Antes de la globalización el capital y las empresas se parecían a los mamíferos gigantes o mastodontes propios del pleistoceno, que se movían lenta y pesadamente por el mundo en función de las innovaciones tecnológicas e intereses económicos, sin tener en cuenta el país y el territorio elegido para iniciar un nuevo ciclo de reproducción, generar y extraer ganancias.
A este comportamiento empresarial los teóricos neomarxistas lo bautizaron como capitalismo salvaje. Los economistas André Gunder Frank, Paul Baran, Paul Sweesy, Tibor Mende y Celso Furtado lo denominaron como un proceso de dependencia, subdesarrollo o neocolonización. Desde sus perspectivas teóricas coincidieron en que las ganancias y el dinero no tenían patria. Las ganancias solo se extraían. En América Latina y en Colombia ese tipo de empresas se centraron en la explotación de los recursos naturales como el petróleo, gas, mineral de hierro, cobre, estaño, níquel, oro y carbón.
La tragedia de la embarcación Exxon Valdez que en 1989 derramó una carga de millones de barriles de crudo en la bahía de Prince William Sound, Alaska, puso en evidencia las consecuencias intangibles que el capital genera con sus impactos al patrimonio ambiental de la humanidad. A partir de allí, las acciones puntuales y desarticuladas de las empresas en el territorio fueron transformadas por los gobiernos y corporaciones en gestión social y ambiental. Con el advenimiento de la globalización se evolucionó a la hoy conocida responsabilidad social corporativa, también llamada responsabilidad social empresarial.
En este ámbito, la empresa moderna no solo debe estar pendiente de sus resultados económicos. Ella y los socios deben centrarse en tres objetivos adicionales que se resumen en su contribución activa y voluntaria al mejoramiento social, económico y ambiental en el lugar en donde se generan riquezas. La responsabilidad social corporativa va más allá del cumplimiento de las leyes y las normas. Es un serio compromiso ético que trasciende el asistencialismo corporativo al perseguir un nuevo equilibrio entre las empresas y la población del territorio que ocupan.
Porter y Kramer (2006) consideran que la responsabilidad social empresarial no es solo un estilo o modelo de gestión corporativa; es una estrategia respetuosa de la gestión y preservación del negocio, que sin abandonar los más importantes incentivos de la empresa privada promueve el mejoramiento de la sociedad en donde desarrolla sus actividades, creando relaciones de confianza con sus ciudadanos.
En la nueva responsabilidad social empresarial la competitividad pasa de ser salvaje a responsable. Se conciben como ciudadanos corporativos a los tomadores de decisiones, quienes además de cumplir con sus responsabilidades y derechos, lo hacen de manera responsable en el contexto de la sociedad en la que desarrollan sus actividades. Ellos no solo deben ser buenos funcionarios para las empresas que representan, sino que deben ser buenos ciudadanos en la zona en donde desarrollan su actividad productiva (Negrón, 2009).
Me sentiré orgullo de la empresa Cerrejón, de las que exploren y produzcan gas, y de todas aquellas que se vinculen a La Guajira en la transición energética, cuando sus estrategias explícitas de gestión tengan como base los valores y beneficios compartidos.