Hemos construido un país profundamente discriminatorio. Y hemos aprendido a excluir desde las formas más evidentes y duras hasta las más sutiles, tanto que a veces ni nos damos cuenta. La discriminación más sutil se presenta en forma de gestos, palabras, susurros y silencios (aquello que no se dice, pero se sobreentiende).
Lo anterior evidencia la necesidad de atacar esos resquicios en los cuales las formas de discriminación se manifiestan. Eliminar la discriminación en todos los ámbitos debe ser la tarea de toda sociedad que se considere democrática.
Mirar al otro como alguien “diferente” y en consecuencia menospreciarlo se revela de múltiples formas. Para citar un caso, analicemos nuestra mirada sobre lo que deben ser las mujeres y cómo las juzgamos a partir de su comportamiento
En ocasiones la música nos brinda ejemplos claros. No quiero aquí juzgar un ritmo o cantante en específico, sino de ser consciente de las creencias que al cantar una canción, por ejemplo, estamos reproduciendo. Tomemos un trozo de l“La Santa” de Churo Díaz:
“Ay tu andas de parranda en parranda /Y bebes más alcohol que agua /Crees que te la sabes todas y no señor/ Pero conmigo es distinto conmigo eres una santa/ La que ni una mosca mata…..”/
En la canción nos sorprende que una mujer ande de parranda y tome wisky igual que lo hace un hombre, y aún más que una mujer pueda tener “más mundo” que un hombre, como se refleja en los versos
“Tienes más mundo que yo / Y ya yo se tu historial/ Es que en el valle todo se sabe /Que tú te portaste mal. /
Como se observa, además de la sorpresa manifestada, se juzga de manera negativa a la mujer por parrandear, como lo hacen muchos; aquí el problema consiste en que lo haga una mujer.
Esa mirada es la que nos lleva a que cuando veamos a dos mujeres tomando cervezas en un bar o estadero creamos que están solas y falta por lo menos un hombre para hacerlas plenamente felices, de la misma forma que cuando las vemos bailar entre ellas.
Tomamos los anteriores ejemplos por la discriminación sutil que en ellos se presenta: Rechazamos que una mujer pueda parrandear igual que un hombre; no nos parece que esto esté acorde a lo que debería ser. Y no se trata aquí de endentarnos en la discusión de si es bueno o no que alguien vaya de parranda en parranda; criticamos que se mire con diferente rasero un hecho dependiendo del protagonista, más bien de “la protagonista”.
Cuando rechazamos eventos como el maltrato a las mujeres o problemáticas como el machismo, deberíamos ante todo preguntarnos cómo se reproducen los mismos. La violencia contra la mujer no se explica porque alguien “malo” actúa como gente mala. No deberíamos sorprendernos de que una mujer exprese abiertamente su alegría en una parranda como en general lo hacemos los hombres. Más bien deberíamos cantar como Orlando Liñán y Romario Munive en su canción “la Chacha”:
Se bebe dos y tres botellas, la muchacha /y no se emborracha, y no se emborracha /es mucha vaina buena, esa mujer si engancha /ella es la chacha, ella es la chacha/ .
Nos cuesta creer que las mujeres puedan de vez en cuando pegarse unos palitos, divertirse y ser felices, incluso sin nosotros.