En Cali, durante el primer día del actual paro nacional, miembros de la comunidad indígena misak derribaron la estatua de Sebastián de Belalcázar, conquistador español y fundador de la ciudad. De nuevo se abrió un fuerte debate. El establecimiento y su aparato publicitario, los grandes medios, denunciaron el vandalismo contra el patrimonio cultural, en tanto que sectores de oposición defendieron la acción como una reivindicación de la lucha popular. Ello amerita una reflexión.
Las estatuas, y, en general, los monumentos (placas conmemorativas, nombres de plazas, puentes y edificios públicos) son uno de tantos instrumentos que se usan para afirmar la autoridad y preeminencia social de los sectores que tienen el poder en las sociedades. Las decisiones sobre qué estatua, placa o monumento erigir, son decisiones que las toman los poderosos, en ocasiones cayendo en el ridículo. No hace mucho se colocó una placa conmemorativa que mencionaba al subpresidente Duque en el recién inaugurado (por tercera vez) túnel de La línea; más recientemente el bachiller Macías, mientras oficiaba como presidente del senado, hizo su última jugadita: una placa que exalta a Álvaro Uribe en el edificio del capitolio. Es la exaltación del poder por el poder mismo, o por sus áulicos.
En Colombia se puede rastrear al menos dos líneas en el levantamiento de estatuas. De un lado la que llamaré línea Belalcázar, la exaltación de los poderosos. Estas estatuas honran a conquistadores españoles, el mismo Belalcázar, Jiménez de Quesada o Sergio Arboleda. Son las estatuas de los blancos, de los esclavistas y de los latifundistas, sus herederos. Esta línea se proyecta hasta los poderosos y millonarios de hoy en estatuas de figuras como Misael Pastrana, Laureano Gómez o Carlos Lleras. Esta línea es llevada al absurdo a manos del uribismo, que sueña con erigir estatuas del presidente eterno. Para los actuales poderosos, herederos de la misma estructura oligárquica que Colombia padece desde la colonia, el derribo de la estatua de un conquistador español se siente como un ataque a su propio poder.
De otro lado está la que denominaré línea Galán, por José Antonio Galán, el líder comunero. Esta línea honra a quienes desde los sectores populares se han enfrentado al poder en defensa de sus derechos. En algunos lugares existen monumentos que honran a indígenas que enfrentaron la conquista, a esclavos que lucharon por su libertad, a los patriotas de la independencia, y a luchadores más recientes, como Gaitán, el general Uribe Uribe, o Camilo Torres Restrepo. Se trata de los sectores populares que en ocasiones logran honrar a sus más connotados representantes.
La historia de las sociedades muestra periodos de estabilidad del poder; en estos el poder es aceptado de muchas maneras, entre otras aceptando sus estatuas. En otros periodos, la sociedad cuestiona a sus elites y busca su desalojo del poder; ello se extiende a sus estatuas. Hoy Colombia pasa por un momento de crisis en el que el poder de las elites se erosiona; ellas han conducido al país al desastre que vivimos y, por eso, cada vez su poder es menos aceptado por amplios sectores de la población. Esa crisis se expresa de diferentes maneras, una de ellas es la destrucción de las estatuas que en la mente de muchos colombianos se asocian con el poder y la estructura social que se cuestiona.
Desde esta óptica, el derribo de ciertas estatuas no es un acto vandálico, es la expresión de una lucha política que cuestiona al poder desde los sectores populares. Cabe preguntarse si en Colombia hoy debe honrarse a los conquistadores españoles que asesinaron y esclavizaron a nuestros ancestros. Pienso que no. En esa lógica, debería proceder a desmontarse otras estatuas en otras ciudades del país, como la de Pedro de Heredia en Cartagena, y, en su lugar, erigir monumentos que honren a nuestros verdaderos héroes: quienes han luchado por construir una sociedad menos injusta.
Esta lucha se da en las calles, pero también en los altos niveles de la política: cuando Gustavo Petro ocupó la alcaldía de Bogotá, retiró el cuadro de Gonzalo Jiménez de Quesada del salón que lleva su mismo nombre. El salón pasó a llamarse Bolívar, y fue decorado con un cuadro del Libertador. Al llegar Peñalosa a la alcaldía, restableció al conquistador en los “derechos” que le fueron “violentados” por parte de una administración de clara estirpe popular. El Petro popular y el Peñalosa oligárquico enfrentados a través de Bolívar y Quesada. El debate sobre las estatuas continúa.