Unos días después de que la Academia Sueca le notificara a García Márquez que el Premio Nobel sería para él, se organizó una fiesta en la casa de Hernando Santos. Entre los invitados estaba Belisario Betancur. El dueño de la casa contrató a un trío para tocar música colombiana. En octubre de 1982 Belisario llevaba apenas dos meses de presidente.
Llegó al poder con un eslogan que después gobiernos progresistas como el de Barack Obama adoptaron en sus campañas “Sí se puede”. Era el más progresista de los políticos colombianos y eso que era conservador. Amigo de poetas como Jorge Rojas, de Eduardo Carranza y todos los piedracelistas. Lector de Camus, de Sartre, de todos los ateos, lecturas que hacían enfurecer a uno de los hombres que lo formó, Apolinar Cuartas, quien lo ayudó a ingresar en el seminario de Yarumal, única forma de seguir estudiando para el hijo de un arriero a finales de la década del treinta. Esa noche, en la que se honró a otro de sus amigos, el escritor de Cien años de soledad, Belisario fue protagonista.
Muy atento le pidió a los guitarristas que tocara música antioqueña, bambucos y pasillos. Los interpretes del Dueto de antaño, Efrain Orozco, Gomez y Villegas y Jaime R Echavarria , empezaron a tocar pero, cada tanto, el presidente los interrumpía para corregirles una palabra de las que iban cantando Allá en la montaña cerquita del rio , Adiós casita blanca . A la tercera canción el improvisado auditorio que se apostó en la sala del dueño director de El Tiempo protestó, quería conversar.
-Déjalos cantar –le pidieron
Belisario, puntillozo, siguió interrumpiendo al conjunto musical. Cansado, con ganas de rumbear, Gabo se levantó y le preguntó
-¿Cómo es que sabes tanto de esta música? alguien preguntó.
Entonces el Presidente empezó su relato. A los ocho años, a comienzos de la década del treinta, su papá puso una cantina en el camino de Morro de la Pailá, la vereda de Amagá donde nació y a él le tocaba atender a los arrieros que pasaban. Para amenizar los aguardientes contrataban a músicos ocasionales y el niño, que aprendió a leer a los cuatro años, iba desentrañando las canciones de las montañas de Antioquia para hacer que las horas pasaran más rápido.
-Fueron los primeros poemas que me aprendí, por eso me gusta que estas canciones las canten bien.
Los libros fueron el paraíso que se inventó en la tierra Belisario. En la escuela jamás pensó en ser presidente. Él quería ser poeta. En 1940, a los 17 años, aparecieron publicados dos ensayos suyos en la revista Generación. El primero titulado Sentido y alcance de una generación. Según el periódico El Colombiano, se trataba de un ensayo sobre poetas antioqueños de la época que hoy han sido triturados por la historia. Nombres como Edgar Poe Restrepo y Saúl Aguirre fueron pasados por la lupa de un avezado y joven lector como era Belisario en esa época. El otro ensayo llamado Cristianismo, misión y vocación del espíritu en donde se acercaba a esa religión a través de Pascal.
A sus estudios de derecho se sumó un juicioso trabajo intelectual que se tradujo en sus columnas en el desaparecido diario Defensa y en el Colombiano. Era tan adelantado que en el epígrafe de su tesis, Aproximación al orden económico, escrito en 1947, escogió unas palabras de la feminista Simone Weil: “Todas las desventuras que afligen a los hombres han ido creando zonas de silencio en las que los seres humanos se encuentran encerrados como en una isla”
Sus libros fueron su universo y lo fue construyendo, atesorando a lo largo de su vida. El 8 de septiembre del 2006, cuando el presidente tenía 83 años, decidió desprenderse de los 20 mil ejemplares que llegó a tener a lo largo de su vida. Su biblioteca, la donó a su alma mater, la Universidad Pontificia Bolivar. Entre ellos se contaban joyas como Yachay sapa wiraqucha dun qvixote Manchamantan , la traducción al quechua de Don Quijote hecha por Demetropio Tupac Yupanqui .
Su ahorro para comprar libros comenzó desde muchacho, en la década del cuarenta. Cazaba joyas en la librería La Candelaria, ubicada entre las calles Caracas y Palacé, en pleno centro de Medellin. Fueron casi sesenta años de búsquedas felices en donde se hizo a obras invaluables como un Imago Mundi de 1416, El tratado de Tordesillas de 1496, el Testamento de Isabel la Católica o la Botánica de Dioscórides. Una cultura tan vasta que contrata con su realidad personal: Belisario Betancur nació en una cuna de barro.
La pobreza en la estrecha casa en la vereda El Morro de Paila, zona rural de Amagá, fue tan extrema que de sus 17 hermanos solo seis pudieron llegar a la adolescencia, el resto las enfermedades derivadas del hambre se los fueron llevando.
Belisario pudo acceder a los libros gracias a las reformas que trajo la República Liberal, un periodo que arrancó en 1930 con el presidente Enrique Olaya Herrera y que tenía un ambicioso y efectivo plan educativo que permitió que las bibliotecas de las escuelas públicas fueron dotadas con los clásicos Araluce, versiones resumidas de la literatura universal, muchas veces ilustradas. Adolescentes como Belisario se iniciaron en la lectura con estas bellas ediciones que el después quiso coleccionar.
Su ingreso al Seminario lo acercó a los libros religiosos y estando allí, batallando con su vocación, recibió una beca para estudiar derecho en la Universidad Pontificia Bolivariana. Su curiosidad literaria encontró su mejor fuente de alimento en la biblioteca pero también las tertulias donde empezó a interactuar con personajes como Don Hupo, el periodista de crónica roja más leído de Medellín. Sus escabrosas historias catapultaban el tiraje de El Colombiano y fue él quien lo introdujo en la tanguera bohemia de Medellín. Los bares de Manrique fueron testigos de sus reuniones encendidas entre versos de Espronceda y canciones obscenas.
