La historia de los pueblos es la historia de las guerras. Alejandro Magno, Gengis Kan y Napoleón, por ejemplo, no eran precisamente seres pacíficos. Se dice que a la América conquistada por los españoles no llegaron los que mejor se comportaban en la península ibérica. Es cierto que por estos lares también andaban en guerras y unos pueblos sometían a otros, pero eso no quita que los españoles vinieron a arrasar y extraer recursos sin prestar mayor importancia a los intereses de los nativos; para ellos era más importante acumular riqueza y mantener el poderío del imperio español. Mucho de desdén había en ellos; ese algo que les decía que los indios no eran sus iguales. Matarlos no atentaba contra la doctrina católica.
Bien documentados han sido los abusos de los europeos en tierras americanas. Las nuevas generaciones están revaluando la historia oficial que muestra solamente el lado benigno de los próceres. En los Estados Unidos, por ejemplo, se sabe que algunas de sus más reconocidas figuras históricas abogaron abiertamente por el exterminio de los nativos. Algunos jóvenes, mejor informados que el promedio, han decidido tomar acción para remover estatuas entre las que se cuentan la de Abraham Lincoln en Madison y las de varios líderes confederados en el sur. Algunos incluso han derribado estatuas de Cristóbal Colón; es que el llamado descubridor no se portó bien con los habitantes de este lado del océano.
Esta semana vimos como los indios misak, esos de las vestimentas de colores en los que predominan el azul y el negro y sobresale una larga falda, arrojaron la estatua de Belalcázar, otro europeo que no tuvo la mayor deferencia hacía los nativos. En las redes sociales, curiosamente, muchos se mostraron en contra, llamando vándalos a los misak (¡habiendo sido los vándalos un pueblo germánico!). “¡La historia es la historia, ya está escrita!”, claman algunos (y entre esos algunos destaca la Academia Colombiana de Historia). Es como si al colombiano le gustara ser conformista; cómo que es reticente al cambio. Aparte, le gusta ponerse al lado del fuerte y se esfuerza por diferenciarse de los indios. El colombiano desconoce que más del 90% del ADN mitocondrial del país en las zonas andinas es amerindio; pero no, el colombiano es acomplejado y quiere ser europeo, en contra de su genética.
Hay que seguir revisando la historia. Hay que saberse más indio y en algún momento vendrá la hora de pensar qué hacemos con el nombre que lleva nuestro país. Quizá hay mejores referentes.