Colombia perdía un gol por cero contra Paraguay en el minuto veinte del segundo tiempo. Necesitaba de la victoria para disputar el repechaje contra Israel y acceder a Italia 90. Hacía 28 años no se iba a un Mundial. En ese minuto el técnico Francisco Maturana decidió sacar a Carlos Valderrama, máximo ídolo del fútbol nacional. La silbatina fue atronadora. Las cámaras enfocaban todo el tiempo al Pibe que tenía lágrimas en los ojos. Había jugado mal, era cierto, y para colmo su reemplazo, el delantero Rubén Darío Hernández, hizo los dos goles para voltear el resultado. Pero nada justificaba el comportamiento altanero, desagradecido de los barranquilleros. Era tan surrealista como si la Bombonera chiflara a Maradona o el Centenario de Montevideo humillara a Francescoli.
Desde esa eliminatoria que empezó en agosto de 1989 empezó a tejerse el mito de que es el calor de Barranquilla lo que nos clasifica a los mundiales. Mentira. A Italia 90 se clasificó porque se tenía un equipo cuya base era el Atlético Nacional campeón de la Libertadores que le hizo un partidazo al Milán de Arrigo Sachi en la Intercontinental en Tokio y que, además, le tocó un grupo fácil: una alicaída Paraguay que ya no tenía a Cabañas ni al Cenizo Nunes, un Ecuador que apenas balbuceaba y un repechaje con la siempre débil Israel. En el 94 se clasificó porque teníamos al Pibe, Asprilla, el Tren y Rincón y con esa banda ganamos hasta jugando en la Paz, en el 98 porque quedaban los rezagos de esos jugadores maravillosos y en el 2013 porque disfrutamos de la mejor generación de futbolistas de la historia.
Cuando quedamos eliminados para los mundiales de Corea-Japón, Alemania y Sudáfrica era porque adelante teníamos a Aristi con Sergio Herrera y en el medio Ferreira construía y el juego y uno de los carrileros era Vladimir Marín y así hasta Perú nos metía la mano en casa. Barranquilla es un mito que se deshace en cada partido. Acá el calor, que llega a ser despiadado, les da duro a los dos equipos. ¿O no han visto como terminan nuestros jugadores? Casi tan exprimidos como nuestros rivales. A Bolivia, que juega a 3800 metros, casi no le ganamos en marzo. Colombia se arrastraba literalmente.
El público que va al Metropolitano a apoyar a la selección no es el barranquillero que le hace fuerza al Junior y que aplasta a los rivales sin importar si es a las tres de la tarde o a las ocho de la noche. Es una hinchada poderosa que no para de alentar. El público que va a ver a la Selección Colombia no le gusta el fútbol. Ya lo dijo el gran Iván Mejía: a ver a la selección en Barranquilla va el empresario con la amante, el grupo de amigos bien de Cali a los que le parece exótico alquilar un chárter e irse desde el jueves a Barranquilla a beber hasta caer en la hepatitis de un domingo asqueroso.
Es común ver políticos regionales esperando a Vargas Lleras para lagartearle
una candidatura. En el Metropolitano se hacen negocios,
y cuando queda tiempo pues se celebra un gol
En el Metropolitano, en los partidos de eliminatoria, es común ver a políticos regionales esperando a ver a Vargas Lleras en uno de los palcos y lagartearle una candidatura. En el Metropolitano se hacen negocios y cuando queda tiempo pues se celebra un gol o se grita el paupérrimo y tercermundista “si se puede” o el ochentero “Eohehoheh”. Es así, yo los he visto, me consta.
Colombia ha jugado 34 partidos en el Metropolitano desde aquel triunfo 2-0 a Ecuador en la eliminatoria a Italia 90. Ha ganado 21 veces, ha empatado 7 y ha perdido en seis oportunidades. Tres de ellas contra Argentina a los que, supuestamente, son los que más le afecta la humedad del trópico. No son números malos pero tampoco son espectaculares. Argentina, de los últimos 34 partidos que ha jugado en el Monumental, solo ha perdido dos: contra Colombia en el 93 y contra Ecuador hace dos años.
El público que alienta a la selección en el Metropolitano no hace presión. Por ahí gritaran 15 minutos y después se anegan en cerveza o le dan besitos a la amante o se ponen a mirar el celular, pero el visitante no se siente como tal. No es el Centenario, La Bombonera, el Morumbí. Es un ambiente que no refleja la pasión de un pueblo futbolero como el colombiano. Ojalá para las próximas eliminatorias la selección vuelva a su verdadera casa que es Bogotá. Es más fácil habituarse a los 2600 metros de altura para un jugador que viene de Europa que a ese infierno tropical que es Barranquilla. Además, acá estamos todos. Acá nadie va a pedir por Teófilo, Bacca o Chará. Acá empujamos para un mismo lado. Las tribunas del Campín están pegadas a la cancha y sabemos lo que es hacer presión. No nos juzguen por ese equipito del Chiqui de las eliminatorias del 2002, con Frankie Oviedo, Bolaños y Viveros perdíamos con cualquiera. Bogotá debería ser la sede de la selección. Ojalá la Federación dejara de pensar tanto en los negocios. Ojalá la Federación se centrara solo en lo que más nos conviene futbolísticamente. Lástima que eso nunca va a pasar.