Se acaba de reinaugurar, hermosamente restaurado, el edificio de la vieja Intendencia Fluvial de Barranquilla, luego de más de 20 años de estar en completo abandono.
Construida y puesta en funcionamiento a comienzos de la década del 30, esta pieza de arquitectura republicana fue situada a orillas del caño de la Auyama, con el objetivo de administrar la navegación que a principios del siglo XX fluía intensa río arriba y río abajo del Magdalena en su margen occidental frente a Barranquilla.
Luego de 50 años de desconexión de la vida cotidiana de la ciudad con la fuente histórica y geográfica que le dio el ser a Barranquilla, como fue el río Magdalena, mucha gracia es que se abra este nuevo espacio —o más bien que se restituya— para el reencuentro ciudadano con el río, contando ahora con un muy agradable parque adyacente que remata con un amplio balcón hacía el legendario caño que tanta historia vio correr por sus aguas desde sus inicios hasta hoy.
Este trabajo de reactualización de un valor arquitectónico y espacial tan importante en el contexto de lo que quiere ser un nuevo planteamiento urbano para el centro de la ciudad, se suma como pieza clave, en el propósito de acercar la ciudad al río, al primer kilómetro del Malecón, obra que no ha sido aún inaugurada, y que ha mantenido latente en los últimos años la vieja aspiración de una avenida del río que se planteó originalmente 1959 en el primer plan de ordenamiento urbano que presentara el maestro Cristian Ujueta, y que hoy representan los dos primeros pasos de una esperada reconciliación de ciudad y río.
Veinte años después de recuperado y restaurado el antiguo edificio de la Administración de la Aduana de Barranquilla —el primer gesto de atención al concepto de lo patrimonial en la ciudad, y uno de los primeros en el país— este edificio renueva su vínculo histórico con el recién inaugurado de la Intendencia, porque ambos eran dos eslabones capitales en la dinámica de la entrada y salida de mercancías y pasajeros de los puertos interiores del río hacia Puerto Colombia y luego al mundo, y desde el mar río arriba hacia el resto del país. Dinámica que en realidad duraría muy pocos años por el cambio de las condiciones de la ciudad con relación a Buenaventura, y el consiguiente desmantelamiento del ferrocarril y el inmediato cierre del muelle de Puerto Colombia.
En todo caso, este edificio de la Intendencia fluvial es apenas el tercer bien cultural arquitectónico que se recupera en nuestra ciudad, luego de la restauración de la Aduana hace veinte años y de la restauración, en otras condiciones urbanísticas y estéticas, de la antigua Gobernación del Atlántico. Lo cierto es que aún si sumamos casos como el de la Casa del Carnaval en el barrio Abajo y la sede de Comfamiliar en el boulevar de Los Fundadores es todavía muy poco lo que se ha hecho a este respecto en Barranquilla.
Pero en todo caso, es culturalmente importante para la ciudad el hecho de que estos edificios hayan sido destinados para albergar sedes institucionales públicas y privadas del quehacer cultural de Barranquilla y el Atlántico. El mensaje es claro pero dudo mucho que todo su valor simbólico sea cabalmente interpretado por todos los que deberían hacerlo.
La Aduana completa en este 2014 veinte años de estar consagrada a la promoción y preservación de los valores patrimoniales de este bien cultural, convirtiéndose en un moderno centro cultural que da sede al Archivo Histórico del Atlántico y a la Biblioteca Piloto del Caribe. La antigua gobernación del Atlántico es la sede del Museo del Atlántico y de la Secretaría Departamental de Cultura y Patrimonio. Y la recién inaugurada Intendencia fluvial ha sido destinada como nueva sede de la Secretaría Distrital de Cultura, Patrimonio y Turismo.
Hay que decir también que actualmente un inversionista privado que adquirió el edificio de la Caja Agraria, hito fundamental de la arquitectura moderna en Colombia, que estuvo durante varios años en medio de una álgida polémica entre conservacionistas y demoledores, está en proceso de recuperación y restauración para ser destinado a usos comerciales, institucionales y culturales.
Una lectura superficial de estos eventos podría significar que Barranquilla ha asumido por fin un compromiso con el patrimonio y que tales gestos comportan un fortalecimiento institucional de los valores del sector cultural de la ciudad, de cara a los desafíos del presente y del inmediato futuro en términos de competitividad, sostenibilidad y calidad de vida. Sin embargo, es posible pensar que el auge casi delirante del publicitado crecimiento económico de la ciudad, su enorme especulación inmobiliaria y financiera debería tener un reflejo positivo y una correspondencia cultural a muy diversos niveles, que todavía no es perceptible en el grado en que debería esperarse.