¡Bici...ble-mente! Sobre una práctica convertida en estilo de vida

¡Bici...ble-mente! Sobre una práctica convertida en estilo de vida

Falta infraestructura y política pública de estímulo. El futuro del mundo entero en términos de movilidad, ambiente sano y salud, dependerá de la bicicleta

Por: Lizandro Penagos Cortés
septiembre 25, 2023
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¡Bici...ble-mente! Sobre una práctica convertida en estilo de vida

“Cuando la vida se ponga cuesta arriba, ponle plato pequeño y piñón grande”.
Proverbio ciclista

Así como reconocimos nuestro país en la década del 50, así como la nación reconquistó Europa en la del 80, así mismo, hoy se redescubre la vida en cada pedalazo por cuenta de una práctica convertida en estilo de vida, más allá de una moda que fue alternativa de libertad en pandemia.

Las hazañas de nuestros ciclistas por las carreteras destapadas y polvorientas de un país eminente rural que apenas se asomaba al pavimento y al asfalto; las proezas de unos muchachos campesinos que a punta de coraje, panela y bocadillo veleño se encumbraron en las tres grandes carreras europeas a clavar la tricolor nacional; así mismo, un ejército anónimo de ciclistas recreativos ha redescubierto una afición y hermosos parajes de nuestra geografía, del campo nacional, de las zonas rurales, cuyos habitantes han encontrado en los ciclistas, la ruta para generar ingresos y paliar un poco la pobreza y el olvido.

En las ciudades la dinamización del sector también corre por su cuenta y el comercio que gira en torno de la bicicleta y los ciclistas, asciende cual escarabajo alentado por el pundonor. Claro que se especula, por supuesto, hoy es más caro algún implemento que hace algunos años, pero es producto de esta fiebre, de este virus de la vida que se expande, así a muchos les cause escozor la frase y su mentor.

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Montar en bicicleta es un pequeño intervalo de felicidad en medio de una vida deliberadamente dedicada a producir. Bueno, debe decirse, tan pequeño como usted quiera, decida o pueda. La adicción a la bicicleta –como toda práctica adictiva–, es muy costosa, de placeres momentáneos y esa sensación de vacío que lo llena todo cuando termina, cuando se regresa a casa. La diferencia, es que en este caso el efecto no se acaba. Abarca todos los sentidos y allí radica la sujeción a esta maravillosa necesidad.

En el ciclismo hay que ensayar a ser joven siempre. Sin embargo, no se trata de la negación del inexorable paso del tiempo, ni del impacto irremediable de los años sobre los organismos. Tampoco la absurda penuria mental de no aceptar que la vejez es una etapa de la vida que debe asumirse como un verdadero privilegio. No. Es una cuestión más de fondo. Una actitud consciente de las limitaciones que solemos imponernos cuando trazamos límites en la vida.

Los años pasan, es cierto, lo grave es que nos sentemos a ver cómo pasan y cómo nos aplastan, como la rueda implacable a la que le cantara Frankie Ruiz. En la bicicleta no va sólo un ciclista, va una vida representada en cualquiera de los roles que asumimos, una persona que sin importar los años ensaya a ser joven. Es decir, experimenta, aprende, estimula y expresa su libertad, la disfruta. En suma, intenta desplegar toda su capacidad física y mental.

Las frases motivacionales, en el ciclismo recreativo y en el profesional, abundan como los vistosos uniformes en todas las carreteras y caminos de la patria. Tal vez la más mercantilizada sea la de Albert Einstein, que versa sobre el equilibrio y la constancia en la bicicleta y en la vida: “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibro hay que seguir pedaleando”. Ya la he visto en afiches y en la sala de hogares de biciaficionados. O aquella selectiva que reconoce con cierta curiosidad, que sobre la bicicleta uno es al mismo tiempo el motor y el piloto.

Lo cierto es que pensar sobre la bicicleta debería considerarse una nueva forma de meditación, una estrategia de limpieza mental que desintoxica el cuerpo y el espíritu. Por encima de las evidentes ventajas físicas, rodar es pensar sin ataduras y respirar para henchir el cerebro y no solo los pulmones.

Se puede salir en grupo, pero este es un ejercicio solitario. Un encuentro consigo mismo. Un disfrutar de la propia compañía. Y todos sabemos que quienes se afligen en soledad son personas tremendamente aburridoras y vacías.

Dice mi tío Antonio, un ciclista de 75 años que ha pedaleado la mitad de su vida y se ve cincuenta años más joven que quien escribe, que los ciclistas se dividen entre los que se han caído y los que se van a caer. Muy apocalíptico, pero habla desde su experiencia.

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Una y otra vez se ha bajado diferente de la burra y ha besado el asfalto. No se rinde. Ya ni siquiera baja la cabeza para ver su pedaleo o la relación que lleva. Lo hace para respirar y seguir adelante. Dosifica su fuerza a partir de la fortaleza de su mente.

De eso se trata mijo, maneje un ritmo de acuerdo con sus posibilidades, que el entreno va haciendo lo suyo. Me gusta más la montaña, le digo. El reto de subir y el placer de bajar son dos delicias en una y aplica para la vida tío querido. Él se ríe y me cambia el tema. Quiere regalarme un uniforme. Yo esclavo y amo de la cicla, pero digno, me niego la mitad. Con bicicletero sí, pero sin camiseta ceñida, cual body estrangulador. Empatamos.

Todas las subidas están llenas de bicicletas que pasean la libertad de sus dueños. Como si los llevaran de la mano, atados a la esperanza, halados con el hilo invisible de sus expectativas y posibilidades. Las montañas y sus paisajes son un deleite visual, una simbiosis de la naturaleza que debe descifrarse y un premio que se recoge de a poco en la medida en la que avanza el ascenso.

Se mira hacia el futuro, hacia adelante; pero se clava la mirada en el presente, en el camino. El plan, en cambio, es un interminable horizonte. Un espacio que no marca diferencias. Un recorrido donde se llega más lejos y más rápido, pero tal vez no más feliz. Todo lo que pueda hacer cualquiera no resulta tan gratificante. Y de nuevo, aplica para todo en la vida. Es una cuestión lúdica, de gusto. Pararse en los pedales es derrumbar las imposibilidades frente a la montaña, vaciarse de amor llenándose de silencio mientras se pedalea.

Aquí crece la afición recreativa, pero no se desarrolla la bicicleta como medio de transporte habitual. Hay todavía una especie de resistencia al que en Países Bajos es el principal medio de transporte. Ámsterdam, la capital, tiene más bicicletas que habitantes y más ciclorrutas que cualquier otra ciudad en el mundo.

De hecho, la prioridad en los cruces la tienen los ciclistas. Y hay muchas modalidades. Los niños pedalean en una especie de trencito bicicleta para ir a la escuela. Las parejas, los ejecutivos, los jóvenes, los viejos, todos pedalean por convicción. Aquí a lo sumo los obreros, los trabajadores de la rusa, por física necesidad. Y los biciafiebrados.

Nos falta infraestructura y política pública de estímulo. Y protección al ciclista, mucha protección. Ojalá nunca sientan indiferencia por un ciclista en la vía. El futuro del mundo entero, en términos de movilidad, ambiente sano y salud, dependerá de la bicicleta.

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