Era viernes por la tarde. Bogotá venía de diez duros días por cuenta del paro nacional que sufre el país desde el pasado 21 de noviembre. El viernes anterior había sido la primera vez en 42 años que la ciudad quedaba bajo toque de queda. No había ningún tipo de garantía que este fin de semana no habrían disturbios como los que le costaron la vida a Dilan Cruz. Salí del trabajo con la convicción de que no me quería quedar en Bogotá ese fin de semana. Llegué a mi casa a las 7 de la noche. Ni siquiera me bañé. Solo empaqué lo que me cupo en un morral, comí algo, retiré 200mil pesos del cajero y salí en un Transmilenio hacia la terminal norte. Me fui solo. Quería irme lejos.
Había visitado Barichara a principios de febrero de este año. En aquella ocasión también fue solo por un fin de semana. Viajé viernes en la noche y regresé por la noche del domingo a Bogotá. Habían pasado diez meses desde entonces y, teniendo en cuenta la situación con el paro, creí que Barichara era el destino ideal para tener un fin de semana lleno de paz y tranquilidad. Fue así como salí en un bus rumbo a San Gil a las 10:30 pm. El tiquete lo conseguí en 40mil. Nunca he sido capaz de dormir bien en un bus. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos eran las 4:00 am y el chofer anunciaba "¡San Gil!". Aproveché y al bajar compré el tiquete de regreso a Bogotá para el domingo a las 2:30 pm. Fueron otros $40.000.
Ver esta publicación en Instagram
Luego de casi dos horas sentado en una silla de la fría terminal de San Gil salió el primer bus a Barichara a las 5:45 am. Costó $5.200. Luego de algunos minutos recorriendo una curvilínea carretera llegué a Barichara. No eran las siete de la mañana y por $6.000 pesos desayuné huevos, pan y café con leche en una panadería justo en la esquina donde me dejó el bus. Tras una corta caminata por el parque central del pueblo para respirar algo de la energía del sitio subí hacia el hostal Casa Nacuma, donde por $38.000 pesos es posible dormir en una cama dentro de un dormitorio compartido. Incluye desayuno con frutas y por $5.000 adicionales es posible comer huevos con arepa y café. El hostal es una casa -como muchas en Barichara- que es patrimonio de la nación y puede tener dos siglos de antigüedad.
En este punto conviene hacer una precisión. Una de las grandes razones por las que el colombiano no puede viajar barato es porque no tiene cultura de hostal. Es como si diera asco o estuviera mal visto compartir habitación con un desconocido. Los hostales no son para todo el mundo y no todo el mundo es para un hostal. En efecto, dormir en hostal implica toda una disposición y una actitud que en Colombia todavía no existe. No en vano la mayoría de los visitantes del hostal son europeos que se vienen unos meses a recorrer el país.
La mañana del sábado descansé en la cama lo que no había podido por la noche viajando en bus. Salí a almorzar en Nakus, un restaurante donde por $12.000 es posible comer almuerzo ejecutivo. En ese momento, sábado empezando la tarde, ya me quedaban $50.000 pesos y unas monedas. Con esa plata debía comer y guardar los $5.200 que costaba el bus de regreso a San Gil. Esa tarde fui al Salto del Mico, sitio que no conocía. Por lo demás, me quedé caminando el pueblo y haciendo fotos. En esas se me fue el día. Por la noche cené un pedazo de pizza en el parque que costó $5.000. Pasadas las 9 de la noche ya estaba de vuelta en la cama.
Otro de los grandes problemas que veo en el viajero colombiano es que asocia viaje con rumba, trago, grupo y otra cantidad de cosas que si supieran separarlas bajaría los costos bastante. En mi caso, tuve suficiente con solo caminar por las calles empedradas de Barichara, sentir la brisa refrescando la piel, escuchar el campaneo de la catedral llamando a misa y respirar aire limpio. Todas las anteriores son gratis. A la mañana siguiente subí hasta el Bioparque Moncora, un mirador casi inexplorado donde tras una caminata de 15 minutos se llega a un punto donde se ve todo el pueblo y el Cañón del Chicamocha a su lado. Las vistas -y la paz- son mejores que las del famoso Salto del Mico, donde dos chivas con 37 turistas costeños y paisas escuchando vallenato a todo parlante impedían disfrutar la vista. La buena noticia es que al Bioparque Moncora no llegan carros.
Tras una corta visita al Museo de Papel regresé al hostal. Me bañé, recogí mi morral, almorcé con lo último que me quedaba y a la 1:30 de la tarde salí en el bus hacia San Gil. A Bogotá llegué a las 10:30 de la noche con $14.000 pesos que sobraron de los $200.000 iniciales. Mucha gente me ha dicho que no se justifica pasar tantas horas en un bus por un viaje tan corto. Sin embargo, pienso que eso es personal. En mi caso lo hice porque yo prefiero calidad de tiempo por encima de cantidad. Y en ese orden de ideas cada minuto en Barichara justificó las horas que pasé en bus. Otra alternativa habría sido tomar el bus de regreso a Bogotá el domingo por la noche para amanecer en la capital el lunes. Quizá esta última sea más rentable así toque sentir un poco de cansancio en el trabajo ese día.
Por último, pienso que viajar barato sí es posible. El presupuesto mío fue extremadamente reducido. Recomiendo ir con algo más de $300.000 para disfrutar el tour del Café Alfanía, un plan que en los últimos meses ha cobrado mucha fuerza en el pueblo. Vale $90.000. También recomiendo el restaurante Elvia, montado por un par de chefs que tras haber trabajado en restaurantes top de Bogotá se aburrieron del ruido de la ciudad y se fueron a Barichara. Ni el restaurante ni el tour son baratos pero son experiencias que aseguran tiempo de calidad, como el que yo busco. En todo caso, voy a regresar y descubriré todo lo que me sigue faltando por descubrir de este mágico rincón de Colombia.
En últimas, Barichara es un lugar para volver una y mil veces más.