Evidentemente la Arenosa se ha transformado en los últimos 20 años. Quienes la conocen saben que es irreconocible en muchos aspectos. Nuevas edificaciones, barrios, centros comerciales, calles amplias, pavimentadas, sitios recuperados, en fin. Lo anterior llena de orgullo al barranquillero promedio.
Sin embargo, la realidad no termina en la superficie de las cosas. Hay que ir mucho más allá de ellas. ¿Por qué cuando llueve salen hordas de muchachos a apedrearse entre ellos, apuñalarse e incluso matarse? ¿Por qué persiste la inseguridad, los atracos, los asesinatos? ¿Por qué a cada rato grupos de muchachos apedrean buses de Transmetro? ¿Será que a los barranquilleros les fastidia tanto progreso? ¿Será que la ciudad y sus dirigentes no han atacado las problemáticas sociales neurálgicas y creen que con el pavimento basta?
Algunos datos reflejan que, pese a haber mejorado la fachada y haber pintado la casa, los barranquilleros siguen siendo pobres y la ciudad desigual. En el último informe presentado por Barranquilla cómo vamos se observa que el 2016 el 17% de los hogares encuestados contaba con menos de un salario mínimo para satisfacer sus necesidades y el 44.5 con menos de dos. Es decir, con menos de $1.400.000 deben comer, vestirse, estudiar, transportarse, pagar los costosos servicios públicos; nada de ir al cine o a conciertos, comprar libros o ir a un restaurante. Un total de 74. 3 % vive con menos de tres salarios mínimo (alrededor de $2000000 en el 2016). Mientras que un selecto grupo de familias cuenta con más de 10 millones al mes (2.65%).
En el IPS (Índice de Progreso Social) Barranquilla aparece en el puesto 7 entre 10 ciudades capitales del país por debajo de Manizales, Bucaramanga, Medellín, Bogotá, Pereira e Ibagué y sólo superior a Cali, Cartagena y Valledupar. El IPS evalúa, entre otros aspectos, el acceso al agua, nutrición, asistencia médica, seguridad y vivienda.
De otro lado, casos como el de la Triple AAA reflejan que en la mayoría de las ocasiones la ciudad se maneja solo con ansias de enriquecerse a costa de los intereses de sus ciudadanos. Si ella crece es porque a sus gobernantes les interesa que Barranquilla se parezca lo más posible a un centro comercial en el que se garanticen las ganancias de los empresarios sin importar el beneficio real de los trabajadores. El dato más reciente del DANE lo revela: En el último año el 56.8% de los barranquilleros trabaja informalmente, en otras palabras, sin ninguna garantía laboral y totalmente desprotegidos. La cifra viene aumentando. Ni hablar de las condiciones en las que trabajan muchos empleados “formales” que como decíamos arriba, reciben si acaso uno o dos salarios mínimos. No olvidemos que Katherine Londoño, en un informe en El Espectador del 9 de mayo del presente, revela que en la ciudad hay en promedio 16 accidentes laborales solo en el sector de la construcción (http://www.elespectador.com/noticias/nacional/atlantico/cada-dia-se-accidentan-16-trabajadores-de-la-construccion-en-barranquilla-articulo-693104).
De nada sirve entonces contar con hermosas calles, grandes centros comerciales, inmensas edificaciones si todo se sustenta en la desigualdad. Quienes conocen la Arenosa en verdad, saben la gran diferencia que hay entre un barrio como La Castellana y otro como La Chinita. Son dos mundos totalmente diferentes en una sola ciudad que se dice pujante. Hay que repensar la noción de progreso. No bastan las “grandes obras”. Resulta fundamental el bienestar general, la plenitud espiritual y cultural de los ciudadanos, lo cual se logra con bienestar económico y la posibilidad real de disfrutar la ciudad en todos sus espacios y formas sin ninguna odiosa discriminación. El cemento no basta.