Los rayos del sol fueron iluminando las paredes agrietadas. Automóviles podridos, edificios esmaltados por agujeros socavados a causa de múltiples bombardeos. Calles disímiles por baches incrustados en el asfalto de dos metros de profundidad. El cementerio pavoroso contenía vida. Algunos osados deambulaban en busca de comida desperdigada en el suelo empolvado o trataban de cambiar de escondite. Cientos de jóvenes y niños enfilados en las Juventudes Hitlerianas esperaban al enemigo bajo sus escondites improvisados. Viejos y señores incorporados a la Volkssturm también aguardaban al temido Ejército Rojo. Berlín se encontraba rodeada. La caída era inminente.
Sobre el puente Moltke se divisó un espectro negro en movimiento. Los defensores del frente se percataron. Corrieron a sus refugios y la sirena de alarma inició. El suspenso, la espera y la tensión emergieron en la mente de los soldados improvisados que aguardaban dentro y fuera del Ministerio del Interior, en ventanas de casas y barricadas en la calle.
La última resistencia alemana que llevaba 2 días frenando el avance de la división 150 rusa estaba agrupada en una línea de choque. Gente del común y menores de edad atrincherados en guaridas en su mayoría con pistolas, explosivos caseros, cócteles molotov, fusiles y palos con piedra.
Tras el paso de los minutos, los 3.054 soldados rusos se adentraron doscientos metros. Se dispersaron tomando posiciones en las aceras y la zona vial. Los sublevados tenían empuñadas las armas esperando la orden de abrir fuego. En las azoteas se encontraban otros acurrucados listos para prender las mechas de tela y lanzar las botellas.
Wallter Kirner, de 12 años, incorporado a las Juventudes Hitlerianas, se escondía en un sofá en medio de la calle, sostenía un fusil de asalto. Desde su posición se escuchaba el rugir y crujir de las orugas rozando ásperamente el pavimento maltrecho. Un armazón T-34 (vehículo blindado) desgastado de tanto uso se impuso en la planicie. Alrededor, hombres con abrigos de cuero marrones, botas altas, equipados con cartuchera portapliegos y portamapas, pistoleras, anteojos de larga vista y los famosos subfusiles sovéticos PPSh 41 que los identificaban, caminaban sigilosamente. A continuación, desde el cielo descendieron botellas incendiarias. El caos los petrificó. Desprevenidos, se precipitaron a protegerse, pero fue demasiado tarde.
La resistencia alemana tomó por sorpresa a la Guardia Soviética, era una emboscada. Inmediatamente el panorama se volvió lúgubre en contra de los invasores. Soldados alemanes se descubrieron desde barricadas improvisadas. Las tropas rusas se replegaron como hormigas. Los alemanes tomaron posiciones y los masacraron a quema ropa.
Los estampidos de petardos, estruendos del traqueteo de ametralladoras, ráfagas y ventiscas de proyectiles ahogaban el lugar. El estrépito del tanque T-34 se hizo conocer. Con vehemencia e ímpetu, los obuses de aparatosidad y violencia estallaron destrozando los cuerpos de los alemanes. Sin embargo, la ventaja que tenían los soviéticos no se comparaba con la valentía de esta muchedumbre enloquecida de rabia y rencor. Más de 500 miembros de la Volsskturm surgieron desde las ruinas. Apoyando a las Juventudes Hitlerianas, avanzaron, cayendo tras las ráfagas de proyectiles virulentos.
Una encarnizada lucha metro a metro, cuerpo a cuerpo, libraban estos dos bandos. Empero el Ejército Rojo era superior en número, la diferencia era de un alemán contra diez soldados rusos. Aparte de eso, la tercera edad no podía hacer nada, se limitaron a huir dejando los puestos de batalla.
El niño de 12 años no aguantó más, no era capaz de apretar el gatillo, temblaba del miedo. Soltó el arma y se escabulló por el suelo como un cobarde. Un proyectil estalló tras él, se salvó. Otros de su misma edad blandían Panzerfaust y se enfrentaban a los blindados. Segundos después un obús estalló en sus trincheras. A continuación, el pequeño trató de ponerse a salvo corriendo hacia el edificio del Ministerio del Interior. Las tropas enemigas abrieron fuego pero no le alcanzaron.
Wallter atravesó una antigua sala de estar. A su alrededor, niños de su misma edad tomaban posiciones para resguardarse de los cañones de los blindados. Los ojos de Kirner, grises, se transformaron al brotar unas lágrimas, parecían de felino. Espantado por el sonido se protegió entre los escombros, levantó la vista y afuera sobre la calle contempló tres tanques rusos que inclinaron su torreta hacia la edificación. La piel se le erizó. Dispararon y todo tembló bajo una senda nube negra.
Al día siguiente fue capturado junto a otros miembros de las Juventudes Hitlerianas y las S.S. Wallter Kirnner y otros niños lucharon heroicamente por tres días, manteniendo a raya una división de tanques rusos, en la batalla de Berlín.
El 30 de abril acabaría la segunda guerra mundial con el suicidio de Adolf Hitler y la posterior rendición de Alemania.
El ex esposo de mi abuela falleció el 10 de agosto del 2007, a causa de un cáncer de pulmón.
Mejor Crónica Impresa - Universidad de Pamplona, 2012.
@JuanCachastan