Pero Belisario no se quedó solo consumiendo bohemia y lecturas. Empezó a escribir y también a dar los primeros pinitos como editor. Sus primeros textos aparecieron en El Colombiano y en el Montañés, una revista ultra conservadora que desapareció en la década del 50, que combinaba con los publicados en la revista ultraliberal El Sábalo que firmaba con seudónimo en la que para evitar censuras firmaba con el seudónimo de El Sábalo. Igual era con los amigos, iconoclasta y amplio con lo cual hizo de su vida personal, sin ningún problema, un Frente Nacional en una época en donde la gente se mataba si era roja o azul.
En 1955, en plena dictadura de Rojas Pinilla y en el mismo año en el que el intelectual liberal Jorge Gaitán Durán crea Mito, Belisario fundó Prometo, una revista representativa del pensamiento conservador. Intelectuales católicos como el gran poeta francés Paul Claudel o la columnista Maria Isabel de la Vega, hija de José de la Vega, socio de Laureano Gómez en El Siglo, escribían en sus páginas. La señora De la Vega se hizo famosa por sus encendidos escritos que despertaban indignación. Extranjeros en Colombia es uno de los artículos que algunos historiadores recuerdan , en donde la autora se quejaba de la proliferación de europeos de dudosas costumbres que trajeron prácticas tan cuestionables como el divorcio después de la II Guerra Mundial. Prometeo no se quedaba atrás en sus aportes literarios y mientras Mito traducía por primera vez al español al Marqués de Sade y publicaba a Cortázar y a Gabo, allí aparecía un cuento de Borges o los poemas de Cavafis traducidos por el propio Belisario. El expresidente fue quien introdujo en el país la obra de Margarite Yourcenar y uno de sus libros de cabecera siguió siendo Memorias de Adriano.
Ambas revistas murieron en 1963. Paralela a su carrera política Belisario siguió cada vez más cerca de los libros. La tentación de armar su propia editorial llegó pronto y junto a Fabio Lozano Simonelli, un brillante político liberal prematuramente desaparecido y el librero y editor paraguayo Luis Carlos Ibañez, -exilado de la dictadura de Alfredo Stroessner- fundaron Tercer Mundo, un refugio de pensamiento independiente con novedosos autores como el alemán Erich Fromm, donde los Nadaístas tuvieron cabida y otros autores nacionales con los que conformó un gran fondo editorial de estudios colombianos.
Fueron esos años 60, el momento en el que además apareció el revelador trabajo sobre La violencia en Colombia realizado por los investigadores sociales Monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, transgresor frente a la visión que hasta entonces se tenía de la violencia liberal conservadora de los años 50 que rompió paradigmas y creo una tormenta política cuando el país intentaba navegar aguas serenas con el naciente Frente Nacional.
Incansable, Belisario no paró en su larga vida de crear editoriales que dieron luz a algunos de los libros más hermosos que se han publicado en el país: en la editorial Sol y Luna se creó un formato especial para publicar poesía y se imprimieron documentos tan extraños como la historia del escudo de armas familiar de los Jiménez de Quesada.
De sus viajes regresaba siempre con una maleta de libros y documentos originales. Así llegaron un Corán del siglo XVIII, códices mayas y aztecas, el testamento de Cristobal Colón, el códice Borbónico, un códice de Michoacán, la Biblia Hebrea, el Beatri Petri Epistuale entre otras joyas.
Y en el interludio, cada vez que podía, Belisario escribía. El tiempo nunca le dio para hacer su gran obra pero si para escribir, con gracia y precisión, sobre temas tan disímiles como Cortázar, la delincuencia en el Quijote, un ensayo económico llamado El navío ebrio de la inflación, Marco Fidel Suarez, sus ídolos poéticos, Santa Teresa y José Asunción Silva y hasta un rarísimo ensayo sobre el poder de las piedras.
Las piedras que lo llevaron a un retiro grato los últimos años de su vida a Barichara, aunque retirarse fue un decir: en ese pueblo de Santander seguía con las tertulias y los encuentros literarios donde fundó una fábrica de papel de fique honrando uno de sus placeres mayores en la vida: manosear las paginas ásperas y gruesas del papel de un libro antiguo.
Veintitrés días antes de morir el 8 de diciembre del 2018, Belisario Betancur llegó acompañado de sus amigos, los escritores Juan Gabriel Vásquez y Hector Abad Faciolince al evento que el embajador de España Pablo Gómez de Olea organizó para honrarlo con la Real Orden de Isabel la Católica. El ex presidente mantenía su espíritu jovial e increíblemente agudo a sus 96 años. Confesó en un corto discurso que hubiera cambiado todas sus glorias políticas con tal de haber escrito una buena novela.
Allí en la Biblioteca Bolivariana de Medellin permanecen sus 13 mil libros que revelan su vasta cultura universal pero también su infinita curiosidad por la realidad colombiana, sus autores y sus aproximaciones a la política, la otra gran pasión que decidió enterrar con las llamas del Palacio de Justicia en noviembre 1985. Fue tal su distanciamiento de la vida pública y las pompas del poder que pidió que su entierro fuera sencillo como el de cualquier ciudadano en la Capilla del Gimnasio después de ser velado en Cámara ardiente en la Academia Colombia de la Lengua. Quería ser recordada como un cultor de la palabra más que como uno más de los presidentes colombianos amarrados al poder.