No se necesita saber mucho de Comics para darse cuenta de la brecha que hay entre DC y Marvel. Mientras que la compañía fundada por Stan Lee apela a la emoción fácil, los chistes tontos y el placer culposo, DC lo reviste todo de una seriedad oscura que, sólo en las tres películas que dirigió Cristopher Nolan sobre el hombre murciélago, ha podido plasmarse en el cine.
Zack Snyder intenta hacer lo mismo con Batman vs Supermán y tal vez con la libertad y la confianza que le dieron al creador de Interestellar lo hubiera conseguido. La prueba está en esa primera media hora en donde hace un cruce de géneros y pareciera que estuviéramos viendo, con la tristeza del joven Bruce Wayne y el ataque a Metrópolis del general Zod, una gran película apocalíptica.
Después aparecen las presiones comerciales y políticas y todo cambia. Desde que Osama Bin Laden, alcahueteado por George Bush, derribó con dos aviones las torres gemelas, no sólo las medidas de seguridad en los aeropuertos cambiarían para siempre. El cine también lo haría. Las imágenes del World Trade Center cayendo como un castillo de naipes sirvieron de inspiración para empezar las fatigosas e interminables sagas de Spider man, Superman, Batman, Los vengadores, Capitán América, Guardianes de la galaxia, Hulk y Iron man. Hollywood depende hoy en día tanto de Marvel y DC como Keith Richards de la heroína en la década del setenta.
Cuando se completaba la segunda hora de la película y ya empezaba a ver con ansias las salidas de emergencia me preguntaba, viendo la cara aterrada de los espectadores, ¿en qué momento se le agotaron las historias a los guionistas en Hollywood? ¿Habrá tenido algo que ver la huelga que casi acaba con la industria en el 2002? Es que no puede ser que nos hayan metido en esta peonza en donde todos los años la película más esperada es algún remake de un super héroe o la resurrección, por enésima vez, de la insulsa saga de George Lucas. Todo intento de contar una historia se termina cuando existe la presión de mostrar los últimos efectos especiales y entonces volvemos a ver las imágenes infernales de Nueva York un 11 de septiembre, y entonces aparece una montaña de mierda como el monstrico ese de Doomsday atacado por tres super héroes con los truquitos que ya se empezaban a gastar desde que Richard Donner hizo la primera versión para cine del Hombre de Acero. Y rayos, centellas, incendios y edificios desplomándose sirven para tapar diálogos imposibles como los que abundan en esta película:
Superman a Luisa Laine: - Te amo.
Luisa le responde al criptoniano: no, yo te amo más a ti.
Batman a Superman: Te salvo porque tu mamá se llama Martha como la mía y eres, como yo, un buen hijo
Y malos de pacotilla como Jesse Eissenberg – quien empieza a ser una de esas promesas que nunca fueron- espeluznantemente sobreactuado, haciéndonos suspirar por la mesura y gracia que 40 años atrás le imprimió a Lex Luthor Gene Hackman y yo soy un idiota comparando a una cosita así de pequeña como Eissenberg con uno de los actores más grandes de todos los tiempos.
Y así y todo, con todos los errores, hoy ha salido la taquilla, como una prostituta, ha restregarnos los 450 millones de dólares que en cuatro días ha hecho ésta bazofia, constatando el mal criterio que siempre han tenido las mayorías. Esta misma gente que vitorea el fascismo descarado de Bruce Wayne es la misma que elegirá como presidente a Donald Trump o la misma que saldrá a marchar en Colombia contra la paz el 2 de abril. Es tan descarado el fascismo de Zack Snyder, tanta la confianza que se le tiene a los vigilantes que están por encima de la ley para controlar a los inmigrantes, a los musulmanes, a los africanos, a todo aquel que no sea blanco, que resulta fascinante tanto nazismo y uno hasta puede sentir un poquito de piedad sobre ese pobre huérfano del Bruce Wayne, sobre todo después de verlo llorar por la lluvia de críticas negativas que ha despertado su actuación.
Los monólogos de Ben Aflleck parecen refritos de frases de Thomas Carlyle o de Mi lucha. Batman vs Superman es propaganda descarada, el cine como un vehículo para proclamar la victoria de un sistema. No encuentro ninguna diferencia entre este pastiche y el nazismo de las películas de Leni Riefelstahl o las superproducciones soviéticas financiadas por el padrecito Stalin. Acá lo único que importa, por encima de la democracia, es la figura de un demiurgo y de un millonario sicópata que en las noches se disfraza de murciélago para patear indigentes.
Salí amargado de la sala y no era para menos. Dos horas y media es demasiado para ver a dos paracos con capas pelear por el control de la vigilancia mundial. El Dios de la capa roja apoya a los Estados Unidos de América. Desde allá velará por la paz de los hombres y todo aquel que no respete la supremacía gringa tendrá que sufrir el embate de los rayos que vomitan sus ojos. El otro Díos, el huérfano desamparado, pone al servicio su incalculable fortuna para desarrollar armas que destruyan cualquier vestigio de oposición; con los inventos que le proporciona Alfred borrará el nombre de Alá de la faz de la tierra.
Lo triste es que nuestros niños ven y aplauden esta apología al fascismo. Sus padres los alientan, los motivan, les compran loncheras y morrales de Superman y de Batman. Tampoco tienen la culpa, ellos hace rato han sido lobotomizados.