Hablemos de lo que podríamos llamar la ruptura del diálogo entre Barranquilla y el Río. La comunicación es un diálogo de intereses y sentidos. La ciudad se debe al Río. El diálogo inicial fue entre el Río y el Territorio. Desde cuando las antiguas Barrancas de San Nicolás eran un primitivo varadero de canoas hasta inicios de los años 50, Ciudad y Río siempre sostuvieron un diálogo vital en el que el elemento central de la comunicación era fundamentalmente el encuentro abierto y franco de los hablantes. La ciudad hablaba el río.
¿En qué momento, y por qué, estas relaciones, armónicas según los datos de la historia, se tornan conflictivas? ¿En qué momento la ciudad deja de hablar el río?
1. Cuando los intereses políticos y económicos de una clase dirigente rompe la relación histórica y cultural de la ciudad y el río, e impone el cierre del muelle de Puerto Colombia, la eliminación del tren Barranquilla–Puerto Colombia; la construcción de los tajamares de Bocas de Ceniza y la construcción de un nuevo puerto río arriba.
2. Cuando una gran parte de la población deja de tener el río como referente cotidiano; es decir, como fuente de trabajo; como plaza y plataforma de mercado, vale también decir como sitio de encuentro; como medio de transporte; como alternativa lúdica y de recreación; como espacio de aventura; como sitio de habitat y destino; como pretexto de los sueños; como motivo de inspiración. Es decir, cuando el río estaba en el centro del imaginario de una ciudad.
3. Y por último, cuando el ciudadano deja de participar en la dinámica social y cultural de esa relación y el río es paulatinamente expulsado de su imaginario.
En ese marco de ideas podemos identificar unos rasgos definitorios de esa carencia primordial de comunicación que se opera entre ciudad y río, que podríamos enunciar de la siguiente manera:
El modelo territorial de manejo de la ribera occidental del río Magdalena en Barranquilla impide la relación ciudadana con el río. Rompe la comunicación. Es excluyente. Impide la participación en todos sus niveles.
Los medios de comunicación y las expresiones de la institucionalidad, apartados del conocimiento y valoración de estas relaciones conflictivas, legitiman poco a poco la desterritorialización de la ciudad al desfigurar su mapa urbano, registrándolo públicamente como normal y al representarlo sin el derecho público al río. Y esa privatización es exclusión.
Al perder presencia e importancia en el imaginario desaparece el río como entidad vital del ciudadano y este pierde poder de participación en los asuntos cruciales de la ciudad.
Al reducir la relación ciudad y río a lo estrictamente ingenieril y portuario esta queda circunscrita a un nivel de especialización en la que participa solo una élite interesada limitando o destruyendo toda posibilidad de participación amplia y democrática.
El ciudadano pierde espacios fundamentales para su realización; es decir, no participa de una dimensión completa de la ciudad: no tiene derecho al río.
La negación del Río es un secuestro. Una pequeña élite lo tiene para su goce gremial impidiendo que haga parte de una relación natural, civilizada, del encuentro ciudadano. El secuestro es incomunicación. Hace que las personas o las cosas pierdan sus interlocutores naturales. Es la frustración de un diálogo.
El impedimento físico para acceder libremente a sus orillas, la falta de contacto, desterró el río del imaginario de ciudad y desfiguró el mapa urbano y humano de Barranquilla. La desterritorializó.
La desterritorialización es una lesión social y política. El destierro del imaginario es una lesión cultural. Ambas lesiones suponen un desempoderamiento, una exclusión, la imposibilidad de construir un pensamiento crítico, es un empobrecimiento de la capacidad de respuesta organizada y colectiva que es la que impide que se opere en los habitantes de la ciudad un impulso de reclamación y recuperación física del río como espacio, y ante todo, una reinstalación del río como presencia inobjetable en el imaginario de ciudad.
Habría entonces que restituir el río como bien público, como un bien ciudadano, como un derecho ecológico al paisaje y a la naturaleza, para resignificar la relación ciudad y río de cara a construir una ciudad armónica y coherente. Más participativa.
Reconstruir una memoria rota a partir de testimonios, relatos, fotografías, videos, canciones, objetos y otros productos culturales que permitan la recomposición de un imaginario de la ciudad en el que esté presente el río.
Realización de estrategias pedagógicas que permitan enseñar el río como una asignatura fundamental de conocimiento y reconocimiento de la ciudad desde sus raíces más profundas. Inclusión del Río como tema ciudadano y como eje de una agenda pública en la ciudad.
No nos quedan dudas cuando pensamos que el futuro de la ciudad sólo tendrá sentido cuando haya un acuerdo ciudadano que retome y enmiende el diálogo cultural Ciudad y Río interrumpido de manera progresiva por una inercia y una noción equivocada del progreso que creyó que la modernidad de la ciudad estaba en el fuego fatuo de unos signos que sus dirigentes no han sabido interpretar en el tiempo, y empezaron a empujar a la ciudad alejándola del río y construyendo entre este y aquella una barrera que más temprano que tarde tiene que abrir unos amplios espacios de reencuentro del barranquillero con esta presencia absolutamente imposible de desconocer: su Río.