Desde luego que las épocas han cambiado, por supuesto que sí. Se encuentra aún en nuestra memoria aquel bellísimo lugar, pequeño o grande, a dónde íbamos con placer a mirar y admirar libros, a ojearlos y hojearlos, tenerlos en la mano y en veces, hasta, cuando era posible y el libro lo permitía, pues era propio, a subrayar, anotar lo que la imaginación o el conocimiento nos permitía: debates, sin sabores, protestas están allí, en los libros, en nuestros libros.
Pero evocamos, no tanto nuestra discusión sobre el papel sino, sobre la biblioteca, la ‘grande’, la pública o la de las instituciones privadas.
Parados frente a una mole de concreto, de cemento o de ladrillo, que invitaba a entrar a eso que era una incursión, una experiencia que solo se comparaba con lo que contaban de la conquista o los descubrimientos de época.
Cada quien sentía que además de la respiración contenida, pensaba no sé qué, en cómo salir y salir con buen propósito, con algo de conocimiento, pero con la realidad de saber menos que cuando entró. Sí, señores y señoras, menos y cada vez menos, pues la información, la leída y conseguida con dificultad —horas de expedición se gastaban para lograr alguna aproximación al punto de análisis—, era ya incompleta, siempre faltaba algo que, además, no se ofrecía en esos libros.
Evocábamos, decíamos, la biblioteca, sin saber muchas cosas: “Quizás no podamos saber cuál es la biblioteca más antigua del mundo, pero sí cuál es la más antigua que ha seguido en funcionamiento hasta la actualidad, se trata de la biblioteca de al-Qarawiyyin, en Fez, Marruecos. Fue fundada en 859 por Fátima El-Fihriya. Fátima era la hija de un rico comerciante, decidió invertir la herencia que su padre le legó en la creación de una biblioteca y una madrasa, una escuela que acabó convirtiéndose en una universidad. (…) Contiene una valiosa colección de manuscritos que van desde una copia de la Muqadimmah, la famosa obra medieval del historiador andalusí Ibn Jaldún, hasta un Corán del siglo IX. (…)”. Su referencia produce admiración y reverencia.
Y cuando ya estábamos en punto de desarrollar alguna tesis, ahhh…. la solución: la enciclopedia que se presentó nada menos que como conjunto orgánico de todos los conocimientos; hoy, por cientos las hay. Obvio, se sentía cierta seguridad: los conocimientos comprimidos cerraban sus hojas, con el convencimiento de haber logrado un hito, mas no el tema de completud; dudas, ufff…. muchas; la información cerrada.
Hoy, en el mundo de las autopistas de información, la información es poder, corren por miles y millares los conocimientos, los puntos de vista, los rayones en los libros son historia, ahora hay libros electrónicos, con el mismo y más propósitos, se intercambian ideas, se superponen experiencias, se difunden avances, se interpelan pareceres y experticias, en fin, en fin.
En el mundo de las autopistas de información,
la información es poder
Y, ¿los muchachos? Ya no se encuentran frente a un edificio o a un anaquel de libros, están frente a una mole, a un aparato incalculable de saber, de conocimiento, de dudas, de exquisitas posturas; todo a la mano y en un clic. Una faena de ilustración.
Se me olvidaba, los espacios, las herramientas, la ubicación de salas y salones, todo dispuesto para que la investigación y la lectura, sean amigables, ágiles, amenas; las generaciones de hoy requieren de hablar, de dialogar, de ponerse de acuerdo, del silencio, del esparcimiento —espacio lúdico—, del confort, de encontrarse con ellos mismos, en sus ‘métodos’ o formas de hacer las cosas. Muy difícil, pero posible.
Eso, ni más ni menos, encontré en la Biblioteca de la Pontificia Universidad Javeriana; una hazaña sin par, una forma de ser para el receptor; gran imaginación, pero, sobre todo, dinámica absoluta para los fines de la docencia; experiencia que se ha de vivir: Una Fortuna para el Nuevo Lector.
