En la década de 1990 viví en un barrio de Bogotá, que se llama Santafé, en la localidad de los Mártires. En el presente y después de las alcaldías de Mockus se le denominó: Zona Especial de Servicios de Alto Impacto para el ejercicio de la prostitución.
Era un lugar “llamativo” tanto por los contrastes como por la diversidad. Recuerdo subir por la calle 24 hacia la avenida Caracas o por la 22 y observar travestis, prostitutas y los señores ladrones (apartamenteros, atracadores, expendedores de sustancias psicoactivas, chulos etc.), donde tanto ellos como yo nos identificábamos en el rol que la sociedad nos daba y que por nuestra elección teníamos, en este caso, yo de estudiante del Colegio Camilo Torres con mi saco de color rojo.
No obstante, había una especie de armonía. Algunos travestis nos piropeaban pero al mismo tiempo nos protegían, era bastante curioso, porque me sentía muy seguro con la comunidad. Sin embargo, a los policías los consideraba gente mala, pues veía lo que hacían. Precisamente eran frecuente los golpes que propinaban a los travestis como a las señoritas prostitutas.
Otra cosa que también recuerdo era “el museo de la mierda”. En efecto, tenía un amigo que cuando me acompañaba a casa me decía que mi barrio “era el museo de la mierda” en tres risas y tenía razón. Algo llamativo, es que sin mentirles, por lo menos había 5 plastas de mierda por esquina, era una combinación entre excremento de animales tanto humanos como no humanos.
Asimismo, existía un espacio de ocio que era emblemático, llamado “el parque Óscar”. Recuerdo haber jugado baloncesto con miedo, ya que había posibilidades de que nos robaran, pues también se veía gente con la cual no nos identificábamos y cuando íbamos teníamos que estar con personas mayores. Sin embargo era emociónate, ya que el parque tenía una cerca que al final, en la parte de arriba, tenía puyas y si uno estaba de buenas el balón era pinchado por ellas o robado.
Para terminar, en el barrio Santafé nació una pollería muy famosa llamada asadero de la calle 22 con avenida Caracas y ahora se llama Compañía del sabor. Un plan de mi familia y de muchas era comprar el pollo, que en ese momento era un bien costoso. Sin embargo, cuando uno iba al establecimiento observaba por la ventana que daba a la calle la cantidad de personas indigentes, así como el señor ladrón corriendo y la policía persiguiendo. Sin olvidar, la bulla de ese sector. En pocas palabras, este es un lugar donde se vivió y se vive la diversidad al igual que la necesidad de la trasformación social del país.