Desde luego su poquedad, vulgaridad, patanería y bajeza —tanto en composición de letras y contenidos como en armonía y exquisitez musical— salta a la vista. Su miseria e indigencia melodiosa son groseramente arrolladoras.
Millones de hombres y mujeres se animan, embriagan y violentan peligrosamente empujados por frases como “maldita traga que me embriaga y no me deja ser feliz… maldita traga que me apaga todas las ganas de vivir”; “rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida”; “quiero olvidarte aquí bebiendo y así arrancarme tu veneno”; “que andabas de baile en baile todita despechugada, porque yo sé que el dinero es por lo que te mueres”; “si se queda solo va a ser porque quiere, porque en este mundo sobran las mujeres”; “mi cuerpo extraña tu piel, derramaste tanto placer en mi cama hace que quiera volvértelo a hacer”. La cerveza, el alcohol y las drogas se encargan de hacer lo suyo. Son ingredientes perfectos para intentar ahogar las penas, los fracasos, el despecho y la vida misma.
Al son estridente de lo que se conoce como música de despecho, popular, reguetón, norteña y demás, ríos de trago son consumidos en viviendas, oficinas, bares, cafetines, burdeles y bailaderos por turbas que desafiantes beben alcohol sin límites. Luego, fieles a las letras de las canciones que engullen, salen a fornicar como animales desenfrenados, maltratar a sus parejas e hijos y, claro, si tienen un arma en la mano o a puñetazo limpio son capaces de cobrar venganza y de matar.
Con esa “música” y como si estuvieran poseídos por belcebú, algol, tarasca y otros demonios cabríos de los profundos avernos, hordas embrutecidas de mujeres y hombres chillan, berrean, manotean, lloriquean, patean, amenazan, insultan y cometen toda suerte de irracionalidades. Supongo yo y creen ellos que quien más aúlle es el más macho y la más hembra.
La dignidad y respeto por la condición humana es pisoteada, pervertida y envilecida no solo con las letras sino con los videos. Presas de la lujuria, en estos abundan exuberantes mujeres semidesnudas de enormes tetas y de húmedas y grandes bocas rojas. Trepadas en autos deportivos y caballos finos o provocadoramente tendidas en alcobas de satín y terciopelo de ostentosas villas, ardientes y excitadas siempre están como a la espera de que un macho las posea.
En esos videos que hablan de traiciones, puñaladas, venganzas, sexo, dinero fácil, alcohol y drogas a los hombres se los ve embriagados. Tirados en una mesa con botellas de aguardiente y ron, llorando a mares por la mujer amada que los traicionó o posando de machotes adinerados, jurando matar y comer del muerto.
Las estaciones radiales, programas musicales de televisión, redes sociales, plataformas digitales y medios de comunicación en general se dan un banquete de sintonía ¡que se traduce en ventas multimillonarias! Por eso diariamente dedican muchas horas a promocionar, divulgar e inyectar en sus audiencias la llamada música popular, de despecho, reguetón, norteña o cualquiera de esos ritmos basura.
El punto es que a millones de personas les gusta y vibran con esos ritmos. Simplemente porque reflejan su diario vivir. Esas tonadas alimentan sus idealizadas, desgraciadas o fallidas vidas, creándoles mundos falsos o conductas peligrosas a seguir. Son espejo de sus frustraciones, vivencias y sueños cotidianos. Es nuestra idiosincrasia popular.
Por ende, dirán los políticos, al pueblo hay que darle lo que pida. O los sociólogos: son comportamientos de colectivos sociales permeados por el consumismo, que reflejan serias y difusas triangulaciones del yo y el supra yo. ¡Vaya!
Con las alarmantes tasas de criminalidad, drogadicción, alcoholismo, maltrato intrafamiliar, prostitución, infidelidad, embarazos prematuros, violaciones y suicidios que a diario conocemos, los gobiernos y las autoridades siguen buscando los muertos río arriba. Resulta que en el veneno que contiene esa música está buena parte de la respuesta.
Pero así este sea el mundo que nos tocó vivir, la moda, las trivialidades, las insignificancias y la mediocridad contenidas en esa bazofia musical no tienen la razón. Así estos ritmos llenen de “billete verde” a muchas personas y mal formen a millones en Colombia y más países de América, en el seno de la familia está la clave para contrarrestar tamaño desafío. Si a nuestros hijos les formamos con sólidas e incorruptibles bases morales y éticas —sin rayar en la estúpida mojigatería—, con toda seguridad cosecharemos hombres y mujeres valiosos para el desarrollo social y el crecimiento espiritual.
Desde luego que la ordinariez, tosquedad y levedad de “estrellas” como los jiménez, charritos, jaras, ayalas, alzates, castaños, uribes, enaos y paquitas le van a seguir fascinando a montones, que continuarán embriagándose y gritando sus desventuras, hasta caer al suelo como puercos en lodazal. Digo yo.