Bernardino: de cocalero adinerado a profesor de agricultura

Bernardino: de cocalero adinerado a profesor de agricultura

Hace más de 10 años, tras ser desplazado, le dio un giro radical a su vida: ya no cultiva coca, sino que se dedica a sembrar su huerta y a enseñar a otros a trabajar la tierra

Por: Nelson fredy Hoyos Espinosa
marzo 04, 2019
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Bernardino: de cocalero adinerado a profesor de agricultura

Cultivando coca en el Caguán, Bernardino contaba el dinero por bultos. Hace 10 años vive en una hectárea de tierra, cuenta bultos de abono orgánico y promueve la agricultura en Cartagena del Chairá.

Berna el cocalero

—¿Y antes se emborrachaba?

—¡Jum!— ríe otra vez otra vez con la misma malicia y mira a su esposa Dabeiba que parece desentendida del tema. —Cuando vivía en el Caguán ese era el deporte local, tomaba tres días seguidos los fines de semana. No había otra forma de gastar la plata— dice y sigue riendo mientras cambia el poncho de un hombro al otro.

—¿Tenía mucho dinero en ese tiempo?

—Claro, cuando había coca yo salía al pueblo de Santo Domingo y cambiaba tuladas de Pasta de coca por tuladas de billetes, yo no contaba la plata, metía las tulas debajo de la cama y empezaba a sacar los fajos de billetes; pagaba raspachines (recolectores), compraba remesa (alimentos) y los insumos para seguir trabajando en las plantaciones de coca y lo demás me lo bebía con los amigos. “En ese tiempo uno no creía que la coca se podía acabar.

El relato de “Berna” como cocalero inicia cuando cumplió 17 años en Doncello (Caquetá) y se fue de su casa como jornalero de una familia, que después supo eran los mafiosos más reconocidos del Caquetá: Los Vargas. Conoció la coca y tras ese sueño se fue a vivir al río Caguán.

Inició como recolector de hoja (raspachín) y recorrió Santa fe del Caguán, Remolino, Peñas Coloradas, Camelias. Luego, en la década de los 80, compró un terreno pequeño en Santo Domingo del Caguán y sembró coca con mucho esfuerzo, según él, para ahorrar para la vejez.

—Yo estuve bien, tenía canoas, deslizadores, buena casa, plantes bien manejados, jugaba gallos, apostaba en carreras de caballos, había mucha plata y pocas cosas en que gastarla, sino trago y vicios— dice.

Para iniciar el relato, Berna se acomoda en una silla mecedora, agarra la taza de café con las dos manos, mira el horizonte, aspira como ahogando las nostalgias y cuenta: “En el 2004 se metió el ejército a Peñas Coloradas y se forma ese problema tan verraco, tiroteos todos los días, helicópteros rafagueando los montes, esos aviones volaban bajito y la guerrilla de barriga por ahí entre los rastrojos disparaba. Y ¡se prendía esa balacera tan aterradora!". Ríe otra vez, se acomoda el poncho y bebe un poco del tinto caliente: "¡A correr se dijo! Echamos la ropita en una canoa grande y nos salimos hasta el pueblito, ya todos se habían salido y yo le dije a mi mujer, ¿qué más esperamos? Y llegamos a Cartagena con la ropa en tulas y por ahí un 'puchito de plata' después de ver muertos flotando en el río y pasar retenes militares donde nos trataban como guerrilleros y nos insultaban".

Berna el agricultor

"¡Uno siendo campesino no sabe qué hacer en el pueblo y uno se aburre!". Toma un plato un cuchillo pequeño, va hasta un fogón de leña, le quita la tapa a una olla grande y regresa con chontaduros y más tinto, ahora trae el poncho colgado del cuello. Se sienta y vuelve a reír. "Llegó una organización que apoyaba a los desplazados y enseñaba a cultivar huertas, ¡pues me fui a esas reuniones!".

"Aprendí desde lo básico, a conocer una semilla, yo no sabía nada, pero nada de huertas, aprendí a cultivar la tierra, a preparar abonos, abonar sin agroquímicos, sembrar en surcos y me gustó esto. Yo veía la gente por ahí aburrida y con hambre y los convidaba: '¡camine pidamos permiso en ese lote y sembrémoslo!'. Sembrábamos, patilla, cilantro, acelgas, lechugas, habichuelas y a vender. Hacíamos buena plata y así ayudaba a familias enteras para que no aguantaran hambre".

"Así trabajando la tierra, sembrando hortalizas en cada lote desocupado que hallaba, logré que la alcaldía me diera este lote y cuando empecé todos se reían de mí: '¡este loco qué va a saber de eso!'. Y ahora aquí sonrío yo cuando vienen a comprarme y para que les remuerda la conciencia les regalo para que lleven". Ríe otra vez y se tapa la boca con el poncho.

—¿Berna, esta granja es rentable para vivir?

—¡Claro! Yo vendo diario 30 mil pesos de caña, bultos de abono que yo preparo con desperdicios de la plaza y restos del monte que sale aquí. Vendo limones, chontaduros, gallinas, pollos, huevos, cerdos, hortalizas hasta para regalar— sigue riendo.

Berna de leer y escribir sabe poco. Su interés por la agricultura y la producción de los alimentos lo colocan como referencia agrícola amazónica en pequeño espacio. Su granja, en el barrio Puertas del sol, Cartagena del Chairá, es visitada por estudiantes de agroecología, técnicos del Sena y campesinos que quieren entender cómo producir comida en pequeños espacios.

Él es un profesor experimentado, habla con fluidez sobre las raíces, los ácaros, los microorganismos y la alelopatías. Se nota feliz y lo muestra compartiendo su cosecha con sus vecinos y animándolos a “producir más comida y ver menos televisión".

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