. Antes de decir ‘hay que ganar’ es necesario decir ‘hay que jugar’.
Un profesor de filosofía se preguntó alguna vez para qué era necesario ver más de noventa minutos de fútbol si era posible ver el resultado del partido en los diarios del lunes. La felicidad es lo que nos llama a jugar, no es el dato o el resultado. La felicidad no sale en las tablas de posiciones de los diarios del lunes. Es una instancia en la que no importa el resultado, no importa el fracaso ni la victoria. Es la única salvación posible.
Pero Bielsa también nos ha mostrado el rostro de la victoria y lo ha hecho a pesar de ella misma. Una tarde de 1992, unos chicos comandados por un tal “Tata” Martino ganaron el campeonato apertura. Bielsa se levantó por encima de la multitud y comenzó a vociferar “¡Ñubel carajo! ¡Ñubel carajo!”. Hubiera gritado lo mismo en la derrota y en el fracaso. Esta ave prestigiosa por su disciplina y obsesiva manera de ver el fútbol se levantó con orgullo y señaló los colores de sus dirigidos. Yo tenía 3 años cuando esto sucedió.
Sin embargo, me paso las tardes viendo una y otra vez el video que hay en la red preguntándome por qué me emociona si nada me ata a Newell’s y mucho menos a Rosario. En ese video encuentro uno de los secretos de Marcelo Bielsa, es decir, encuentro la felicidad o algo de ella. Ese gesto se me ha quedado en la retina, como las lágrimas de Mario Vanemerak en la Sudamericana de 2007. “El Basura” Vanemerak extendía también un “Ñubel carajo!” silencioso que nos llenaba de felicidad. Estos gestos recorren el tiempo como la forma desnuda del fútbol. Son el fútbol sin su añadido.
Es fútbol sin su añadido está en los gritos del Loco Bielsa. Este gesto muestra justamente la nobleza de los medios que no es otra cosa que aquello que todos sentimos al jugar con amigos, cuando, precisamente, le metemos milonga a nuestras vidas. Este es el torneo de la nobleza en que es necesario que participen más equipos, más jugadores y más técnicos. Es lo insignificante del fútbol lo que nos hace felices, y es justamente eso lo que nos recuerdan las grandes gestas y las grandes derrotas.
Se puede ganar como sea, se puede perder como sea, pero lo más importante es ser feliz. La felicidad no está en el periódico del lunes. Está en la cancha, en la pelota rodando, en el juego. La felicidad, como se dice, está en la infancia. El fútbol no es una de las cosas serias de la vida, como para el dinero y las oficinas hagan de él una de las cosas serias. El fútbol valioso es aquél que no vale en esas oficinas de la FIFA o la CONMEBOL. Por el contrario, es el que se juega en las esquinas y en las obras de las ciudades. La felicidad está en esa inocencia perdida.