Pocas veces un resultado electoral en los Estados Unidos tendrá tanto impacto sobre la democracia en el mundo como el de mañana. Aunque no hay certeza acerca de con qué rapidez lo sepamos, dependiendo de con qué margen triunfe el elegido, el resultado del 3 de noviembre marcará la forma en que hagamos política en las décadas siguientes.
No es asunto de ideología de derecha o de izquierda. Cuando se enfrentaron Barack Obama y John McCain en el 2008, por ejemplo, había la certeza de que los dos candidatos eran tipos decentes, independiente de sus programas.
El martes es un día de esos en los que están en juego los mínimos de la decencia, del respeto a los demás, de la valoración al cambio climático, del reconocimiento a la ciencia.
Aunque Trump no es el creador del racismo ni de la xenofobia en los Estados Unidos, ni de la misoginia, ni de la cultura de la calumnia, ni del irrespeto por la ciencia, ha cruzado todas las líneas rojas imaginables. La característica común: el desprecio, la burla, la crueldad hacia todos aquellos que considera sus enemigos, el uso descarado de mentiras para denigrar.
Sin disimulo, sin observar el mínimo respeto por sus adversarios, sean Clinton o Biden, senadores republicanos que no le caminen, antiguos colaboradores que narren sus arbitrariedades y falta de preparación para gobernar, las mujeres que le han denunciado por acoso y, por supuesto, mexicanos o musulmanes, los primeros, según él, violadores, y los segundos sinónimo de terroristas, un triunfo de Trump sería la validación de la indecencia.
Exaltador del supremacismo blanco, de grupos neonazis, sordo frente a la violencia policial en contra de afroamericanos, Estados Unidos no merece un presidente que no procure unir a sus ciudadanos, un abanico de diversidad. No puede darse el lujo, entrando el rebrote con cifras récord de contagios, de elegir un individuo que debe responder ante un hecho simple: un país con menos del 5 % de la población mundial que aporta cerca de la cuarta parte de las muertes por el Covid, en el país que aloja las mejores universidades del mundo.
________________________________________________________________________________
En mala hora el gobierno colombiano, rompiendo una tradición “bipartidista”, le ha apostado a Trump, a sus clichés castrochavistas
________________________________________________________________________________
En Colombia no cambiarán políticas como la lucha contra el narcotráfico, vana y costosa, aún si Biden saliera elegido. Lo que quizás sea diferente sea la posición del gobierno demócrata, ojalá con senado a su favor, frente a la barbarie que son los asesinatos y masacres que están ocurriendo. Algunos colombianos con influencia se sienten empoderados con Trump al mando; otros, con licencia para matar. En mala hora el gobierno colombiano, rompiendo una tradición “bipartidista”, le ha apostado a Trump, a sus clichés castrochavistas.
Biden le conviene a la democracia en Colombia.
No sabemos qué ocurrirá. Hace cuatro años exactos, el New York Times le daba a Hillary Clinton 85 % de probabilidad de ser presidente y el portal FiveThirtyEight le adjudicaba más del 70 % a la demócrata. Esta plataforma y el modelo de predicción electoral que The Economist renueva varias veces al día le dan hoy a Biden aún más amplia probabilidad de hacerse con las 270 sillas del Consejo Electoral que, finalmente, decide la presidencia. Con el antecedente del 2016, cualquier cosa puede pasar.
Que Biden gane con holgura será refrescante para la democracia colombiana. Vientos de Chile y Bolivia pueden sumarse.