A pesar de los vínculos familiares no han sido muy pocas las ocasiones en que me he cruzado en la vida con el artista Ciro Iriarte. La primera vez debió ser hace más de 25 años y fue en el taller del artista Samuel Buelvas, en Barranquilla, Colombia, a instancias del escritor Álvaro Suescún.
La segunda vez fue hace unos tres años, cuando en el marco de una visita casual al pueblo de Galeras (Sucre), sitio de nuestros antepasados los Iriarte, y en donde Ciro reside, trabaja y adelanta una importante labor educativa y cultural. En esa ocasión visité su casa de manera intempestiva y lo que vi colgado en las paredes me interesó estética y conceptualmente de inmediato para invitarle a exponer esos mismos trabajos en la Galería de la Aduana de cuya programación estoy a cargo desde hace muchos años.
La tercera vez fue a instancias de una invitación suya a Galeras para hacer una lectura de mis textos poéticos, en el marco de las fiestas patronales de ese pueblo, en las cuales se celebran diversos actos culturales y tienen lugar los célebres “cuadros vivos”, fenómeno de cultura popular mezcla de tradición religiosa, teatro, pintura, instalación y performance, entre otras cosas, en el que está también profundamente involucrado y comprometido Ciro Iriarte; expresión que comporta otra área de su producción artística, a la que también debemos referirnos porque representa hoy por hoy un verdadero fenómeno de arte popular como quizá no se conozca otro caso de su tipo en el contexto, n solo del Caribe colombiano, sino del país.
Se trata de una tradición rescatada y fortalecida en los últimos 15 o 20 años para convertirse en el elemento cultural unificador de una comunidad ganadera y campesina que redefinió con la fiesta popular de las gaitas y de sus “cuadros vivos”, una vida atrapada entre el gamonalismo y la violencia guerrillera, y que hoy trabajan también para elevar institucionalmente a Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia. Las ocasiones en que Ciro Iriarte ha participado como autor de cuadros vivos en muy diversos contextos artísticos y culturales a nivel nacional, sobrepasan con creces el número de exposiciones pictóricas individuales y colectivas en las que ha tenido parte.
Y el cuarto encuentro tuvo lugar en el mes de agosto de 2013, en ocasión de su exposición en la Galería de la Aduana de Barranquilla, en la que Iriarte expuso su obra titulada Bardos ebrios; una suerte de relatos visuales de pequeños formatos organizados en conjuntos de tres, cuatro, cinco y hasta seis piezas, casi todas arregladas horizontalmente, que arman un complejo conjunto de formas, atmósferas e ideas que despliegan una apretada imaginería de clara intención y logros poéticos. Son obras que, para su cabal lectura y apreciación, reclaman concentración y paciencia para hallar, en medio de sus diversos planos de color, enmarañadas líneas y surcos que cuentan fascinantes historias llenas de claves secretas y alusiones lúdicas y eróticas que hacen referencia, personalmente procesada, a personajes de la historia, de la literatura, de la mitología y del arte, y que conforman una totalidad marcada con una irónica imaginación con la que Iriarte arma una propuesta plástica ciertamente singular. Especialmente si se le mira en el contexto de lo que se trabaja en los talleres de artistas en el Caribe colombiano.
La de Ciro Iriarte es una obra que sorprende y gratifica tanto en el lenguaje individual de cada fragmento o componente, y de cada conjunto, así como en el efecto general de lo que la sala muestra como totalidad; sumatoria de sentidos e impresiones que le dan a su propuesta un carácter de trabajo hecho en serio, con investigación técnica y con el logro indiscutible de la construcción de un discurso plástico y en posesión de una estética personal e identificable.
El mismo se define de la siguiente manera: “Me considero un dibujante y un colorista. Mi técnica bien puede hacer parte de un denominado arte emergente, un sistema construido a partir de la desadaptación, la marginalidad, la actitud fuera de cualquier tendencia o moda. Ante la ausencia de dinero para comprar materiales descubrí (emergió) el esgrafiado... Algo casi infantil, espontáneo, que no permite corrección, de algún modo, en este caso, próxima al monotipo”.
El medio de comunicación de Iriarte para expresar este discurso es una mezcla interesante de técnicas. Se trata de lo que él llama el esgrafiado, un procedimiento, en apariencia fácil, que no es otra cosa más que el dibujo altamente laborioso que, con una punta filosa y ciega, se le gana a una superficie de blando cuerpo (papel, lienzo, cartón o madera) realizada con capas sucesivas de crayola sobre el que se aplican distintas materias de color y texturas, generalmente óleo, hasta lograr un texto visual que es un grabado, que es una pintura, que es un dibujo... con el que un artista del Caribe colombiano está planteando una interesante propuesta artística desde un pueblo perdido en las sabanas de Sucre.