Si errores cometí pido perdón a mis compatriotas dijo Belisario con los ojos del país puestos en él, rompiendo así el silencio guardado durante treinta años.
Algunos consideran que con esto no basta. Que su manera de pedir perdón no es lo bastante explícita, que los colombianos tenemos derecho a saber más, a saberlo todo. Y es cierto. Pero también hay que asumir, leyendo entre líneas, una confesión por parte del presidente: Si errores cometí. Deduzco de esta frase cargada de humildad, no de arrogancia, la única explicación que tendremos de parte suya, la última. Si errores cometió, pues es muy probable que no haya podido cometer más que algunos en momentos de perplejidad al comienzo del holocausto. Y que durante el resto de esas horas de muerte y horror, el llamado primer mandatario tenía tan poco poder como usted o como yo, para intervenir de manera directa en lo que estaba sucediendo, y orientar así los hechos por un camino menos devastador, más afín a su manera de ser, de concebir la vida.
Si Belisario no hubiera sido el humanista que conocemos,
habría podido defender por unas horas adicionales
su posición y actuar como jefe de Estado
Decían los griegos que la humanidad llegaría a un alto nivel de tranquilidad el día en que los filósofos gobernaran. Lo dudo, pues la situación exige aptitudes que no les son propias. Tal vez si Belisario hubiera tenido otro talante y no hubiera sido el humanista que conocemos, habría podido defender por unas horas adicionales su posición y actuar como jefe de Estado. Ahora sabemos, no conjeturamos, sabemos, que no era un hombre libre en ese momento, que estaba tan privado de la autonomía como los rehenes en el palacio, como Reyes Echandía. No puedo dejar de imaginar su angustia al oír los ruegos del amigo y no poder responder, su deseo de pasar al teléfono para concederle así fuera lo único, unas palabras de aliento.
Desde ese día, cuando fue llamado a juicio en la Plaza de Bolívar por los integrantes del M19, el presidente Betancur no ha dejado de estar en la picota. Se insinúa, se dice, se acusa, se sospecha, se reclama contra él. Pero no hay que olvidar que fue absuelto por la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, y que, tal como afirma, ha demostrado siempre disponibilidad para atender las exigencias de la justicia. Más que responsabilizarlo por sus actuaciones, habría que pensar en sus omisiones, involuntarias, pues no pudo ser de otra manera. Sin duda habría actuado con más precaución para evitar tantas muertes, habría tomado medidas concretas. Pero ni su situación de indefensión, ni la confusión reinante, lo permitieron.
Convendría que a la hora de juzgarlo, ese ejercicio al que los colombianos nos aficionamos cada día más, motivados, entre otras cosas, por unos medios acusadores, condenadores a priori y cargados de un desvirtuado moralismo, se tuvieran en cuenta sus grandes aciertos. Entre ellos, por paradójico que pueda parecer, el proceso de paz con el M-19. Si las cosas no salieron como se esperaba, esto se debió no solo al gobierno sino también a su contraparte. De haber tenido éxito, seguramente las negociaciones se habrían extendido a otros grupos armados y el sueño de todos se hubiera cumplido antes. Sin embargo, al tender una mano y hacer una propuesta de negociación propia de su personalidad, de su cultura, sembró semillas para el que hoy se adelanta, dejando una experiencia previa de dificultades y posibilidades que estarán siendo consideradas en La Habana.
Además, a Belisario hay que abonarle el hecho de haber sido el mejor expresidente del país. Sin duda en otras partes ocurre lo mismo que aquí porque la condición humana es eso, una condición, aunque las cosas se darán con menos intensidad. En Colombia los expresidentes intervienen, opinan, inciden, manipulan, vociferan, atajan proyectos, imponen los propios. Arrojan a las sombras a jóvenes y promisorias figuras en la política sin reparos en destruirlas, salvo cuando se trata de sus propios retoños, claro está, caso en el que ocurre exactamente lo contrario. Tratan de imponerse, hacen componendas, hoy aplastan a un supuesto rival, mañana almuerzan con él en Balzac, y tejen nuevas alianzas para no dejarse destronar.
El presidente Betancur, por el contrario, entendió desde el día en que abandonó su cargo que la tarea de un presidente termina ahí, y que hay otras maneras más profundas y duraderas de influir. Su discreción ha sido ejemplar. Se ha mantenido alejado de los círculos del poder, jamás lo vimos intrigar para poner a su hijo Diego en una situación privilegiada, carece de pretensiones dinásticas. Nadie puede desconocer su labor en favor de la cultura, la ciencia y la tecnología en la Fundación Santillana, dirigida con acierto durante décadas. Nadie puede olvidar su amor por el conocimiento.
Pasado el mes de duelo y memoria, no le exijamos que pida más perdón. Recordemos que se trata de un anciano mayor de noventa años que merece ser dejando en paz para terminar sus días en medio de la familia, de sus libros, de las conversaciones con los amigos que le quedan, del vacío que le dejó la muerte de Otto, el entrañable, cuya carcajada contagiosa no volverá a oír. Que Belisario pueda descansar sin angustias. Él tendrá sus razones para no ser más explícito, sin duda fundamentadas en lo que considera lo mejor, no solo para sí mismo, sino para el país.